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– Untaré la sustancia en el alfiler. Lo único que tienes que hacer es pincharlo con él.

– ¿Y no crees que se dará cuenta? -contestó ella, sin poder disimular la incredulidad en su voz.

– Para cuando se dé cuenta de que no ha sido una picadura de abeja, ya estará dormido.

Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Sammie.

– Vaya, Hubert. Eres todo un genio.

Las mejillas del muchacho se sonrojaron de orgullo. Mirando a su hermana por encima de sus gafas, le replicó:

– ¿Acaso lo dudabas?

– Ni por un instante -Alargó la mano y le revolvió su pelo rebelde-. Creo que ya hemos pensado en todo.

– Sí… excepto en que yo estaré terriblemente preocupado por ti. Ojalá me permitieras acompañarte…

– Por nada del mundo. Necesito que te quedes aquí para distraer a mamá en caso de que se percate de mi ausencia. -No agregó que no podía correr el riesgo de involucrarlo en una aventura que podía resultar peligrosa. Le apretó las manos con fuerza-. Te quiero por desear protegerme, pero no me pasará nada. Lo único que voy a hacer es entregarle a esa muchacha el dinero, el pasaje y las instrucciones y si aparece el Ladrón de Novias, ni siquiera eso será necesario.

– En tal caso, no es justo que tú hagas toda la parte divertida -masculló Hubert-. Tú ya has visto al Ladrón de Novias.

– Y si llego a verlo nuevamente esta noche, será desde lejos. Lo dices como si fuéramos a sentarnos un rato a charlar y tomar té y galletas.

Hubert agachó la cabeza y rascó el suelo con la punta del zapato.

– Ya sé que no va a ser así, pero de todos modos me gustaría ir.

– Pero no puedes -Sammie lanzó un suspiro-. Ahora que ya está todo preparado, voy a escribir las instrucciones. Te veré a la hora de cenar. -Y se marchó cerrando la puerta despacho tras ella.

Hubert apoyó las manos en la larga mesa de madera y resopló. Conocía el verdadero motivo por el que Sammie no quería que la acompañase: no deseaba que le ocurriera nada. Pero que el diablo se lo llevase, ¿qué clase de hombre sería si permitiera que su hermana anduviera trajinando por el bosque, de noche y sin compañía? Desde luego, ningún hombre en absoluto. Podía sucederle cualquier cosa y entonces jamás se perdonaría.

Así pues, la única conducta lógica era seguirla sin que ella lo supiera. De ese modo, no sólo podría protegerla, sino que correría él también una gran aventura. Y quizás, incluso, encontrara la respuesta a la pregunta que lo obsesionaba desde el secuestro de Sammie.

Posó la mirada en el experimento en que llevaba semanas trabajando. ¿Daría resultado su idea? No lo sabía, pero aquella noche lo iba a averiguar.

Y si daba resultado, descubriría la identidad del Ladrón de Novias.

13

Sammie se hallaba escondida tras un grupo de arbustos que se alzaban a un lado del camino, acariciando suavemente el pescuezo de Azúcar para tranquilizarlo. Hasta el momento todo iba transcurriendo conforme a su plan.

El corazón le palpitaba con tal mezcla de turbación y euforia, que se maravilló de que no le saltara del pecho y le cayera a los pies. Unas nubes oscurecían la luna, lo cual convenía a sus fines. Los grillos cantaban en las inmediaciones y una suave brisa con olor a tierra refrescaba su piel acalorada.

De un modo u otro, en los próximos minutos la señorita Barrow iría de camino a la libertad. Inspiró aire varias veces y experimentó una emoción atemperada por una serena determinación. Estaba obrando correctamente. Estaba en juego la vida de una joven. Bailarina estaba atada a un árbol a escasos metros de allí, completamente oculta a la vista. Desde su posición detrás de los arbustos, Sammie podía ver el camino pero sería casi imposible que la vieran a ella.

Aferrando su bolsa, que contenía el alfiler y todo lo que iba a necesitar la señorita Barrow, se asomó por encima de los arbustos y escrutó los alrededores.

¿Aparecería el Ladrón de Novias? Notó un hormigueo al pensar en ver de nuevo a aquel heroico aventurero. Por el bien de la señorita Barrow, rezó para que así fuera. Pero si no se presentaba, ella haría todo lo que estuviera en su mano para ayudar a la muchacha.

De momento, lo único que podía hacer era esperar. Y rezar para que todo saliera bien.

Ataviado con su máscara, capa y guantes de Ladrón de Novias, Eric esperaba a lomos de Campeón, oculto tras unos tupidos matorrales, con todos sus sentidos aguzados y alerta. La mezcla de euforia y precaución que acompañaba todas sus misiones de rescate le animaba y le hacía muy consciente de su entorno. Y aquella noche iba a haber un rescate. De acuerdo con la información que había recogido Arthur, la historia de la señorita Barrow era totalmente verídica.

Escrutó la zona en busca de algún ruido o movimiento y aunque no detectó nada extraño, su instinto le advirtió de que algo no encajaba. Había algo fuera de lugar. Y antes de que pudiera averiguar qué era, oyó el ruido del carruaje.

Apartó a un lado su aprensión e hizo avanzar a Campeón entre las sombras para quedar en la posición perfecta, junto al camino, para salir al paso del carruaje cuando éste doblara el recodo… si es que efectivamente llevaba la insignia de la familia Barrow. El ruido se fue acercando, y Eric acarició el pescuezo de Campeón.

– Prepárate, amigo -susurró. El caballo respondió echando las orejas hacia atrás.

Eric se inclinó hacia delante, con todos los músculos alerta y la vista fija en el recodo del camino. Entonces surgió un carruaje tirado por dos caballos bayos. Se fijó en el escudo de armas que llevaba en la portezuela, coincidía con la descripción que le había proporcionado Arthur. Respiró hondo y puso en movimiento a Campeón calculando su velocidad con precisión. Cuando el carruaje pasó por su lado, extendió un brazo y arrebató las riendas al atónito cochero y acto seguido detuvo el vehículo.

Introdujo una mano bajo la capa y sacó el ramo de flores y la nota adjunta que constituían su firma y los lanzó al asiento de cuero, al lado del cochero.

– Por todos los santos -exclamó el hombre-, usted es el maldito Ladrón de Novias.

– Silencio -ordenó Eric con la voz rasposa del Ladrón de Novias-. Colabore y no le pasará nada. Ahora voy a…

Pero se interrumpió bruscamente al percibir un movimiento al otro lado del camino. Se volvió y escudriñó los alrededores. Árboles. Espesura. Más árboles. Arbustos silvestres. Y Samantha Briggeham, que lo observaba, oculta entre la maleza.

Apretó los puños. ¡Maldición, así que efectivamente esta implicada en aquel asunto! Pero ¿cómo? No lo sabía, pero por el cielo que iba a averiguarlo. Aunque antes tenía que encargarse del cochero.

Se volvió hacia aquel hombre y al instante maldijo su grave error; en los pocos segundos en que había estado distraído, el cochero había empuñado una recia estaca de madera y su rostro mostraba una expresión de ferocidad. Eric intentó desviar el golpe que se le venía encima, pero fue demasiado tarde.

La estaca golpeó un lado de su cabeza y lo derribó del caballo. Eric aterrizó en el camino con un golpe seco que le produjo un dolor desgarrador en todo el cuerpo.

– ¡Ya te tengo, maldito! -oyó gritar a una voz que parecía llegar de muy lejos.

Y entonces se lo tragó la oscuridad y ya no oyó nada más.

Sammie permaneció detrás de los arbustos y contemplo horrorizada cómo el cochero esgrimía un palo y derribaba al Ladrón de Novias de su caballo dejándolo sin sentido.

– ¡Ya te tengo, maldito! -exclamó el hombre-. Intentabas robarme a la hija de mi patrón, ¿eh?

Entonces se oyeron golpes en la portezuela del carruaje y una voz amortiguada de mujer que procedía del interior.

– No se preocupe, señorita Barrow -voceó el cochero-. Está usted a salvo, bien encerrada con llave ahí dentro. Órdenes de su padre. -Acto seguido metió la mano bajo el pescante y extrajo una cuerda. Saltó al suelo y se acercó al Ladrón de Novias-. Me imaginaba que quizás intentases raptar a la señorita Barrow, ladrón endemoniado, y he venido preparado. Ahora voy a atarte bien atado y a entregarte al juez, y así cobraré la bonita recompensa que ofrecen por ti.