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¡Había acudido! Escrutó la zona. Junto a un carruaje vio a una mujer que seguramente era la señorita Barrow, sosteniendo un maletín de viaje. Al lado del camino se erguí un magnífico caballo negro. Basándose en lo que le había contado Sammie, dedujo que aquélla era la montura del Ladrón. Pero su euforia se transformó en consternación cuando se dio cuenta de que el grupo estaba a punto de partir. Tenía que actuar inmediatamente.

Con un ojo puesto en el Ladrón de Novias, se dirigió hacia el caballo negro. El corazón le palpitaba. Abrió la bolsa de cuero que llevaba aferrada en la mano y espolvoreó a toda prisa su contenido sobre la silla de montar, las riendas y los estribos, y acto seguido se retiró y se escondió detrás de unos tupidos arbustos.

Sintió una mezcla de frustración y euforia. ¡Ojalá tuviera un poco más de tiempo! Así habría podido vaciar los polvos en el interior de la alforja del Ladrón de Novias y abrir un pequeño orificio en el cuero para que fuera dejando un rastro que él pudiera seguir. Maldijo el fracaso de su plan original, pero por lo menos al esparcir el polvillo vería si daban resultado sus propiedades fosforescentes.

¡Y a lo mejor el Ladrón de Novias lo conducía hasta la cabaña donde había llevado a Sammie!

Segundos más tarde, el Ladrón de Novias ayudó a la señorita Barrow a montar, luego hizo lo propio detrás de ella y se internó en el bosque.

Tras cerciorarse de que no perdía de vista a Sammie, Hubert siguió al grupo. Pero se sintió desilusionado cuando al cabo de un rato se hizo evidente que se dirigían a Briggeham Manor, lo cual frustraba sus esperanzas de encontrar la cabaña del Ladrón de Novias. ¡Maldita sea! ¡Todo había salido mal! Justo antes de que el follaje diese paso al claro que conducía a su casa, el grupo hizo un alto. Hubert se acercó un poco más, sigilosamente.

– Aquí es donde nos separamos, señorita Briggeham -dijo el Ladrón de Novias con una voz grave y marcado acento-. Le doy nuevamente las gracias por su ayuda y le recuerdo la promesa que me ha hecho.

– Yo también le doy las gracias, señorita Briggeham -dijo la señorita Barrow.

– Buena suerte a los dos -contestó Sammie.

Sin pérdida de tiempo, el Ladrón de Novias hizo girar a su montura y regresó con la señorita Barrow al bosque. La oscuridad los engulló y desaparecieron de la vista.

Hubert observó que Sammie esbozaba una sonrisa, cerraba los ojos y lanzaba uno de aquellos suspiros tan largos que solían exhalar sus otras hermanas. A continuación la vio encaminarse hacia los establos.

En el instante en que ella desapareció de su campo visual, salió disparado y corrió por el prado hacia la casa. A pesar de que las cosas no estaban saliendo como había planeado, apenas podía contener su emoción por aquella aventura. ¡Realmente había visto al infame Ladrón de Novias! ¡Había oído su voz!

¿Conseguiría también, gracias a algún golpe de suerte, conocer su identidad?

14

Del London Times:

¡El Ladrón de Novias ataca de nuevo! El último secuestro cometido hace dos noches por el infame bandido ha contestado a la pregunta que bullía en la mente de todos: ¿cuándo atacará otra vez? Ha sido raptada la señorita Anne Barrow de Kent, prometida del señor Lucien Fowler. El cochero de la señorita Barrow, Niegel Grenway, informó al magistrado de que justo antes de caer víctima de una inexplicable dolencia, apareció una figura encapuchada que le hizo conjeturar que el Ladrón de Novias tiene un cómplice. La investigación se ha intensificado, y el magistrado ha jurado llevar al secuestrador, así como a los demás implicados, ante la justicia.

En relación con este mismo asunto, la Brigada contra el Ladrón de Novias informa de que, como permite que todo hombre que tenga una hija en edad casadera se una a sus filas, el número de sus integrantes ha aumentado a doscientos y crece día a día. El miembro más reciente es el padre de la última víctima, el señor Walter Barrow. La recompensa asciende actualmente a nueve mil libras.

Eric se quedó mirando fijamente las palabras que le encogían el estómago: “conjeturar que el Ladrón de Novias tiene un cómplice”. Arrojó el periódico sobre la mesa y se pellizcó la nariz. Un cómplice. Maldita sea. ¿Habría llegado a distinguir el cochero, a pesar de la oscuridad reinante, que la figura encapuchada era una mujer? ¿Le habría proporcionado al magistrado una descripción de Samantha?

Se levantó y comenzó a pasearse por el estudio. Maldición, si aquel tan Grenway había identificado a Samantha…

Se le encogió aún más el estómago y apretó los puños. Luego lo embargó un temor más intenso que el que había sentido nunca por sí mismo. Tenía que proteger a Samantha, pero para eso necesitaba saber qué le había dicho Grenway al juez. Al parecer, convenía mantener otra conversación con Adam Straton. Y, en función del resultado, decidiría si necesitaba o no suministrar a Adam alguna otra información adicional “de utilidad”.

Mientras tanto, él -o el Ladrón de Novias- debía advertir a Samantha de que tuviera cuidado con lo que le decía al magistrado si éste la convocaba. Cerró los ojos y recordó su semblante sincero y preocupado cuando lo socorrió en el bosque. Se encontraba a merced de ella, que podía haberlo entregado fácilmente. La recompensa que ofrecían por su cabeza la habría convertido en una mujer rica. Como mínimo, podría haber satisfecho su curiosidad quitándole la máscara. Pero en lugar de eso había arriesgado su reputación, su libertad y su vida para ayudarle a él y a la señorita Barrow. Estaba furioso con ella. Asustado por ella.

Ceñudo, apartó aquel turbador pensamiento; necesitaba centrarse en el hecho de que Samantha había metido las narices en un asunto que no era de su incumbencia. Sin embargo, no cesaba de acudir una idea a su mente: “Qué mujer tan increíble”.

Lanzó un suspiro de cansancio y se mesó el pelo, evitando el punto todavía sensible encima del oído. Sí, Samantha era increíble. Pero si el magistrado descubría que había socorrido al Ladrón de Novias, sería acusada de complicidad. “No permitiré tal cosa mientras me quede un hálito de vida en el cuerpo”.

Fue hasta su escritorio, extrajo un pliego de vitela del cajón superior y se preparó para escribir la carta más importante de su vida.

Sammie se encontraba de pie en la salita, contemplando su nombre pulcramente escrito en el grueso pliego de vitela color marfil. De algún modo adivinaba que la carta provenía del Ladrón de Novias; por la letra desconocida y audaz, por el modo en que había aparecido delante de la puerta de la casa, como si la hubiera depositado allí la mano de un fantasma.

Con el corazón palpitándole, rompió el sello de lacre.

Mi querida señorita Briggeham:

Le escrito para advertirla. El cochero ha informado al magistrado de que el Ladrón de Novias podría tener un cómplice. No sé si ese hombre ha conseguido ofrecer una descripción de usted, pero debe estar preparada para la posibilidad de que la llame el magistrado, ya sea en relación con lo sucedido anoche o para interrogarla nuevamente acerca de nuestro primer encuentro.

Por su seguridad, le recuerdo su promesa de no intentar ayudarme más. Le recuerdo asimismo que destruya todo lo que pueda relacionarla con la noche pasada. Ni que decir tiene que debe quemar esta nota tan pronto termine de leerla. Le alegrará saber que nuestra amiga se encuentra sana y salva de camino a una nueva vida en libertad. Le ruego que tenga mucho cuidado.