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No deseaba interrupciones cuando llevase a Samantha Briggeham a vivir la mayor aventura de su vida y le borrase de la mente todo pensamiento acerca de otro hombre, cuando aplacara la sed que tenía de ella.

Se llevó una mano a los labios y le besó la palma con aroma a miel.

– Reúnase conmigo esta noche. A las doce. Junto al lago.

Ambos intercambiaron una larga mirada, y el corazón de Eric aguardó la respuesta latiendo con fuerza.

– De acuerdo -susurró Samantha.

Ignoró la sensación de alivio que lo inundó al ver que ella consentía. Samanta preguntó:

– ¿Qué propone usted que hagamos para… -bajó todavía más la voz- lo que ya sabe?

– No estoy seguro de saber a qué se refiere con “lo que ya sabe”

Ella exhaló lo que parecía un suspiro para tomar fuerzas y dijo precipitadamente:

– ¿Qué método vamos a emplear para evitar un embarazo?

Eric se la quedó mirando, estupefacto. Jamás una mujer le había preguntado semejante cosa.

– He investigado varios procedimientos…

– ¿Ha investigado? -Gracias a Dios tenía la mandíbula firmemente sujeta, de lo contrario se le habría caído al suelo con un sonoro porrazo-. ¿Y cómo lo ha hecho?

– He hablado del tema con mis hermanas

Eric se sintió recorrido por una sensación que sólo podía calificarse como de horror.

– ¿Sus hermanas? -Dios santo, al diablo con todas sus esperanzas de guardar la discreción. Ella las había estropeado antes de empezar.

Samantha continuó:

– Ellas saben mucho del tema, aunque me temo que no me han dicho dónde puedo conseguir exactamente una esponja marina como la que me describieron -Levantó la vista hacia él con gesto esperanzado-. Supongo que usted no lo sabrá ¿verdad?

Por todos los diablos, aquella conversación no podía empeorar más. Al ver que se limitaba a seguir mirándola fijamente, ella aclaró en tono confidenciaclass="underline"

– Una de esas esponjas que evitan que el “ya sabe qué” llegue a “ya sabe dónde”.

Dios. Por lo visto sí podía empeorar. Eric le soltó las manos y se pasó las suyas por la cara.

– Samantha ¿por qué ha hablado de algo de carácter tan íntimo con sus hermanas?

– Era lo más lógico, milord, dado que no podía preguntárselo a mi madre. Necesitaba información… información que usted no quiso proporcionarme…

– Porque en aquel momento usted no la necesitaba. Seguro que sus hermanas sufrieron una conmoción cuando usted las interrogó.

– Se sorprendieron un poco, pero les aseguré que quería saberlo a efectos puramente científicos.

– ¿Científicos?

– Sí. Cuando les explique que deseaba llevar a cabo un estudio comparativo de los ciclos reproductivos de diversas especies, entre otras las ranas, las serpientes y los ratones, en relación con el ciclo humano, se mostraron bastante dispuestas a hablar del tema. Créame, no hay necesidad de preocuparse de que sospechen la verdadera razón por la que yo quería esa información.

– Pero sin duda considerarían sus preguntas… peculiares.

– No hay muco que yo pueda hacer, sobre todo en lo concerniente a cuestiones científicas, que mis hermanas consideren peculiar. Están acostumbradas a mi carácter inquisitivo. No tenemos nada que temer de ellas. -Sonrió apenas-. De modo que ya puede borrar esa expresión de alarma que tiene en la cara.

Eric reajustó al instante sus músculos faciales, molesto por haber delatado sus sentimientos con tanta claridad. ¿Estaría ella en lo cierto en su evaluación del modo en que habían reaccionado sus hermanas a sus indagaciones? ¿De verdad se habrían tragado que sólo buscaba información por motivos científicos? Si aquella afirmación la hubiera hecho otra mujer cualquiera, se habría reído de ella. Pero Samantha… En fin, tenía que reconocer que una afirmación así parecía razonable, proviniendo de ella. Sus hombros se relajaron. ¿Ranas, serpientes y ratones? Sí, aquello parecía propio de Samantha.

Pero entonces se le ocurrió una idea que le hizo entornar los ojos. Diablos ¿habría pensado en tomar como amante a otro hombre? ¿Por ejemplo, el Ladrón de Novias?

– Si ya habíamos decidido no ser amantes, ¿por qué quería esa información de todos modos?

Las mejillas de Samantha se tiñeron de rubor culpable, y él apretó los puños a los costados. No obstante, en vez de desviar los ojos, ella alzó levemente la barbilla y se enfrentó a su mirada.

– En realidad, milord, fue usted el que decidió que no debíamos ser amantes. Abrigaba la esperanza de que cambiase de opinión, y deseaba estar preparada, por si se daba el caso.

Así pues, había buscado la información por él, no por otro hombre. Esperaba que él cambiase de opinión, y por Dios que había cambiado. Sintió una mezcla de alivio y calor. Alargó la mano y de nuevo enlazó los dedos de ambos.

– En ese caso -dijo con suavidad-, me alegro de que sea qué esperar.

– Bueno, en realidad no lo sé. ¿Qué método sugiere que utilicemos?

Eric se acercó más aún, hasta que los cuerpos se tocaron apenas.

– Yo me retiraré antes de derramar mi simiente.

De pronto visualizó una imagen de los dos, desnudos, unidos en un sensual abrazo, ella envolviéndolo con sus piernas, él con su erección hundida en aquel calor aterciopelado. La sangre se le agolpó en la ingle y a punto estuvo de gemir. Cielos, si no se apartaba de ella inmediatamente, corría el peligro de besarla de nuevo… y ya no podría parar.

– Tiene mi palabra de que la protegeré, Samantha -Y le apretó los dedos, reacio a soltarla-. Hasta la doce, pues.

Ella asintió con ojos como platos, y Eric, tras obligar a sus pies a moverse, se encaminó hacia la puerta.

Sólo tenía que esperar hasta la medianoche. Doce horas más. Y entonces sería suya. La voz de su conciencia intentó hacerse oír, pero él la acalló sin contemplaciones. La deseaba. Ello lo deseaba a él. Se tendrían el uno al otro.

Cerró la puerta suavemente al salir y se dirigió con paso presuroso al vestíbulo, donde se encontró con Hubert.

– Buenas tardes, lord Wesley -lo saludó el muchacho con una amplia sonrisa.

Él le devolvió la sonrisa

– Hola Hubert, ¿Te diriges a tu cámara?

– Sí. Estoy terminando un invento nuevo: una máquina cortadora para el personal de la cocina, para ayudar a preparar la comida. -En sus ojos destelló una chispa de esperanza-. ¿Le gustaría verla?

– Me interesaría mucho, pero me temo que ahora tengo otro compromiso. ¿Te importaría que me pasara por aquí mañana?

El semblante del muchacho se iluminó.

– Por supuesto que no, milord.

– Perfecto. ¿Digamos alrededor de las dos?

– Lo estaré esperando en la cámara -Hubert bajó la cara en un gesto tímido-. A lo mejor le gustaría ver también…

Dejó la frase sin terminar, pues su mirada había quedado atrapada en las botas de montar de Eric. Frunció el entrecejo y se ajustó las gafas. Tras parpadear varias veces, irguió la cabeza de golpe y se quedó mirando a Eric con perplejidad.

– ¿Sucede algo malo, muchacho?

– Eh…, no

Negó con la cabeza tan vigorosamente que las gafas le resbalaron hasta la punta de la nariz. Miró otra vez los pies de Eric como si nunca hubiera visto unas botas de montar.

La mirada de Eric siguió la del chico, pero no vio nada inusual, excepto, quizá, que sus botas estaban cubiertas de polvo. Esbozó una amplia sonrisa y señaló:

– Por lo visto, mi ayuda de cámara ha sacado brillo a mis botas a oscuras.

Acto seguido abrió la puerta y salió a la tibia luz del sol, seguido por Hubert. Emperador estaba atado a un árbol cercano, y Eric lo montó rápidamente. Mientras se enfundaba los guantes de montar, Hubert se acercó muy despacio al caballo, mirando alternativamente la silla, las riendas y los estribos. Su rostro, pálido y contraído, exhibía un marcado ceño.

Preocupado, Eric insistió: