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– Me alegro de que para ti también haya sido agradable -dijo Samantha-. Temía que mi falta de experiencia te decepcionase.

Por un instante su corazón se quedó vacío y al momento se inundó de una ternura que nunca había experimentado. ¿Cómo podía no saber que era una mujer fascinante, en todos los aspectos? “Porque son muchos los necios que no ven lo que tienen delante de las narices”. Idiotas. Con todo, egoístamente no podía negar que lo que otros no habían sabido reconocer ni admirar en Samantha de algún modo la hacía pertenecerle más a él.

Le apartó un mechón de pelo mojado de la cara y le dijo:

– Te aseguro que jamás en mi vida me he decepcionado menos. Desde luego, no es una sensación que tú me hayas inspirado nunca. A ti no te falta nada, Samantha. En ningún sentido.

Nuevamente la vio ruborizarse y bajar la mirada.

– He reparado en que te has retirado antes de…

– Te prometí que así lo haría -“Y no tienes ni idea del esfuerzo que me ha costado; casi acaba conmigo”.

Samantha alzó de nuevo los ojos y susurró:

– No sabía que la semilla de un hombre era tan… caliente.

¿Caliente? Diablos, más atinado sería decir hirviente. Había sentido un calor tan abrasador como para caldear todo aquel condenado lago. El solo hecho de recordar la sensación de tenerla a ella enroscada a su cuerpo y él hundido en lo más hondo de su interior, le hacía renacer el deseo.

– Creo que lo mejor es que salgamos del lago antes de que nos quedemos ateridos -“Antes de que vuelva a hacerte el amor”-. No tenía la intención de hacerte el amor por primera vez en el agua.

En sus ojos despertó la curiosidad.

– Oh. ¿Y qué tenías planeado?

– Llevarte a una pequeña cabaña que hay en mi propiedad -La miró a los ojos y se le alteró el pulso- ¿Te gustaría acompañarme allí ahora?

Ella dijo sólo una palabra, la única que él deseaba oír.

– Sí.

16

Del London Times:

La Brigada contra el Ladrón de Novias cuenta ya casi con quinientos miembros, y el precio que ponen a la cabeza del bandido ha aumentado a diez mil libras. A estas alturas, no existe un solo lugar de Inglaterra donde pueda esconderse. Ciertamente, sus días están contados.

A la mañana siguientes, antes de reunirse con sus padres y con Hubert en la salita del desayuno, Sammie se miró en el espejo de cuerpo entero de su dormitorio.

¿Cómo era posible que tuviera el mismo aspecto cuando todo había cambiado completa e irrevocablemente? ¿Cómo podía ser que todas las cosas extraordinarias que estaba sintiendo no se reflejaran en el exterior, salvo quizás el color que le teñía las mejillas?

Se rodeó con los brazos y cerró los ojos para permitir que acudieran a ella los recuerdos de la noche anterior. Ni en sus sueños más audaces hubiese imaginado las intimidades que habían compartido Eric y ella, primero en el lago y luego en la cabaña. La sensación indescriptible de yacer desnuda frente a un hombre que exploraba lentamente su cuerpo con las manos y los labios, despertándole una pasión que jamás se había sentido capaz de experimentar.

Y luego la increíble belleza de explorar a su vez el cuerpo desnudo de él, reclinado delante del fuego, cuyo resplandor iluminaba un fascinante despliegue de planos y músculos masculinos. Caricias sin fin y susurros mientras él le enseñaba cómo darle placer y descubría lo que le daba placer a ella. Besos largos, profundos y lentos, que le llegaban al alma. Ciertamente había sido la aventura de su vida… y mucho más.

Abrió los ojos y contempló a la mujer anodina que reflejaba el espejo ¿Qué había visto Eric en ella? La noche anterior la había adorado como si fuera una reina y sin embargo era innegable que un hombre como él podía tener la mujer que quisiese. Pero, por increíble que fuera, la deseaba a ella.

¿Durante cuánto tiempo?

“No pienses en eso”, le advirtió el corazón, pero su cerebro rehusó escuchar. Sería una necedad creer que podría mantener interesado a Eric durante mucho tiempo. ¿Cuánto tardaría en cansarse de ella? ¿Una semana? ¿Un mes? Sintió una aguda punzada al pensar en la posibilidad de separarse de él, de no volver a verlo nunca. O peor: de verlo y tener que fingir que entre ellos no había ocurrido nada; saber que él disfrutaba con otra mujer de las intimidades que había compartido con ella.

Le invadió una oleada de celos impotentes ante la idea de que él acariciara a otra mujer… o de que alguien más lo tocase, lo excitase, le diese placer. Se sujetó el estómago y luchó por reprimir las lágrimas que le quemaban los ojos, en un valiente intento de disipar aquel pensamiento antes de que el corazón se le partiera en dos. “Eres una tonta. Se suponía que esto iba a ser una aventura, y mira lo que has hecho: te has enamorado de él”.

¿Por qué no había reparado antes en algo tan desastroso? ¿Por qué no se había preparado? ¿Por qué no se le había ocurrido que podría perder el corazón por él? No sólo poseía cada uno de los rasgos que ella admiraba en una persona, sino que además llenaba todos los rincones de su mente de fantasías románticas que ella debería desechar por ridículas e ilógicas, pero en cambio la inundaban de… amor.

Un extraño sonido surgió de su garganta, y cubrió los escasos metros que la separaban de su escritorio con paso inseguro antes de dejarse caer en la dura silla de madera. Intentó desoír su voz interior, pero fue en vano: lo amaba. Lo amaba sin remedio, sin esperanza. Había una palabra que describía cómo quedaría ella cuando terminara la relación entre ambos: destrozada.

Él pasaría a la mujer siguiente, y ella se quedaría sin nada excepto los recuerdos, porque no concebía tomar jamás otro amante; su alma y su corazón pertenecían a Eric.

Se incorporó y comenzó a pasear por la habitación. Cuanto más tiempo permitiera que continuase su relación con Eric, más intenso sería su sufrimiento cuando ésta terminara. Sabía con dolorosa certeza que lo único que haría sería enamorarse más de él y no podría ocultarlo porque no era buena actriz.

Se detuvo y ocultó la cara entre las manos. Santo Dios, qué humillante sería que él supiera… que la compadeciera por aquellos sentimientos sin esperanza. Pero ¿qué otra cosa podía hacer salvo compadecerla? No había posibilidad de que él correspondiera aquellos sentimientos; tal vez la tratara con amabilidad o le profesara cierto afecto, pero nunca se enamoraría de ella, nunca querría desposarla y pasar el resto de su vida a su lado. Recordó lo que él había dicho: “No tengo intención de casarme nunca”.

Ella tampoco sentía deseos de casarse, una decisión que hasta entonces le había resultado muy fácil mantener. ¿Por qué iba a querer pasar toda la vida con un hombre que no respetara su dedicación al estudio científico? Abrigaba la esperanza de hacer algún día una aportación importante a la medicina con su crema de miel, cosa que Eric sí respetaba. Ahora, por primera vez, caía en la cuentea de que no tenía que renunciar a sus sueños para satisfacer a un hombre.

Pero el hombre al que ella quería había dejado bien clara su aversión al matrimonio. ¿Por qué tenía una opinión tan terca al respecto? Sacudió la cabeza. Aunque sentía curiosidad, al final los motivos de él no importaban. No deseaba casarse y ya está. Y aun cuando algún día cambiara de idea, por supuesto escogería una esposa joven y bonita perteneciente a la aristocracia.

Su sentido común le decía que pusiera fin a la relación. De inmediato. Antes de arriesgar más el corazón. Pero éste se rebelaba y la instaba a aferrarse con uñas y dientes al tiempo que pudiera conservar a Eric consigo, y disfrutarlo mientras durase. Tenía una vida entera para remendar su corazón.

Quizás. Con todo, sospechaba que el corazón no se le curaría nunca. Y que nunca podría soportar que Eric la compadeciese. Y que nunca lograría esconder lo que sentía por él. Por su propio bien, para evitar enamorarse de él de un modo del que no podría recuperarse jamás, tenía que poner fin a la relación.