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Estimada señorita Briggeham:

Me llamo Anne Barrow y vivo en un pequeño pueblo situado a una hora de caballo al norte de Tunbridge Wells. Aunque no nos conocemos, la escribo para pedirle, mejor dicho suplicarle, su ayuda. Me mueve una profunda desesperación. Cuando llegó a mis oídos la notifica de que había sido secuestrada por el Ladrón de Novias, comprendí que era usted mi última esperanza.

Mi padre ha dispuesto que me case con un hombre al que odio. Le he rogado y suplicado, pero él se niega a escucharme. Mi prometido es un hombre cruel y despiadado que incluso ha intentado forzarme. A cambio de mi persona, mi prometido saldará las enormes deudas de juego contraídas por mi padre. Me destroza pensar que mi propio padre sea capaz de venderme de este modo. No dejará el juego ni la bebida y, aunque yo no deseo verlo en prisión, no puedo casarme con ese hombre. Mi padre ha tomado su decisión y ahora yo debo tomar la mía.

Se lo ruego, señorita Briggeham, es usted la única persona que puede ayudarme. No tengo nadie más a quien recurrir. Mi madre ha muestro y no me quedan más parientes que mi padre. ¿Podría ponerse en contacto con el Ladrón de Novias y hablarle de lo desesperada que estoy y lo mucho que necesito su ayuda? Temo que existen muy pocas posibilidades de que el Ladrón de Novias llegue a enterarse de la gravedad de mi situación, pues mi padre ha organizado este compromiso en secreto, tal vez por temor a que, en efecto, pueda tener lugar un rescate. Estoy dispuesta a ir a cualquier parte, a hacer lo que sea, con tal de escapar de la pesadilla en que se convertirá mi vida si se me obliga a casarme con ese hombre. Yo misma intentaría ponerme en contacto con el Ladrón de Novias, pero mi padre ha llegado incluso a encerrarme bajo llave en mi habitación y, aun cuando fuera libre, no sabría dónde encontrarlo. Rezo para que llegue a manos de usted esta nota.

Debo partir de viaje a la casa de mi prometido dentro de dos noches. Adjunto un mapa, dibujado por mí, que indica la ruta exacta que seguirá mi carruaje. Por favor, le suplico que haga llegar esta información al Ladrón de Novias para que sepa cómo encontrarme. Comprendo que es mucho pedir por parte de una persona desconocida, pero no habría abusado de su amabilidad si no estuviera desesperada. Por favor, ayúdeme a salvar la vida.

Por siempre en deuda con usted,

Anne Barrow

Había un segundo pliego que contenía el dibujo de la ruta del carruaje. Sammie depositó los papeles sobre la mesa y lanzó un tembloroso suspiro.

Hubert tenía los ojos nublados por un velo de preocupación.

– Sammie, te has quedado blanca como la tiza ¿Qué sucede? ¿Es una nota de lord Wesley?

– No -Y sin decir palabra, empujó la carta hacia Hubert, sabiendo que no podría convencerlo de que no pasaba nada malo.

Hubert la leyó y después miró a su hermana por encima del papel con sus ojos azules agrandados por las gafas.

– Pero esto es terrible

– En efecto. He de ayudar a esa pobre muchacha -Se levantó y comenzó a pasear por la habitación-. Es necesario que haga llegar esa información al Ladrón de Novias, pero ¿cómo?

Hubert también se levantó y también se puso a pasear, al otro lado de la larga mesa de caoba.

– Si encontrásemos la cabaña a la que te llevó podríamos dejarle un mensaje. He examinado algunas muestras de cabello y de hojas que retiré de tu ropa la mañana siguiente a tu secuestro, pero…

Sammie se paró en seco y lo miró de hito en hito.

– ¿Qué dices que has hecho?

El chico se ruborizó

– Buscaba pruebas que dieran pistas de su identidad. Por desgracia, lo único que logré determinar fue lo que ya habías dicho tú: que montaba un caballo negro y que habías cruzado el bosque.

– Pero ¿para qué querías conocer su identidad? ¡No estarías pensando en cobrar la recompensa que ofrecen por su captura!

– Naturalmente que no. Aunque no dudaría un momento si te hubiera causado algún daño. No; estoy de acuerdo contigo en que ese hombre es noble y lucha por una causa justa. Simplemente deseaba poner a prueba mi inteligencia contra la suya -Una tímida sonrisa curvó sus labios-. Ya sabes que no puedo dejar un enigma sin resolver.

– Sí, lo sé, pero en este caso debes dejarlo -Sammie apoyó ambas palmas sobre la mesa y se inclinó hacia él-. No sólo podría ser peligroso para ti buscar la respuesta a ese enigma, sino también para él. Una vez que se conozca su identidad, estará acabado. Y es posible que tú salieras perjudicado también.

Hubert extendió un brazo y acarició la mano de su hermana.

– No hay de qué preocuparse, Sammie. Lo único que hice fue unos cuantos experimentos en la cámara, y no obtuve ningún resultado. Y aunque lograra descubrir su identidad, no se lo diría al magistrado.

Ella apreció la sinceridad que había en su mirada y asintió. Luego reanudó su paseo y dijo:

– En cuanto a lo de encontrar esa cabaña… es una buena sugerencia, pero podría llevarnos semanas o meses dar con ella, suponiendo que tengamos éxito. Estaba oscuro, y sin las gafas perdí completamente el sentido de la orientación. No; hemos de pensar en otra cosa -Se dio unos golpecitos con los dedos en la barbilla y continuó caminando-. Apliquemos la lógica. Necesitamos que el Ladrón de Novias se entere de la grave situación de esa joven. ¿Cómo llegan a su conocimiento los casos de las muchachas que rescata, que están a punto de casarse?

Hubert frunció el entrecejo y asintió pensativo.

– Eso ¿cómo llegan a su conocimiento? No parece probable que las conozca personalmente a todas.

– Exacto. ¿Y cómo se enteró de mi caso? ¿Cómo sabía que yo no deseaba casarme con el mayor Wilshire? Aún no se había anunciado mi compromiso, y ni siquiera mamá se hubiese arriesgado a que surgieran chismorreos antes de los arreglos formales.

Los dos se detuvieron y se miraron por encima de la mesa.

– Sólo existe un modo… -dijo Hubert

– Debió de filtrarse a través de…

– Los cotilleos de la servidumbre -dijeron ambos al unísono.

Sammie se retorció las manos.

– Sí, ésa es la única explicación lógica. No sé por qué no lo pensé antes.

– Seguramente porque no intentaban encontrar un modo de ponerte en contacto con tu secuestrador.

Sammie recogió la carta y el mapa y rodeó la mesa.

– Los chismorreos sólo pudieron partir de nuestra familia o de la del mayor Wilshire. -Tamborileó con los dedos sobre la mesa mientras su cerebro funcionaba a toda velocidad-. Debo hacer correr inmediatamente entre los ciados la noticia de la situación en que se encuentra esa joven. Aquí en la casa y en la residencia del mayor. No hay un momento que perder si queremos que la noticia llegue a tiempo al Ladrón de Novias.

– Yo iré a ver al mayor -se ofreció Hubert-. Tengo cierta amistad con el hijo de su cochero. Pero Sammie ¿y si el magistrado se entera del rumor y le tiende una trampa al Ladrón de Novias?

– Haremos todo lo posible para que el rumor no salga de estas dos familias… y rezaremos por que así sea. Es un plan peligroso, pero el Ladrón de Novias es muy listo y nosotros tenemos que intentar ayudar a esa joven.

– ¿Y si la noticia no le llega a tiempo?

Sammie arrugó la carta en sus manos, con el corazón encogido por Anne Barrow. Comprendía muy bien la desesperación de aquella pobre muchacha.

– Yo he tenido la suerte de poder librarme sola de un matrimonio no deseado, pero hay muchas mujeres que no pueden. Si el Ladrón de Novias no puede socorrerla, tendremos que idear otro plan.

– ¿Cómo?

Arrugó el ceño

– No estoy segura, pero ya pensaré algo.

Mientras Hubert se dirigía a la casa del mayor Wilshire, Sammie fue en busca de su madre, que era capaz de extender un rumor más rápido que un reguero de pólvora. Después de hablarle de la grave situación de Anne Barrow fue a la cocina y se lo contó todo a Sarah, la cocinera. Segura de que la casa entera estaría al corriente al cabo de una hora, se echó encima un chal y se puso el sombrero. De camino al pueblo para la visita cotidiana, hizo una parada en los establos para contarle la historia a Cyril.