– Y poner los labios así -dijo Hermie frunciendo la boca para formar una o perfecta-. Y asegúrate de que…
Sammie alzó una mano.
– Basta. Callaos todas. Debéis escucharme.
Sus hermanas guardaron silencio y la miraron con expresiones ávidas, inquisitivas y extasiadas. Cielos, qué embrollo; tenía que cortarlo de raíz antes de que fuera a más. Se ajustó las gafas, que le habían resbalado hasta la punta de la nariz al toser, y dijo:
– Habéis interpretado erróneamente la situación. Entre el conde y yo no hay nada.
– Pero si mamá ha dicho que fue a verte y te llevó flores -protestó Lucille.
– Desde que me secuestraron, todos los caballeros solteros del pueblo hacen lo mismo, pero sólo pretenden sonsacarme acerca del Ladrón de Novias. Lord Wesley no está enamorado; al igual que los demás, es sólo un buscador de curiosidades.
Emily vació su vaso de jerez y lo tendió para que se lo volvieran a llenar.
– Pero mamá ha dicho que te invitó a su casa y…
– Que envió su carruaje a recogerte -terminó Lucille.
– En ese caso, os habrá contado que el conde nos invitó a mí y a Hubert con el único propósito de enseñarnos su telescopio Herschel. Su invitación fue enteramente de carácter científico.
El ceño arrugó la frente perfecta de Hermione.
– ¿Ha ido a verte desde entonces?
– No -respondió Sammie, razonando rápidamente que el hecho de que la hubiera encontrado en el lago aquel mismo día no se podía calificar de visita intencionada-. Ni yo esperaría que lo hiciera. Mamá ha creído ver demasiadas cosas en su forma de actuar.
“Dios santo, si mamá sospechase siquiera lo que ha incluído la “forma de actuar” del conde, se desmayaría de verdad”.
La encantadora sonrisa de Emily desapareció con evidente desilusión.
– Entonces quieres decir que él no…
– Quieres decir que no ha… -interrumpió Lucille con una expresión idéntica a la de Emily.
– Pues no -contestó Sammie con su tono más entusiasta-. Entre lord Wesley y yo no hay absolutamente nada. -Apretó los labios y compuso una expresión de lo más remilgada, rogando que el rubor de su cara no delatase su descarada mentira-. Os sugiero que os olvidéis de este asunto.
Aunque obviamente decepcionadas por aquel giro de los acontecimientos, sus hermanas asistieron con un murmullo. Emily le apretó la mano y le dijo:
– Bueno, si lord Wesley pasara una noche en tu compañía y no fuera de capaz de reconocer lo especial que eres, es que no es más que…
– Un idiota -sentenció Hermie al tiempo que ponía su mano encima de las de ella.
– Un asno -afirmó Lucille con firmeza, y tuvo un muy poco femenino golpe de hipo-. ¿Alguien quiere más jerez?
Todas ofrecieron sus vasos vacíos. Mientras los llenaba, Lucille comentó:
– Si no quieres hablar de tus relaciones con el conde…
– No hay relaciones de las que hablar -logró decir Sammie con los dientes apretados.
– Conforme. En ese caso ¿por qué querías hablar con nosotras?
Sammie no mencionó que no pretendía hablar con todas ellas, sino sólo con Lucille. Era evidente que ésta había envíado mensajes para atraer a sus hermanas con la promesa de averiguar los detalles de la relación de Sammie con el conde. Se sintió tentada de abandonar todo el plan, pero sus hermanas eran la única esperanza que tenía de obtener la información que buscaba. Mientras dejase claro como el agua que deseaba dicha información sólo con fines científicos, todo iría bien.
Así pues, después de beberse otro buen trago de jerez, dijo:
– En realidad, necesito vuestra ayuda en un asunto científico.
Aquella declaración fue recibida por tres caras inexpresivas.
– Nosotras no sabemos nada de esas cosas -dijo Emily tras dar un pequeño mordisco a una galleta-. Deberías preguntar a Hubert.
Sammie rogó que no se notase su vergüenza.
– Me temo que el tema no es para hablarlo con un… hombre.
Hermione frunció el entrecejo.
– Entonces tal vez pueda ayudarte mamá
Sammie se las arreglo para no hacer una mueca de disgusto ante aquella sugerencia.
– No lo creo. Ya sabes lo excitable que es mamá y temo que malinterprete la intención de mis preguntas.
– Puedes preguntarnos lo que quieras -cedió Lucille al fin.
– Muy bien. Necesito saber qué hay que hacer para evitar el embarazo.
Tras aquella frase encontró con tres caras boquiabiertas y de ojos como platos. Se le cayó el alma a los pies. Diablos ¿Sería que sus hermanas no lo sabían? Pero tenían que saberlo, ya que todas estaban casadas. ¿Acaso no estaban al tanto de aquellas cosas todas las mujeres casadas? Las tres intercambiaron miradas de extrañeza y a continuación volvieron su atención a Sammie, que de repente se sintió como un espécimen bajo el microscopio.
Lucille bebió un buen trago de jerez y dijo:
– Creía que habías dicho que no había nada…
Emily sorbió de golpe su bebida:
– Entre tú…
Hermione se echó al gaznate lo que le quedaba en el vaso:
– Y el conde.
Sammie sintió una oleada de intenso calor y hasta le pareció que las orejas le echaban fuego.
– Y en efecto, no hay nada entre nosotros. -“Todavía”-. Sólo necesito esa información para un experimento científico que deseo llevar a cabo. Naturalmente, se trata de un tema sumamente delicado y por lo tanto no puedo preguntárselo a cualquiera.
– Resulta de lo más impropio hablar de cosas así con una mujer soltera -declaró Emily con el entrecejo fruncido y la lengua un poco torpe.
– Así es -convino Hermione- ¿Qué clase de experimento puede requerir una información como ésa?
Adoptando el tono monótono que sabía que aburría mortalmente a sus hermanas, Sammie afirmó:
– Deseo realizar un estudio comparativo de los ciclos reproductivos de varias especies, entre ellas las ranas, las serpientes y los ratones, respecto de los seres humanos. -Como accionadas por un resorte, la sola mención de ranas, serpientes y ratones hizo que sus hermanas pusieran una cara como si acabaran de morder un limón amargo. Fingiendo entusiasmarse con el tema, Sammie prosiguió-: Tomemos, por ejemplo, la serpiente. Después de mudar la piel…
– Un tema fascinante, Sammie -la interrumpió Lucille rápidamente-, pero no es necesario entrar en detalles. -Le acercó el plato de galletas.
Sammie cogió una y se tragó su sentimiento de culpa por manipular a sus hermanas de manera tan desvergonzada.
Emily carraspeó y acto seguido comenzó con tono discreto:
– Bien, mientras sea por el bien de la ciencia, tengo entendido que algunas mujeres se lavan “ya sabes dónde” con vinagre, después.
Sammie se la quedó mirando, sorprendida y atónita. Cuando al final pudo hablar, dijo:
– ¿De verdad? Y… eh… ¿para qué hacen eso?
– Para eliminar “ya sabes qué”. -Emily se ruborizó, y se apresuró a coger otra galleta.
Sammie abrió la boca para seguir preguntando, pero entonces intervino Lucille:
– Bueno, yo he oído que… -Echó un rápido vistazo a la habitación para cerciorarse de que no había entrado nadie, y luego se inclinó hacia delante. Su cautivado público hizo lo propio, y Sammie incluso estuvo a punto de caerse del cojín. Balando la voz hasta convertirla en un murmullo, continuó-: Algunas mujeres llegan incluso a ducharse con vinagre.
A Emily se le agrandaron los ojos.
– ¡Qué dices!
– O con zumo de limón -añadió Hermione, asintiendo-. Aunque eso es más difícil de encontrar. -Tomó la licorera y fue llenado todos los vasos hasta el borde-. Yo he oído comentar que hay mujeres que utilizan esponjas marinas.
– ¿Y qué hacen con ellas? -quiso saber Sammie, preguntándose dónde diantre iba a encontrar ella una esponja marina.