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Se deshizo del vestido y lo dejó cuidadosamente doblado encima de la piedra. Se quitó las gafas y las puso con esmero dentro de un zapato. Después cubierta sólo con la camisola, penetró en el agua fría hasta que le llegó a la cintura. Aspiró el olor a tierra mojada y exhaló un suspiro de satisfacción. Acarició con las manos la superficie de cristal al tiempo que cerraba los ojos y se movía en círculo, permitiendo que aquella serena quietud le relajara los músculos y la fuera calmando.

De pronto oyó el chasquido de una rama. Abrió los ojos de golpe y se volvió hacia el ruido. Entonces vio una mancha borrosa de pie en la orilla. El corazón le dio un brinco, pero antes de que pudiera decir nada, llegó a sus oídos una voz suave y profunda:

– Al parecer, los dos nos hemos adelantado.

Eric quedó paralizado, de pie en la recogida cala, al verla en el lago con el agua hasta la cintura, vestida sólo con una camisola y con el resplandor de la luna en los hombros. Había llegado temprano, pues no había sido capaz de permanecer más tiempo en su caso pensando en Samantha, deseándola. Esperaba que ella acudiese con unos minutos de adelanto, pero no había imaginado… aquello. Era como si los dioses le hubieran puesto allí mismo su fantasía, como un festín.

Sin apartar la mirada de Samantha, se quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo. A continuación, se desanudó la pajarita y se la quitó también. Luego, sin la menor vacilación, se metió en el agua sin detenerse hasta que estuvo delante de ella, que lo miró sin pestañear con una expresión de perplejidad y sobresalto.

Él le cogió las manos y bajó la cabeza hasta que ambas frentes se tocaron.

– Confío en que ya no me verás borroso.

Samantha negó con la cabeza e hizo chocar las dos narices.

– No. Pero has echado a perder tu ropa. Y tus botas.

– Tengo más.

Eric se inclinó un poco hacia atrás para absorberla con la mirada. Llevaba el pelo sujeto con una sencilla cinta. Sus ojos parecían enormes y en ellos se veía una mezcla casi sobrecogedora de turbación y anhelo. Parecía temblarle la boca, y Eric experimentó el impulso de tocarla, de besarla, con una intensidad tal que estuvo a punto de lanzar un gemido.

Puso las manos de ella sobre su camisa mojada, a la altura del pecho.

– Me han dicho que has nadado en este lago -susurró.

Por el semblante de Samantha cruzó una expresión de vergüenza.

– Los chismosos suelen fijarse en lo que ellos consideran una conducta excéntrica. Estoy segura de que tú te escandalizaste como Dios manda.

– No. Me sentí fascinado. -Su mirada se posó en sus senos, que pugnaban contra la delgada tela de la camisola-. No te haces idea de cuántas veces te he imaginado así. Mojada. Esperándome.

– ¿En serio?

– Sí -“Casi constantemente”

Le pasó un dedo por la mejilla, el mentón y el cuello, observando las emociones que fueron desfilando por sus ojos. Todas las preguntas que pudiera haber albergado al contemplarla así, inmóvil, deseando seguir adelante según lo previsto, se evaporaron al ver el deseo que había en su mirada.

La mano continuó su lento recorrido rozando la garganta y después deslizándose hacia abajo para acariciar la curva del seno. Ella dejó escapar una leve exclamación, y entonces Eric recogió agua en sus manos y dejó caer un fino chorro sobre su hombro. Uno de aquellos reguerillos resbaló hasta el pecho. Hipnotizado, repitió varias veces la operación dejando escurrir el agua entre sus dedos sobre la piel de Samantha, iluminada por la luz de la luna.

– Allí donde te toca el agua -le dijo con suavidad-, tu piel relumbra como la planta.

Ella se aferró a su camisa.

– Según la ley de Newton -murmuró con un hilo de voz-, a toda acción le sigue una reacción igual pero opuesta.

– Ah. Por eso cuando yo te toco así… -ahuecó sus manos en la plenitud de sus pechos-, ¿cuál es tu reacción?

– Un… estremecimiento.

– ¿Y cuando hago esto…? -Acarició los pezones a través de la camisola mojada y tiró suavemente de ellos al tiempo que amoldaba la blanda carne a sus palmas.

– Oh, Dios… -Ella echó la cabeza atrás y dejó escapar un largo gemido-. Un temblor. Por todas partes.

– ¿Y esto? -Lentamente le deslizó los tirantes de los hombros para dejar al descubierto sus pechos altos y redondeados, de pezones erectos.

– Se me olvida respirar.

Eric se sintió traspasado por el deseo, afilado como un cuchillo. Con un ronco gruñido, bajó la cabeza y comenzó a lamer delicadamente uno de aquellos pezones enhiestos, después el otro. Ella se retorció, todavía asida a su camisa como si fuera un salvavidas. Tras deslizar un brazo alrededor de sus caderas y sostenerle la cabeza con el otro, la inclinó hacia atrás y atrapó un pezón con la boca. La acarició con los labios y la lengua, paladeando su piel de satén, recreándose en la rápida inspiración que hizo ella, seguida de un profundo gemido que lo excitó aún más. Su mano se deslizó hacia abajo, hasta sus redondos glúteos, para apretarla más contra él, presionando su blandura femenina contra su erección.

En ese momento lo inundó un torbellino de deseo y perdió toda noción de tiempo y espacio. Resonó en su mente aquel “mía, mía, mía” mientras le iba bajando la camisola con los dientes. Recorrió con los dedos la piel que iba revelando, al tiempo que dejaba un rastro de besos ardientes por su cuello, hasta fundir la boca de ella con la suya.

Sintió la sangre correr por su venas y latirle con fuerza en los oídos. Ninguna mujer, jamás, le había sabido así: tan dulce, tan caliente y sedosa, tan deliciosa que le parecía poder besarla durante días sin saciarse. Exploró todos los cálidos secretos de su dulce boca memorizando cada textura, mientras sus manos vagaban cada vez con mayor urgencia por su espalda.

Necesitaba aminorar el ritmo, saborear cada uno de sus gemidos, pero, tal como había sucedido antes, ella lo privó de toda sutileza. No había previsto hacerle el amor por primera vez de pie en el lago, pero al parecer no podía parar; diablos, ni siquiera era capaz de frenar un poco. El corazón le retumbaba igual que un martillo. Era como si su propia piel hubiera encogido dos tallas y estuviera a punto de estrangularlo. Deseaba, necesita sentir las manos de Samantha en su cuerpo.

Se apartó y aspiró una profunda bocanada de aire.

– Tócame, Samantha. No tengas miedo.

Los ojos de ella brillaron de incertidumbre.

– No sé qué tengo que hacer. No quiero disgustarte.

Eric se hubiera echado a reír si le hubiera sido posible.

– No es muy probable que ocurra eso. -Se desabotonó rápidamente la camisa y a continuación se pasó la mano de ella por el pecho. Un ronco gemido surgió de su garganta. Soltó su mano y le dijo: -Hazlo otra vez.

Ella le acarició el pecho y notó cómo se contraían los músculos bajo aquel leve contacto.

– ¿Te gusta? -le preguntó, extendiendo los dedos sobre su piel y con los ojos iluminados por la sorpresa.

– Dios, sí.

Cada vez más audaz, ella posó la otra mano en su pecho y fue bajándola lentamente hacia las costillas.

– ¿Cuál es tu reacción cuando hago esto? -indagó

Eric necesitó de toda su voluntad para quedarse quieto y permitir que lo explorase.

– Me late con fuerza el corazón.

Samantha le acarició las tetillas.

– ¿Y eso?

Él se movió ligeramente y frotó su erección contra ella.

– Me excita.

Samantha abrió unos ojos como platos. A continuación, Eric le tomó una mano y la deslizó sobre su pecho y abdomen, y luego la sumergió en el agua y apretó su rígida erección contra la palma de ella.

– Tú me excitas. De manera inequívoca, casi insoportable. Hay muchas palabras con i para describir el efecto que ejerces en mí.

Los dedos de Samantha se erraron sobre el tierno miembro, y él apretó los dientes al sentir una oleada de placer. Aguantó con dificultad aquel dulce tormento mientras ella le recorría el miembro con los dedos, descubriéndolo a través del pantalón. Su mirada permanecía fija en la de él y Eric vio cómo absorbía todo lo que sentía él, junto con el candente deseo que ardía en sus propios ojos.