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Sin apartar la mirada, se desabrochó los pantalones y liberó su dolorido miembro. Samantha lo rodeó con los dedos, lo cual le cortó la respiración. El agua fría no atemperó su ardor, y la mano de ella lo envolvió igual que un tibio guante.

Que Dios lo ayudara, porque no sabía cuánto podría aguantar así. Los dedos de Samantha se movían, matándolo de placer, con cada caricia. Pero cuando lo presionaron ligeramente, Eric le aferró la muñeca.

– ¿Te he hecho daño? -murmuró ella con preocupación.

Él le apretó la muñeca más fuerte.

– No. Pero cuando haces eso… -Tragó saliva.

De pronto los ojos de Samantha se iluminaron al comprender.

– ¿Cómo reaccionas? -preguntó con voz turbia.

– Hace que me olvide de que contigo debo ir despacho. Me olvido de tu inocencia.

Ella flexionó los dedos sobre su carne dolorida y le arrancó un gemido.

– No me siento precisamente inocente -susurró-. Me siento decadente. Y perversa. Y… deseosa.

Dios, él sí sabía lo que era desear, desear hasta tener la sensación de arder en llamas. Desear hasta sentir que te ardían las entrañas.

– Quiero tocarte más -susurró ella.

Incapaz de negárselo, él le soltó la muñeca. Samantha deslizó la mano arriba y abajo, enardeciéndolo hasta hacerle perder todo vestigio de autodominio. Se esfumó todo su aire mundano, su experiencia, el dominio de su propio cuerpo. Las manos le temblaron y las rodillas le flaquearon. Y todo por causa de ella. No existía nada excepto ella. El contacto de sus manos. La sensación de su piel. Lo abrumó la necesidad de estar dentro de ella. Ahora. Antes de que explotara en sus manos.

Asió el borde de su camisola y tiró hacia arriba.

– Agárrate de mis hombros y rodéame las caderas con las piernas -gruñó en un tono apenas reconocible.

Samantha lo hizo y se abrió a él. Eric deslizó una mano entre ambos, bajo la camisola y comenzó a acariciarla en un lento movimiento circular, observando cómo ella cerraba los ojos. Sus dedos se le hincaron en los hombros y sus inspiraciones se volvieron largas y profundas.

– Mírame -ordenó Eric.

Cuando ella abrió los párpados, él experimentó una intensa satisfacción masculina al ver su expresión lánguida y divertida. Le dijo:

– Di mi nombre.

Los labios de Samantha se entreabrieron para emitir un suspiro:

– Lord Wesley

– No, mi nombre de pila -Abrió sus suaves pliegues y jugueteó lentamente antes de introducir un dedo-. Dilo.

– Eric -susurró ella.

Sintió que su calor aterciopelado le envolvía el dedo, y su erección dio un respingo. Samantha estaba caliente, dispuesta. Y él no podía esperar más.

Retiró el dedo muy despacio, lo cual provocó un suave gemido de protesta. Con la mirada clavada en la suya, la tomó por las caderas y se guió hacia aquel calor que lo aguardaba. Al topar con su virginidad se quedó quieto, pues de improviso le golpeó el significado de lo que estaba haciendo. Estaba a punto de arrancarle su inocencia, de deshonrarla de manera irreparable. Pero, por el cielo, a no ser que ella le rogara que se detuviera, ya no había vuelta atrás.

– Todavía no hemos terminado, ¿verdad? -preguntó Samantha con tanta consternación reprimida que Eric se habría echado a reír. Pero, en cambio, elevó una plegaria de agradecimiento porque ella no le hubiera pedido que parase.

– No, cariño, no hemos terminado. Pero cuando rompa tu virginidad, probablemente te dolerá un instante.

Ella le acarició la cara con los dedos mojados.

– No puede dolerme más que la idea de no compartir esto contigo. No te detengas, quiero saberlo todo…, vivir todas las sensaciones.

Rezando para no lastimarla, Eric le apretó las caderas con más fuerza y la atrajo hacia abajo al tiempo que él empujaba hacia arriba. Samantha abrió los ojos y soltó una exclamación ahogada, un sonido que a él lo conmovió.

– Dios, lo siento -dijo, haciendo un esfuerzo para no moverse-. ¿Estas bien?

Maldición, ¿habría sido demasiado brusco? Debería haber tenido más cuidado. Hacerlo más lentamente. Pero es que ella casi le había vuelto loco…

– Estoy… bien.

“Gracias a Dios”. Pero su alivio se transformó al instante en tortura sensual. Su cálida feminidad lo envolvió como un guante de seda, y de repente puso en duda su capacidad para retirarse cuando llegara el momento. Haciendo rechinar los dientes para resistir aquel placer casi insoportable, permaneció inmóvil para darle tiempo a ella de adaptarse a la sensación de tenerlo dentro. Una miríada de emociones cruzaron por su rostro… sorpresa, asombro y después placer, que unos segundos más tarde dejó paso al deseo.

– En realidad estoy… -Movió las caderas y entonces Eric profundizó ligeramente, sintiendo la caricia de su fuego líquido. Samantha hincó los dedos en sus hombros y lanzó un prolongado suspiro al tiempo que cerraba los ojos-. Oh, Dios…

Aferrado a sus caderas, Eric se movió dentro de ella con una lentitud insoportable que estuvo a punto de acabar con él, retirándose hasta casi salir de su cuerpo, sólo para penetrarla nuevamente y llenarla. Cada vez que profundizaba más, Samantha lo así con más fuerza, hasta que Eric se encontró temblando de inflamado deseo. Su respiración se trocó en una serie de rápidos jadeos irregulares, que coincidían con las inspiraciones entrecortadas de ella conforme las embestidas iban siendo cada vez más fuertes y rápidas y el agua se arremolinaba, lamiendo sus cuerpos agitados. Eric temió que su intensidad pudiera asustarla, pero Samantha se movía a la par que él, jadeando de la misma forma.

– Eric -gimió.

Sus piernas lo ceñían igual que un torniquete y sus brazos le rodeaban el cuello, presionando sus senos contra el pecho de él.

Eric la tenia aprisionada, la abrazaba con tal fuerza que no sabía dónde terminaba la piel de ella y dónde comenzaba la de él. Notó el orgasmo de Samantha reverberar en todo su cuerpo; su corazón retumbó contra el suyo, sus caderas se sacudieron y su resbaladiza intimidad vibró alrededor de él, ahogándolo en el mismo torbellino que la arrastró a ella.

En el instante en que Samantha se dejó caer sobre él, Eric se retiró, incapaz de contener su propio orgasmo un segundo más. La estrechó con fuerza y hundió el rostro en su fragante cuello, su erección presionada entre ambos al tiempo que alcanzaba el clímax con un estremecimiento.

No tenía ni idea de cuántos minutos transcurrieron antes de que su respiración se regularizase y por fin pudiera levantar la cabeza. Cuando lo hizo, Samantha se inclinó hacia atrás todo lo que se lo permitieron los brazos que la ceñían y clavó su mirada en la de él.

Sus ojos despedían un brillo de incredulidad.

– Dios del cielo -susurró-. Ha sido… -su voz terminó en un suspiro.

– Increíble -aventuró él

– Indescriptible -confirmó ella

– Inolvidable

Samantha le recorrió el contorno de la boca con el dedo.

– Cuántas palabras con i para describir el efecto que has provocado en mí, Eric.

Él le besó el dedo y a continuación lo chupó despacio.

– Cuántas palabras con i para describirte a ti, Samantha -dijo.

Ella bajó la vista y Eric se dio cuenta de que la había hecho ruborizar.

– No sabía que la gente hiciera… esto en el agua.

– Yo tampoco

La mirada de Samantha se posó en él.

– ¿Quieres decir que tú nunca has…?

– ¿En un lago? No. Ésta ha sido la primera vez.

El rostro de Samantha se iluminó con una sonrisa de genuina satisfacción y a Eric se le cerró la garganta al ver la imagen encantadora y sensual que ella ofrecía.