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– ¿Seguro que te encuentras bien, Hubert? Pareces haber visto un fantasma.

El chico levantó poco a poco la mirada. Tragó saliva de manera audible y a continuación asintió bruscamente con la cabeza.

– Me encuentro bien, milord. Sólo estoy un poco… desconcertado.

– Oh, ¿puedo ayudarte?

– No lo creo

– ¿Y estas seguro de no sentirte enfermo?

– Totalmente, milord

Eric le sonrió

– Bien. Si cambias de opinión y necesitas mi ayuda, házmelo saber. Por supuesto, eres un chico de una inteligencia extraordinaria; no me cabe duda de que resolverás ese enigma. Hasta mañana. -Hizo girar a Emperador y se alejó al trote.

Hubert se le quedó mirando con la cabeza hecha un torbellino de preguntas turbadoras. Pero había una que se destacaba sobre las demás: ¿por qué las botas, la silla, los estribos y las riendas de lord Wesley conservaban restos inconfundibles del polvo fosforescente fabricado por él mismo y que había esparcido sobre las pertenencias del Ladrón de Novias?

Buscó una explicación razonable, plausible, cualquier explicación; pero su lógica le decía a gritos que sólo cabía sacar una conclusión de aquellas pruebas irrefutables.

Lord Wesley era el Ladrón de Novias.

Pero incluso aunque aquella idea iba penetrando en su cerebro, una parte de él intentaba rechazarla. ¿Cómo podía ser? ¡Lord Wesley era un caballero! No un osado rescatador de damiselas en apuros. Poseía riquezas y un título. ¿Qué motivos podía tener para dedicarse a una empresa tan peligrosa?

Echó a andar hacia la cámara, pero se detuvo en seco cuando le vino a la cabeza una idea que lo sacudió como un puñetazo: ¿lo sabría Sammie? ¿Era consciente de que el hombre del que se había hecho amiga era el secuestrador más famoso de Inglaterra? Se sujetó el estómago revuelto.

No. Imposible. Sammie se lo habría confíado a él. Además, no sabía cómo ponerse en contacto con el Ladrón de Novias cuando recibió la carta de la señorita Barrow. Tenía que hablar con ella; tal vez pudiera ofrecerle una explicación de por qué lord Wesley llevaba encima el polvillo del Ladrón de Novias.

Dio media vuelta y entró en la casa a toda prisa. Halló a Sammie en la salita, contemplando el fuego. Ella le indicó que cerrase la puerta. Una vez que lo hubo hecho, le agarró la mano y tiró de él hacia el diván.

– He recibido una carta del Ladrón de Novias -le confió en un susurro cuando ya los dos estaban sentados-. El rescate de la señorita Barrow ha sido un éxito. -Su mirada vagó hasta la chimenea-. Te la dejaría leer, pero acabo de quemarla.

– Prudente decisión. Me alegro de que todo haya salido bien. -Se secó las palmas húmedas en los pantalones y se aclaró la garganta-. Hum, Sammie ¿alguna vez te has preguntado quién es el Ladrón de Novias?

Sammie apretó los labios.

– Más de una vez he especulado sobre eso, pero en realidad no tiene importancia. Lo que importa es su labor, su misión – Estrechó la mano de Hubert-. Comprendo que tu curiosidad se sienta frustrada por ese misterio, pero debes olvidarlo. Si alguien descubriera la identidad de ese hombre, su vida correría un grave peligro.

Hubert experimentó cierto malestar en el estómago. Carraspeó de nuevo y dijo:

– Hace un momento he visto a lord Wesley saliendo de aquí.

Sammie se ruborizó al instante, y comenzó a juguetear con el encaje de su vestido.

– ¿Ah, sí?

– Sí -la miró con más atención y le preguntó- ¿te gusta?

El rubor se intensificó.

– Naturalmente. Es todo un caballero.

Hubert sacudió la cabeza, frustrado por su incapacidad para formular las preguntas adecuadas.

– No; me refiero a si sientes… algo por él -No habría creído posible que el rostro de su hermana se encendiera aún más, pero así fue-. Lamento preguntarte algo tan personal -se apresuró a decir-. Es sólo que, bueno, yo… yo sólo deseo tu felicidad -terminó como mejor pudo.

Ella lo miró con ternura y le tocó la mejilla.

– Soy muy feliz, Hubert. Mi trabajo en la cámara me llena y supone un reto para mí, y disfruto ayudándote. Tú me haces feliz.

– Y lord Wesley… ¿también te hace feliz él?

Los ojos de Sammie adquirieron una expresión soñadora que él estaba acostumbrado a ver en sus otras hermanas.

– Sí -contestó ella con suavidad-. Mi amistad con lord Wesley me agrada bastante.

Hubert apretó los labios. No hacía falta ser un genio para deducir que la amistad de Sammie con lord Wesley le agradaba muchísimo. Y a juzgar por lo que él había presenciado, al parecer lord Wesley también sentía algo por ella. Maldición, ¿cómo podía arriesgarse a hablar con Sammie de la prueba de los polvos fosforescentes? ¿Y si estuviera equivocado? Peor aún ¿y si estuviera en lo cierto?

Quizás lord Wesley tenía pensado contárselo él mismo, quizá tenía la intención de abandonar sus actividades como Ladrón de Novias o quizá no había nada que contar ni abandonar. Si le hablara a Sammie de sus sospechas, era posible que estropease toda posibilidad de que ella y lord Wesley tuvieran de ser felices, de tener una vida en común.

Pero ¿y si lord Wesley era en efecto el Ladrón de Novias?

– Sammie ¿qué harías si te enteraras de que un pretendiente tuyo no ha sido del todo… sincero contigo? -inquirió en un tono que esperaba sonase natural.

Ella frunció el entrecejo, pero al punto se iluminó su mirada al creer comprender.

– ¿Por qué? ¿Hay alguna joven que te interese?

Hubert estuvo a punto de tragarse la lengua. Sintió un calor que le humedeció la cara y el cuello. Antes de que pudiera recuperar la voz para responder, Sammie tomó las manos de él en las suyas.

– ¿Quieres hablarme de eso?

Él negó con la cabeza sin decir nada.

– Muy bien. Pero recuerda que la sinceridad es crucial, Hubert. Ya sé que tú jamás hablarías a una joven con palabras falsas y rezo para que ella sepa devolverte la cortesía. Las mentiras destruyen la confianza y sin confianza no hay nada. Yo jamás tomaría en cuenta la posibilidad de tener un futuro con alguien que me engañase.

Una sensación de incomodidad recorrió a Hubert de arriba abajo. No, no podía hablarle a Sammie de los polvos fosforescentes, por lo menos sin antes verificar sus sospechas. Y sólo existía un modo de verificarlas.

Tendría que encararse con lord Wesley.

15

Aquella noche, Sammie llegó al lago a la diez y media. No tenía previsto llegar tan temprano, pero no había sido capaz de permanecer ni un minuto más en su casa. Le atraían el aire fresco de la noche, los ruidos nocturnos y los olores húmedos del bosque.

Él llegaría en menos de dos horas. El hombre que iba a ser su amante. Y se embarcaría en la aventura más emocionante de su vida. Con un hombre que para ella se había vuelto muy importante; un hombre por el que innegablemente sentía algo… muy profundo.

Cerró los ojos y notó que el corazón le palpitaba desbocado, tal como le había sucedido durante toda la jornada. ¿Cómo sería? “Maravilloso. Como todo lo que ya has compartido con él, sólo que más”. Sintió un calor intenso al recordar su contacto, sus besos, su forma de mirarla. Lanzó un profundo suspiro; él ya le había hecho sentir cosas desconocidas, y de ese modo le había despertado el deseo de sentir más. Lo único que esperaba era que su falta de experiencia no empañase la relación entre ambos.

Fue caminando hasta su lugar favorito, una pequeña cala oculta por un afloramiento rocoso y altos matorrales. Se sentó sobre una piedra grande y plana y fijó la vista en el agua. Aquel frescor era como un bálsamo para su piel acalorada.

Se quitó los zapatos y las medias. Al ver que no soportaba pasar un minuto más paseándose por su habitación, había cogido una camisola de más y había salido en dirección al lago, pues sabía que nada la aliviaba tanto como un chapuzón. Tenía tiempo de sobra para secarse y volver a vestirse antes de que llegara lord Wesley.