La tarde siguiente, Eric tiró de las riendas de Emperador para detenerlo y se tocó el sombrero a modo de saludo hacia el magistrado, que se dirigía a caballo hacia él.
– Buena tardes, Straton -dijo-. Una tarde muy agradable para dar un paseo.
Adam Straton se tocó el sombrero a su vez.
– Ciertamente muy agradable, lord Wesley. Sin embargo, no he salido a dar un paseo; voy de camino a Londres. Tengo varias pistas que seguir.
Eric enarcó las cejas.
– ¿Oh? ¿Para alguna investigación en curso?
– Tienen que ver con el Ladrón de Novias
– ¡No me diga! ¿Ha capturado ya a ese maleante?
– Aún no. Pero acaba de llegarme cierta información nueva que espero nos conduzca a su apresamiento.
– Excelente. No es nada bueno que haya un bandido como ése rondando por ahí…, si bien tengo entendido que últimamente no ha cometido ninguna fechoría.
– Su última víctima fue la señorita Briggeham -confirmó Straton-, y fue un secuestro fallido. -Sus labios se apretaron formando una línea severa-. Si hubiera llegado sólo cinco minutos antes, lo habría apresado. Por desgracia, la señorita Briggeham resultó un testigo poco colaborador.
– ¿De veras?
– Sí. No dejó de mirarme furiosa y de insistir en que las acciones de ese hombre eran heroicas. En lugar de sentirse ultrajada por él, estaba irritada conmigo por hablar mal del Ladrón. -Meneó la cabeza-. Una mujer de lo más extraña.
Eric reprimió una sonrisa.
– Es obvio que sí.
– Recuerde lo que le digo, milord: el Ladrón de Novias no pasará mucho más tiempo en libertad. El secuestro fallido de la señorita Briggeham demuestra que se está volviendo descuidado. Cometerá otro error, y cuando eso suceda yo lo estaré esperando.
– Le deseo la mejor de las suertes, y espero que esa nueva información le resulte de utilidad.
– Yo también lo espero -Straton dedicó unos segundos a ajustarse los guantes y después preguntó-: ¿Qué tal se encuentra su hermana, milord?
– Va a venir a casa. La espero dentro de los próximos días. Darvin ha fallecido.
Straton pareció quedar congelado en el sitio. Tragó saliva una vez, y después dijo con voz tensa:
– Lamento mucho su pérdida
Eric no se molestó en señalar que la muerte de Darvin no suponía una pérdida para nadie, y menos aún para Margaret.
– Me aseguraré de transmitirle sus condolencias.
– Gracias. Buenas tardes, lord Wesley. -Y con un breve gesto de asentimiento hincó los talones en los flancos de su montura y se alejó al trote por el camino que llevaba a Londres.
Henchido de una macabra satisfacción, Eric encaminó a Emperador hacia Wesley Manor. Adam Straton tendría que pasar al menos dos días en Londres investigando la “información” que Eric le había preparado acerca del Ladrón de Novias. Era un plazo más que suficiente para hacer todo lo que tenía que hacer sin los ojos del magistrado pegados a su espalda. Le disgustaba engañar a Adam, pues admiraba la sinceridad y la integridad de aquel hombre tan trabajador; pero dado que el éxito de Adam en aquel particular asunto suponía la horca para él, se las arregló para superar su sentimiento de culpa.
Justo antes de adentrarse en la tupida foresta, lanzó una mirada hacia atrás. Un carruaje que apareció por el recodo del camino de Londres le hizo detener a Emperador. Se protegió los ojos del brillo del sol y observó el vehículo. Entonces se le puso todo el cuerpo en tensión al reconocer no sólo el vehículo, sino también la figura de cabello castaño que iba dentro.
¿Qué demonios estaría haciendo Samantha Briggeham regresando de Londres?
Hubert se abalanzó sobre Sammie en el mismo instante en que ésta entró en la cámara.
– ¿Y bien? -preguntó- ¿lo has conseguido?
Ella acarició su redecilla y asintió
– Lo tengo todo aquí dentro: el dinero y un pasaje a bordo del Dama de los Mares, que zarpa para América mañana por la mañana.
– ¿Ha sospechado algo Cyril?
Sammie se sintió culpable por haber engañado a su leal cochero.
– No. El pobre se creyó que estuve todo el tiempo en la librería.
Hubert aprobó con un gesto de la cabeza.
– Ahora vamos a repasar el plan una vez más para asegurarnos de que estás preparada.
– De acuerdo. -Comenzó a pasearse delante de Hubert, enumerando cada punto con los dedos- Después de cenar pondré el pretexto de que estoy cansada y me iré a mi dormitorio. Cyril se retira a las nueve. Media hora más tarde, tú y yo nos encontraremos en los establos, donde me ayudarás a ensillar los caballos. Montaré a Azúcar y conduciré a Bailarina hasta el lugar que indicaba en su carta la señorita Barrow. Calculo que tardaré una hora o una hora y media en llegar, tiempo suficiente, ya que la señorita Barrow no pasará por allí antes de medianoche.
Hubert asintió con la cabeza.
– Perfecto. Continúa.
– Cuando llegue, ataré a Bailarina cerca del camino pero oculta a la vista. Luego me esconderé y esperaré hasta que vea acercarse el carruaje de la señorita Barrow. Si aparece el Ladrón de Novias a rescatarla, sencillamente me quedaré escondida y luego volveré a casa. Si no se presenta, detendré el carruaje con la excusa de que mi caballo cojea y pediré ayuda. Mientras el cochero examina a Azúcar, yo entregaré el dinero y el pasaje a la señorita Barrow, y le diré dónde encontrar a Bailarina. Luego distraeré al cochero todo el tiempo que pueda para darle la oportunidad de escapar.
– ¿Has anotado las indicaciones para encontrar el barco y las instrucciones sobre dónde debe dejar a Bailarina para que Cyril pueda recuperarla?
– Todavía no, pero lo haré antes de cenar. Según el agente que me ha vendido el pasaje, hay unas caballerizas cerca del muelle. La señorita Barrow no ha de tener dificultad para encontrarlas. -Se ajustó las gafas sobre la nariz-. ¿Nos olvidamos de algo?
– He estado pensando en un problema potencial, Sammie. -Su mirada se tornó de preocupación-. ¿Qué pasa si no eres capaz de distraer al cochero lo suficiente para que escape la señorita Barrow? Y aunque consiga huir, ¿qué pasará si él se da cuenta de que ha desaparecido? Podría sospechar que la has ayudado tú, y en ese caso no sabemos qué podría hacerte.
– Una observación excelente. -Se dio unos golpecitos en la barbilla-. Pero ¿qué puedo hacer? No quisiera tener que golpear al pobre hombre.
– Desde luego. Podrías no golpearlo demasiado fuerte.
– Más bien estaba pensando que podría atizarle demasiado fuerte.
Hubert parpadeó.
– Oh. Bueno, eso resultaría igual de desastroso, supongo.
Una sonrisa irónica curvó los labios de Sammie.
– Es una lástima que probablemente no echará una cabezada por voluntad propia para que la señorita Barrow pueda desaparecer convenientemente. -Al pronunciar estas palabras, se quedó quieta.
Sus ojos se clavaron en los de Hubert y ambos intercambiaron una larga mirada.
– Podría darte una cosa -dijo Hubert en tono bajo y emocionado-. Se deriva de una combinación de hierbas que he inventado basándome en mis estudios de las tribus de Sudamérica. Resulta muy útil para dormir durante un rato a animales como los chimpancés, y así poder examinarlos sin correr riesgos. Eso garantizaría que el cochero echase una cabezada.
– ¿No le causaría ningún daño?
Hubert negó con la cabeza.
– Simplemente se quedaría dormido. Durante una hora o dos.
Sammie enarcó las cejas.
– Pero ¿cómo se lo voy a administrar? No puedo entregarle una copia y decirle: “Bébase esto”.
– ¿Tienes un alfiler?
– ¿Un alfiler de sombrero? ¿Para qué demonios quiero yo…?