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Estuvo a punto de poner los ojos en blanco por haber elegido semejante adjetivo; aquel hombre no era entrañable en absoluto. Era fastidioso. Había cuestionado la idea que tenía ella del Ladrón de Novias de una manera que sólo podía calificarse de vulgar, y luego se había burlado de ella por desear ayudar a aquel hombre heroico, excusándose en que le preocupaba su bienestar. ¡Qué desfachatez! En fin, cuanto antes lo saludara y descubriera la razón de su visita, antes podría acompañarlo hasta la puerta.

– Buenas tarde, lord Wesley -dijo, tratando, en honor a su madre, de mostrarse amistosa.

– Lo mismo digo, señorita Briggeham

– Bien… gracias por las flores

– De nada. -Recorrió la habitación con la mirada y se fijó en la abundancia de ramos que adornaban toda superficie disponible-. Si hubiera sabido que ya poseía tantos tributos florales, le habría traído otra cosa.

La mirada de Sammie siguió la de él, y no pudo reprimir un suspiro.

– Mi madre dice que una mujer nunca tiene demasiadas flores, pero yo tiemblo al pensar en todas las pobres plantas que han sido decapitadas para formar estos ramos. -En el instante mismo de pronunciar aquellas palabras, se dio cuenta de la descortesía que suponían ante un hombre que acababa de regalarle flores. Para compensar su metedura de pata, le preguntó en su tomo más educado-: ¿Quiere tomar asiento, milord?

– No, gracias. -El conde se acercó y clavó su mirada en la de ella de un modo que le causó un extraño desasosiego. Cuando los separaban sólo un par de metros, dijo-: Prefiero quedarme de pie para expresarle mi pesar por habernos despedido anoche de manera tan abrupta. No fue mi intención turbarla.

El calor que irradiaban sus aterciopelados ojos castaños era señal de su sinceridad, pero Sammie había aprendido en las últimas semanas que de los labios de los hombres salían palabras aparentemente sinceras igual que las abejas de un panal.

– No me turbó, lord Wesley. -Al ver que él alzaba las cejas con escepticismo, explicó-: Sólo me fastidió.

En los ojos de él surgió algo que pareció mostrar que le divertía.

– Oh. En ese caso, le ruego me permita expresarle mi pesar por haberla “fastidiado”. Pese a lo que pudiera parecer, no intentaba sonsacarle información. Además, sólo pretendí señalarle el tremendo disparate que constituía su deseo de ayudar a un delincuente buscado por las autoridades.

Sammie apretó los puños.

– Expresa usted su pesar por haberme fastidiado, milord, y sin embargo continua fastidiándome al ofrecerme una opinión que no le he solicitado.

– Le aseguro que yo…

– Hola, Sammie -interrumpió la voz de Hubert desde el otro lado de la puerta- ¿Por qué tardas tanto? -Ella se volvió y vio que Hubert entraba en la salita y se paraba en seco al ver al huésped-. Oh, lo lamento -dijo al tiempo que se sonrojaba-. No sabía que estabas con una visita.

– No hay motivo para excusarse -le aseguró Sammie con una sonrisa que esperaba no delatase su alivio por la interrupción-. El conde es un hombre muy ocupado. Estoy segura de que no desea que yo lo entretenga mucho más. -Con el rabillo del ojo advirtió la levísima sonrisa que cruzó los labios del conde.

Haciendo un esfuerzo para mantener un tono de voz calmo, Sammie realizó las necesarias presentaciones observando de cerca de Wesley, y con su instinto de protección alerta, a Hubert. La semana anterior, cuando acudió a visitarla el vizconde de Carsdale, le había presentado a su hermano, cuyo semblante se marchitó cuando la mirada del vizconde se posó en él con evidente desdén, lo cual había provocado en Sammie el impulso de abofetear a aquel arrogante. Estaba acostumbrada a los desaires sociales y había aprendido a no concederles importancia, pero Hubert aún era sensible a gestos como aquél. Si al conde se le ocurría actuar del mismo modo…

Pero quedó sorprendida cuando lord Wesley le tendió la mano de forma amistosa y sin afectación.

– Es un placer conocerte, muchacho -dijo.

– El placer es mío, milord -respondió Hubert ruborizándose todavía más. Volvió a centrar su atención en Sammie-: Siento interrumpirte, pero al ver que no te reunías conmigo en la cámara tal como habías prometido, empecé a preocuparme de que Grillo te hubiera entretenido. -Una ancha sonrisa se extendió por su rostro-. Pensé que a lo mejor necesitabas que te rescatara.

“Y así es, pero no de mamá”. Antes de que pudiera reaccionar, lord Wesley preguntó:

– ¿Qué cámara?

– Mi Cámara de los Experimentos -contestó Hubert-. He convertido el viejo granero en un laboratorio.

La mirada del conde se llenó de interés.

– ¿De veras? ¿Y qué haces allí?

– Toda clase de experimentos -Hubert lanzó una breve mirada cohibida a su hermana y prosiguió-: También lo utilizo para mis inventos y mis estudios de astronomía.

– Yo siento una gran curiosidad por la astronomía -comentó el conde-. Espero que esta noche el cielo esté despejado para poder ver las estrellas.

A Hubert se le iluminó el semblante.

– Yo también. Es una ciencia fascinante ¿a qué si? A Sammie… quiero decir, a Samantha también le gusta mucho.

La mirada de lord Wesley se posó en ella

– ¿Es cierto eso, señorita Briggeham?

– Sí -se apresuró a responder-. De hecho, estaba a punto de reunirme con Hubert en su cámara cuando llegó usted. -Seguro que el conde captaría la indirecta y se marcharía.

– Acaba de llegar de Londres mi nuevo telescopio -informó Hubert al conde-. A lo mejor le gustaría verlo.

Sammie contuvo a duras penas un chillido de horror.

– Estoy segura de que lord Wesley tiene asuntos importantes que lo esperan, Hubert.

Una chispa de diversión brilló en los ojos del conde.

– ¿Los tengo?

– ¿No los tiene?

– A decir verdad, me interesaría mucho ver el telescopio de Hubert

– Pero no querrá…

– Oh, es un telescopio muy bueno, milord -terció Hubert-. Sería un honor mostrárselo.

– Acepto tu amable invitación. Gracias -Lord Wesley dedicó a Sammie una sonrisa claramente presuntuosa, hecho que a ella le tensó los hombros. A continuación le extendió el brazo y le dijo-: ¿Vamos pues, señorita Briggeham?

Maldiciendo para sus adentros a su querido hermano por haber invitado a aquel hombre tan fastidioso, Sammie se obligó a sonreír. Estudió la posibilidad de rechazar su brazo, pero al final decidió no darle la satisfacción de comprobar que su presencia la turbaba. Además, estaba claro que Hubert se sentía emocionado por la perspectiva de exhibir su telescopio. Podría soportar la presencia del conde un poco más de tiempo… siempre que no volviera a hacer comentarios despectivos sobre el Ladrón de Novias. Si los hiciera, ella se limitaría a cambiar de tema y despedirlo sin más. Y después de aquel día, lo más seguro era que no volviera a verlo nunca.

Sí, era un plan de lo más sencillo, lógico y práctico. Apoyó la mano levemente en la manga de lord Wesley y ambos salieron de la salita y siguieron a Hubert.

Eric avanzaba por un tortuoso sendero del jardín flanqueado por una profusión de rosas e intentaba ocultar la sonrisa que tiraba de sus labios. Los dedos de la señorita Briggeham descansaban sobre su manga al parecer con todo el entusiasmo de alguien que está tocando un insecto enorme, peludo y potencialmente venenoso. Tenía que reconocer que la reacción de la joven hacía él suscitaba su interés y curiosidad. Las mujeres siempre se mostraban sumamente complacidas de recibir, así como de buscar, su compañía; tal vez también ocurriría si no fuera conde, pero no cabía duda de que poseer riquezas y un título le garantizaba atención femenina de sobra.

Excepto, naturalmente, con la señorita Samantha Briggeham, que parecía preferir arrojarlo a los setos de alheñas que pasar un minuto más con él. Cuando su hermano lo invitó a ver su telescopio, ella había compuesto una expresión como si se hubiera tragado la lengua, hecho que lo molestaba y divertía al mismo tiempo.