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Sammie no supo qué decir, ya que no había pensado en que su aventura pudiera tener ese resultado. Aunque no le preocupaba especialmente lo que otros opinaran de ella, no sentía el menor deseo de atraer un escándalo sobre su familia. Cielos, realmente aquello podía suponer un problema.

Miró a su madre, y notó una sensación de pánico al fijarse en el severo gesto calculador de sus ojos. Sammie conocía demasiado bien aquella expresión: era el infame “ha de haber un modo de transformar esta catástrofe en una ventaja para mí” que invariablemente precedía a sus plantes más escabrosos. Ya casi le parecía estar oyendo el ir y venir de sus pensamientos en la bonita cabeza de su madre.

– Debes reunirte con tu padre y el señor Straton, Sammie. Yo iré dentro de un momento; necesito recuperarme.

– ¿Quieres que te traiga tus sales?

– No; me encuentro bien. -Acarició la mejilla de Sammie-. Es sólo que necesito un poco más de aire para centrar mis ideas. Ve tú, yo llegaré enseguida.

Sammie plantó un beso en su blanda mejilla y a continuación entró en la casa, rezando por que cualquiera que fuese el plan que urdiera su madre resultara menos desastroso que el del mayor Wilshire.

A solas en los escalones de piedra, Cordelia se paseaba nerviosa y rezaba por tener una inspiración. ¿Cómo demonios iba a impedir que aquel secuestro fallido se convirtiera en un escándalo que deshonrase a la familia? ¿Cómo podría arrojar una luz positiva sobre lo sucedido? ¿Su hija raptada por el bandido más famoso de Inglaterra? ¿En su compañía, sin carabina, por espacio de varias horas? Dios bendito, le dolía la cabeza sólo de imaginarlo. Y el hecho de pensar en la reacción de Lydia le causó un gélido estremecimiento. ¿Qué diablos debía hacer una madre en una encrucijada así?

Miró a lo lejos, allí donde la luna acariciaba la línea de árboles que formaba la linde del bosque, y se preguntó por el hombre que había secuestrado a Sammie.

Apretó los labios. Según Sammie, era gentil, atento y noble. Y poseía dinero en abundancia. Tal vez fuera un secuestrador, pero estaba claro que era un secuestrador decente. Y rico. Hum.

No pudo por menos de preguntarse si estaría casado.

4

Del London Times:

El célebre Ladrón de Novias ha atacado nuevamente raptando a una joven de la aldea de Tunbridge Wells, en el condado de Kent. Sin embargo, esta vez ha devuelto a la muchacha al comprobar que la había secuestrado por error. La joven, que afortunadamente no sufrió daño alguno durante la peripecia, demostró una gran fortaleza cuando fue interrogada por las autoridades. No pudo proporcionar una descripción del Ladrón, ya que éste llevaba puesta su máscara, que le cubre toda la cabeza, pero reveló que tenía una voz grave y ronca, y que era un jinete espléndido.

En relación con este suceso, un grupo de padres de anteriores víctimas de secuestro se han unido en la llamada Brigada contra el Ladrón de Novias. Han aumentado la cuantía de la recompensa por la captura del bandido a la increíble suma de cinco mil libras. Todos los hombres de Inglaterra saldrán a la caza de semejante fortuna, y no quedará piedra por remover hasta llevar al Ladrón de Novias ante la justicia.

– ¡Está usted ahí, Lord Wesley!

La aguda voz de Lydia Nordfield perforó los tímpanos de Eric, que se obligó a no hacer una mueca de dolor. Maldiciendo las sombras de la noche que obviamente no lo habían ocultado tan bien como él había creído, emergió del rincón a oscuras de la terraza y cruzó el suelo de piedra en dirección a su anfitriona.

No pudo por menos de maravillarse por la extraordinaria vista de la señora Nordfield, aunque sospechaba que ni siquiera las circunstancias más inquietantes, como la total oscuridad, podían impedirle descubrir a un miembro de la nobleza.

Se detuvo frente a ella y realizó una reverencia formal.

– ¿Me buscaba, señora Nordfield?

– Sí, milord. Apenas hemos hablado desde que llegó.

– Ah, no tema que me haya sentido ofendido. Comprendo las obligaciones que conlleva ser la anfitriona de una velada tan elegante como ésta. -Movió la mano describiendo un arco que abarcaba la mansión y los jardines perfectamente cuidados-. Se ha superado a sí misma.

Ella casi se esponjó como un pavo real, parecido que resultó todavía más pronunciado debido a las plumas de colores que salían en forma de abanico de su turbante.

– Después de nuestra conversación de la semana pasada, no tenía más remedio que organizar una velada para la señorita Briggeham. -Se inclinó más hacia él, hasta que sus plumas le rozaron la manga-. Tal como sugirió usted, el secuestro fallido de la señorita Briggeham es el tema de conversación más excitante que hemos tenido en años, sobre todo después del artículo publicado por el Times.

– Ciertamente. Al organizar esta velada en su honor, es usted la persona más celebrada de Tunbridge Wells.

Ni siquiera la penumbra reinante logró disimular la avaricia que relampagueó en los ojos de Lydia.

– Sí, tal como usted predijo. Y aunque se han dado otras fiestas en homenaje a la señorita Briggeham, nadie más ha conseguido atraerlo a usted. Claro que ninguna otra anfitriona tiene una hija tan encantadora como mi Daphne. -Deslizó su mano enguantada por el codo de Eric y sus dedos se cerraron sobre él como garras de acero-. Y, naturalmente, lo menos que puedo hacer por la pobre Samantha es garantizar que su secuestro se vea bajo una luz positiva. Al fin y al cabo, su madre y yo somos amigas íntimas desde hace años. -Lanzó un suspiro melodramático y prosiguió-: Espero que esa muchacha disfrute de su popularidad, ya que, como es natural, será efímera.

Eric enarcó una ceja.

– ¿Efímera? ¿Qué le hace suponer eso?

– Cuando decaiga el súbito interés por la aventura de Samantha, la pobrecilla volverá a ser lo que ha sido siempre.

– ¿Y qué ha sido?

Lydia se acercó aún más y bajó la voz hasta adoptar un tono de conspiración.

– No es ningún secreto, milord, que esa joven es… peculiar. ¡Si hasta recoge sapos e insectos en el bosque! Ya resultaba bastante excéntrica cuando era pequeña, pero esa conducta no es en absoluto decorosa para una mujer de su edad. Y en lugar de intentar aprender a tocar el pianoforte y algún que otro paso de baile, pasa el tiempo con su extraño hermano en ese extraño cobertizo que tiene él, donde se llevan a cabo experimentos científicos que sólo pueden describirse como…

– ¿Extraños? -repitió Eric.

– ¡Exacto! Y aunque yo no soy dada a los chismorreos, ¡recientemente ha llegado a mis oídos que Samantha va a nadar al lago que hay en sus tierras! -Se agitó con un estremecimiento-. Por supuesto que yo jamás diría una sola palabra en contra de ella, pero no consigo imaginar cuánto debe de sufrir la pobre Cordelia a causa de las… predilecciones de su hija.

Eric visualizó súbitamente una imagen de la señorita Briggeham retozando en el lago, con el vestido pegado a sus femeninas curvas. ¿O quizá se lo quitaría y quedaría cubierta sólo por una camisola… o menos? Lo embargó un intenso calor.

– Tal vez a su madre esas… predilecciones de su hija le resulten simpáticas. E interesantes.

– Tonterías, aunque desde luego Cordelia intenta hacer creer a todo el mundo que así es. -Se echó hacia atrás y esbozó una ancha sonrisa de dientes afilados-. Gracias a Dios mi Daphne es una perfecta dama. Una joven encantadora. Se le da maravillosamente bien la música, y canta con una voz capaz de competir con la de los ángeles. Y además es una artista de gran talento; debería usted visitar la galería mientras esté aquí.

– Será un placer

Los dedos de Lydia le apretaron el brazo.

– Y no olvide que ha prometido bailar con Daphne