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“Caballeros fastidiosos como usted”, pensó, y respondió:

– Yo podría preguntarle eso mismo a usted, milord.

Él sonrió mostrando una dentadura blanca y uniforme.

– Se lo diré si me lo dice usted primero.

Notando su diversión, y aliviada de que él hubiera pasado por alto su anterior metedura de pata, Sammie dijo:

– Había dos caballeros que me estaban importunando para que bailara con ellos.

– ¿De veras? ¿Qué caballeros?

– Los señores Babcock y Whitmore. -Miró entre los helechos y los localizó, todavía de pie junto a las ventanas francesas.

El conde se acercó y miró por entre las hojas. Sammie inspiró y la cabeza se le llenó con una mezcla de sándalo. Inspiró otra vez un intrigante aroma que sólo pudo describir como limpio. Señaló a los dos hombres situados junto a las ventanas.

– Ah, sí, son conocidos míos -comentó lord Wesley-, aunque sólo superficialmente. Me temo que no asisto a muchas reuniones sociales.

– Considérese afortunado -musitó Sammie soltando las hojas-. Bien, si me disculpa, lord Wesley…

– Naturalmente, señorita Briggeham. No obstante, tal vez desee permanecer aquí unos instante más.

Separó varias frondas por encima de donde podía alcanzar Sammie y miró por la abertura-. Al parecer los señores Babcock y Whitmore andan buscando a alguien. Si sale ahora…

Sammie contuvo un escalofrío. Si bien no sentía deseos de hablar con lord Wesley, éste parecía, al menos de momento, el menor de dos males.

– Gracias, milord. Dadas las circunstancias, creo que me quedaré aquí unos minutos más.

Se irguió en toda su estatura, pero advirtió que él era bastante alto. Ella apenas le llegaba al hombro. Ojalá tuviera un altura tan útil; qué cómodo sería poder alcanzar los estantes más altos del laboratorio sin ayuda de una escalera.

Como no parecía que el conde fuera a marcharse, le dijo:

– Al final no me ha dicho qué lo ha hecho a usted esconderse aquí, milord.

– La señora Nordfield me estaba persiguiendo con la insistencia de un cazador avezado, y con un brillo en los ojos que sólo puedo describir como “casamentero”. Éste era el lugar más apropiado para perderme de vista un rato.

Sammie asintió, solidaria. Se imaginó perfectamente a Lydia Nordfield acosando al casadero lord Wesley igual que un sabueso tras un zorro. Conocía muy bien aquel brillo de casamentera en los ojos: era la misma expresión que le había mostrado su madre con renovados bríos a lo largo de las dos últimas semanas. El mero hecho de pensar en ello le causó un escalofrío de inquietud.

Recorrió con la mirada la figura alta y musculosa del conde.

– No se preocupe, lord Wesley. No le quepa duda de que podrá correr más que la señora Nordfield. Al parecer, es usted un espécimen bastante sano.

– Eh… gracias.

Mirando una vez más entre los helechos, Sammie observó con horror que su madre estaba conversando con Babcock y Whitmore. En aquel instante el trío se volvió hacia las plantas y los ojos de su madre se entrecerraron. Con una exclamación ahogada, Sammie retrocedió, como si los helechos se hubieran incendiado.

– Me temo que he de irme, lord Wesley -dijo al tiempo que realizaba una torpe reverencia-. Al parecer, mi madre ha detectado mi presencia. Buenas noches.

Él se inclinó.

– Lo mismo le digo, señorita Briggeham.

Salió disparada y, con la cabeza gacha y mirando al suelo, rezó para que nadie se fijara en ella.

Pero antes de que hubiera dado media docena de pasos, su madre saltó frente a ella igual que un gato ante un ovillo.

– ¡Samantha! Estás aquí, querida. Te he buscado por todas partes. ¡Los señores Babcock y Whitmore desean bailar con nosotras! ¿No es maravilloso?

Sammie miró a los dos petimetres que aguardaban y se obligó a sonreír, aunque no hizo otra cosa que enseñar los dientes.

– Esa palabra no basta para describir lo que siento, mamá.

Su madre sonrió de oreja a oreja.

– ¡Magnífico! La orquesta está a punto de iniciar la pieza.

– En realidad -dijo Sammie intentando disimular su impaciencia- no quiero…

– …Perderte una sola nota -la atajó su madre con una sonrisa y una mirada de advertencia-. Vamos. Samantha.

Tras arreglárselas para reprimir un gemido, Sammie lanzó una rápida mirada anhelante hacia el refugio que constituía la maceta de plantas. Reconoció en los ojos de su madre aquella mirada reprobatoria; el único modo en que podría escapar del baile por parejas sería si por misericordia se abriera el suelo y se la tragara. Contempló fijamente el parqué, rezando para que se obrara el milagro y se abriera ante ella, pero sus plegarias no hallaron eco. De modo que irguió la espalda y tomó fuerzas para permitir que Babcock y Whitmore las condujeran a la pista de baile, jurando que aquélla sería la última velada a la que asistiría jamás.

– Me temo que la señorita Briggeham me ha prometido el siguiente baile -oyó la voz profunda de lord Wesley a su espalda.

Sammie, su madre y los dos caballeros se volvieron a un tiempo. Sammie vio cómo su madre abría unos ojos como platos al ver al conde.

– Lord Wesley -dijo Cordelia realizando una pronunciada y elegante reverencia-. Qué sorpresa tan encantadora el verlo aquí. -Acto seguido se incorporó y le dirigió su sonrisa más beatífica, al tiempo que apartaba eficazmente a Babcock y Whitmore de un codazo-. Y qué maravilloso que desee bailar con Samantha.

– Sí, maravilloso -coreó Samantha sin una pizca de entusiasmo.

En los ojos castaños de lord Wesley brilló la diversión.

– Quizás, señorita Briggeham, prefiera dar conmigo un paseo por la galería. Tengo entendido que la señora Nordfield y sus hijas son artistas de gran talento. -Se volvió hacia Cordelia-. Puede acompañarnos, señora Briggeham, si así lo desea.

A la aludida se le iluminó el rostro como una vela.

– Qué amable de su parte, milord. Estaría encantada…

– Permítame -terció Babcock mirando por su monóculo, lo cual le hacía parecer un erizo tuerto-. Si la señorita Briggeham no va a bailar esta pieza con Wesley, creo que entonces debería…

De labios de Cordelia salió una serie de gorjeos.

– Cielos -jadeó, aferrada al brazo de Babcock- Me temo que voy a desmayarme. Señor Babcock ¿usted y el señor Whitmore me harían el favor de llevarme junto a mi esposo?

– ¿Te encuentras bien, mamá? -inquirió Sammie, sabiendo que se esperaba que preguntase aquello. Sin embargo, también sabía que su madre jamás se “desmayaba” sin tener un diván donde caer.

– Estoy bien, querida. Simplemente necesito descansar un momento. Demasiadas emociones, creo.

– Permita que la ayuda, señora Briggeham -dijo lord Wesley ofreciendo su mano.

Pero Cordelia rehusó con un gesto.

– Estaré bien, gracias a la amable ayuda de los señores Babcock y Whitmore. Vayas los dos a la galería. No hay necesidad de que me acompañen; desde aquí veo que hay por lo menos una docena de invitados admirando las pinturas. -Agarró firmemente a Babcock y Whitmore, cada uno por un brazo, y se los llevó de allí.

Sammie observó a lord Wesley con el rabillo del ojo y contuvo una sonrisa ante la expresión medio sorprendida y medio divertida con que contemplaba alejarse a Cordelia.

– Su madre se las arregla socialmente muy bien a la hora de… -Su voz se perdió buscando la palabra adecuada.

– ¿Manipular? -sugirió Sammie.

El conde se volvió hacia ella reprimiendo una sonrisa.

– Iba a decir desplegar estrategias -Extendió el codo y ofreció su brazo a la joven- ¿Damos un paseo por la galería?

Sammie vaciló

– Agradezco que me haya rescatado, milord, pero no es necesario que continúe con este ardid.

– ¿A qué ardid se refiere, señorita Briggeham?