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– ¿Por qué no?

10

– ¿Que por qué no? -Eric clavó los ojos en ella, perplejo. Sammie lo miraba a su vez con la cabeza ladeada, aguardando una explicación. Tras lo que se le antojó una eternidad, él se aclaró la garganta por fin y dijo-: Estoy seguro de que comprende la razón por la que no podemos seguir adelante con esto. Podría haber repercusiones… y no me encuentro en situación de poder ofrecerle matrimonio.

Sammie levantó las cejas.

– Y no espero ninguna propuesta matrimonial.

– Entonces ¿qué es lo que espera exactamente?

– Que compartamos una aventura maravillosa

A Eric se le disparó el corazón. Trató de coger aire; pero parecía tener los pulmones comprimidos, como si se hallaran bajo el peso de una roca enorme.

Aquella respuesta le había dejado atónito. Desde luego, se alegró inmensamente y anheló compartir una aventura con aquella mujer, pero ¿cómo iba a hacer tal cosa? Su conciencia le asediaría sin piedad. Entre ellos iba alargándose el silencio y comprendió que tenía que decir algo.

– Por mucho que me halague la disposición que usted muestra, me temo que debemos dejarlo así.

Ella frunció el entrecejo, desconcertada.

– Oh, vaya ¿Es que ya tiene una amante?

Eric sintió un intenso calor que le ascendía por la nunca.

– No, en este momento no.

La expresión de Sammie fue de alivio. Bajó la mirada hacia su virilidad, aún prominente, y volvió a mirarlo a la cara.

– No puede negar que me desea.

– Es evidente. Pero hay en juego mucho más que el mero hecho de satisfacer mis deseos -Sus dedos se tensaron levemente sobre la cintura. La soltó y se pasó las manos por la cara-. Está claro que usted no ha recapacitado sobre esto…

– Todo lo contrario, sí lo he hecho.

– ¿De verdad? Pues no ha tenido en cuenta su reputación, que resultaría completamente arruinada.

– Sólo si se enterase alguien. Yo no pienso contárselo a nadie. ¿Y usted?

– Por supuesto que no. Pero por más discretos que fuésemos, alguien sospecharía y haría correr el rumor: un criado, un vecino, alguien de su familia. Resulta imposible esconder una aventura en un pueblo tan cerrado como Tunbridge Wells.

– No estoy de acuerdo -Sammie respiró hondo y entrelazó las manos-. En este pueblo se me considera rara, excéntrica, insulsa, una solterona y un ratón de biblioteca. Nadie, ni por un instante, daría crédito a la idea de que un hombre, y mucho menos un hombre como usted, me concediera más que una mirada fugaz. A mí misma me resulta casi imposible de creer. De hecho, me atrevería incluso a decir que si los dos estuviéramos en una sala atestada de gente y anunciáramos que nos habíamos convertido en amantes, nadie nos creería.

Muy probablemente la joven tenía razón y eso le provocó una oleada de rabia contra cada uno de los mastuerzos que le habían negado su atención. Despreciables idiotas.

– Me estoy acercando rápidamente a los veintiséis -prosiguió ella-. Hace tiempo que acepté las limitaciones que me imponen mi físico y mis inusuales aficiones, pero eso nunca me ha impedido anhelar una aventura en mi vida. Y pasión.

En sus ojos centellearon una frágil esperanza y un profundo anhelo, que a Eric le encogieron el corazón. Maldición, tenía que convencerla de que era una mala idea tomarlo a él como amante, pero debía hacerlo sin humillarla. No obstante, le estaba resultando muy difíciclass="underline" le dolían las ingles de deseo y al parecer había perdido el habla.

Le cogió la mano y enlazó sus dedos en los de ella. Su contacto le provocó un agradable calor a lo largo del brazo, y tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no estrecharla con ardor y mandar al diablo su maldita conciencia.

– Desde mi encuentro con el Ladrón de Novias -dijo ella suavemente-, no he podido reprimir mi necesidad de aventuras. Es como si él hubiera abierto una compuerta en mi interior.

Eric se quedó petrificado.

– ¿El Ladrón de Novias? ¿Qué tiene él que ver con esto?

– Me hizo sentir… viva. Me hizo darme cuenta de lo mucho que deseaba… ciertas cosas.

Eric apretó la mandíbula y entrecerró los ojos.

– ¿Cosas como un amante?

Ella le sostuvo la mirada sin mover un solo músculo

– Sí

Él sintió una irracional punzada de celos, y le soltó la mano con brusquedad.

– En ese caso, quizá deba acudir con su oferta al Ladrón de Novias.

Ella se sonrojó y a Eric le rechinaron los dientes. No había tenido en cuenta la posibilidad de que Sammie pudiera albergar sentimientos de… amante hacia su otra personalidad.

– Es improbable que vuelva a verlo

“Sí, de lo más improbable”

– ¿Y si lo viera?

– No me hizo insinuación alguna de que me… deseara.

Diablos ¿qué quería decir con eso? ¿Que deseaba experimentar la pasión con el Ladrón de Novias? La idea de que ella deseara a otro hombre, con independencia de que aquel otro hombre en realidad fuera él, le nubló la vista con un velo rojo.

Pero se tragó su creciente cólera y dijo con frialdad:

– ¿Se ha parado a pensar que su aventura podría dar como resultado un embarazo?

– Sí, pero tengo entendido que existen medios para evitar esa clase de contratiempo.

– ¿Y sabe cuáles son?

– No, aún no.

– ¿Aún? -Se pasó la mano por el pelo- ¿Y cómo piensa averiguarlo?

Ella alzó las cejas

– ¿Los conoce usted?

– Naturalmente. No tengo el menor deseo de ser el padre de un bastardo.

Los labios de Sammie se curvaron en una sonrisa de alivio.

– Perfecto. Entonces podrá decirme todo lo que necesito saber.

– No pienso hacer nada de eso. No necesita esa información, porque yo no voy a ser su amante. -Se pasó la mano por la cara y sacudió la cabeza- ¿Y si en el futuro decide casarse? -En el momento en que lo dijo, pasó por su mente otra imagen de ella, rodeada por los brazos de un hombre sin rostro, una imagen que a punto estuvo de ahogarlo.

– No tengo el menor deseo de casarme. Me siento realizada con mis trabajos científicos, y espero poder viajar algún día. Si quisiera ser una esposa, podría haber accedido a una boda que recientemente arreglaron mis padres. Le doy mi palabra de que no intentaré sacarle una propuesta de matrimonio.

– Eso es muy sensato, ya que yo tampoco tengo intención de casarme nunca. Y no me gustaría nada que me obligasen a ello.

– Entiendo. Pero ¿qué pasará con su título nobiliario?

– Morirá conmigo -contestó Eric con tono rígido y decidido.

– Ya -Sammie lanzó un suspiro y dijo-: Bien, pues ya que hemos hablado del tema y superado todos los obstáculos…

El cielo sabía cuánto ansiaba él hacerle el amor. Pero con aquella maldita voz de la conciencia que no dejaba de martillearle el cerebro, se sentía empujado a salvarla de sí mismo, porque, pese a sus protestar, se veía a las claras que aquella joven no se daba cuenta de lo mucho que tenía que perder.

Contuvo el intenso deseo que amenazaba con pulverizar sus buenas intenciones, la tomó por los brazos y la miró a los ojos. Rogando que ella viera cuán profundo era su pesar, le dijo:

– No puedo ser su amante. Y no es porque no la desee, porque sí la deseo -dejó escapar una risita seca- y con desesperación. Pero no puedo, no quiero ser el responsable de su deshonra.

Ella alzó la barbilla un poco más.

– Ya le he dicho que nadie le pediría cuentas de cualquier efecto adverso que pudiera acarrear nuestra asociación.

– Entiendo. Pero no soy un hombre capaz de marcharse sencillamente o volver la espalda a las responsabilidades.

En los ojos de ella brilló la confusión.

– Pero ¿qué sucedió con sus anteriores amantes? ¿Acaso no les preocupaba la reputación de ellas?

Eric experimentó una oleada de ternura. Tomó su rostro en forma de corazón entre las manos y le rozó las mejillas con los pulgares.