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Hubert alzó ligeramente la barbilla y agregó:

– Sammie lo aprecia a usted. No juegue con sus sentimientos.

Eric sintió admiración por aquel muchacho, aun cuando sus palabras lo abofetearon con la culpa.

“Sammie lo aprecia”. Que Dios lo ayudara, pero él también la apreciaba a ella… más bien demasiado.

– No pienso hacerle daño -aseguró a Hubert-. Entiendo perfectamente y respeto tu deseo de proteger a tu hermana; yo siento lo mismo por la mía. Ella es la razón por la que hago… lo que hago.

Hubert agrandó los ojos.

– Reconozco que me preguntaba cuál era el motivo.

– Nuestro padre la obligó a casarse. Yo no pude salvarla, así que desde entonces salvo a otras.

La expresión de Hubert decía a las claras que de pronto lo comprendía todo, y ambos intercambiaron una larga mirada ponderativa. A continuación Eric le tendió la mano.

– Me parece que nos entendemos el uno al otro.

Hubert le estrechó la mano con firmeza.

– Así es. Y permítame decirle que para mí es un honor conocerlo.

Los hombros de Eric se relajaron.

– Vaya. Yo estaba a punto de decir lo mismo -Soltó la mano del chico y acto seguido señaló la puerta con la cabeza-. Quisiera presentar a nuestras respectivas hermanas. ¿Está en casa la señorita Briggeham?

– Cuando yo vine a la cámara, estaba leyendo en la salita.

– Perfecto.

Y salieron del laboratorio, Eric delante. Parpadeó para adaptarse al resplandor del sol; vio a Margaret sentada en un banco de piedra del jardín y alzó una mano a modo de saludo. Ella le devolvió el gesto y se puso en pie. Había recorrido la mitad de la distancia que los separaba cuando de pronto su hermana se detuvo y pareció clavar la mirada en algo situado a la espalda de él.

Eric se volvió y quedó petrificado. Notó que Hubert llegaba a su lado y que aspiraba aire con fuerza.

Caminando hacia ellos, con expresión severa, se acercaba Samantha.

A su lado venía Adam Straton, el magistrado.

17

A medida que Sammie y el magistrado se aproximaban a la cámara, ella trataba de disimular su desasosiego. La inesperada visita de Straton con el fin de volver a interrogarla sobre su secuestro por parte del Ladrón de Novias la había puesto muy nerviosa. Aunque sus preguntas no indicaban con claridad que sospechara que ella hubiese hecho algo malo, no podía evitar preguntarse si habría descubierto de algún modo su participación en el rescate de la señorita Barrow. Se sintió aliviada cuando él anunció que se marchaba, pero cuando lo acompañaba a los establos en busca de su montura, acertaron a ver a lord Wesley y a Hubert saliendo de la cámara.

El corazón le dio un vuelvo al ver a Eric, y para consternación suya, Straton cambió de dirección al momento y se encaminó hacia la cámara murmurando que le gustaría hablar un instante con el conde. Mientras se esforzaba por caminar al paso de las largas zancadas del magistrado, se fijó en una mujer que por el sendero del jardín se acercaba a Eric. Advirtió el parecido que había entre ambos, y la reconoció al instante gracias al retrato que había visto en Wesley Manor. Iba vestida de negro y Sammie experimentó afecto por ella; justo aquella misma mañana su madre había mencionado que la hermana de lord Wesley había enviudado recientemente.

Cuando Straton y ella se unieron al trío frente a la cámara, el grupo entero permaneció inmóvil unos segundos, una escena muda formada por un quinteto de diversas expresiones.

Samantha intentaba ocultar su incomodidad, pero no estaba segura de conseguirlo. Hubert miraba fijamente a Straton como si fuera un fantasma. El semblante de Eric, que también miraba al magistrado, se veía totalmente inexpresivo. Al igual que Hubert y Eric, la hermana tenía la vista clavada en el mismo hombre, con los ojos muy abiertos y la cara pálida. Sammie miró al señor Straton, cuya atención estaba centrada en la hermana de Eric. Por algún motivo, el aire que rodeaba al grupo estaba cargado de tensión… o quizá sólo se lo parecía a ella debido a la ansiedad que sufría.

Eric rompió el silencio. Inclinó la cabeza hacia ella y el magistrado y les dijo:

– Buenas tardes. Permítanme que les presente a mi hermana, lady Darvin. Ésta es Samantha Briggeham y el señor Straton, el magistrado.

Sammie realizó una reverencia y dirigió una sonrisa a la mujer.

– Es un placer conocerla.

La tristeza se adivinaba en la media sonrisa que le dedicó lady Darvin, lo cual provocó un sentimiento de compasión en Samantha, no sólo por la pérdida de su esposo sino también porque su matrimonio no había sido feliz.

– También es un placer para mí, señorita Briggeham -contestó lady Darvin-, aunque yo diría que nos habíamos visto hace años, en alguna velada.

Straton se adelantó y ejecutó una rígida reverencia.

– Es un honor verla de nuevo, lady Darvin.

Las pálidas mejillas de la aludida se tiñeron de color y bajó la mirada al suelo.

– A usted también, señor Straton.

– Mis condolencias por la pérdida de su esposo

– Gracias.

Siguió otro incómodo silencio y Samantha se preguntó por qué Eric no le había mencionado la visita de su hermana.

Por fin habló Eric

– ¿Qué le trae a la casa de los Briggeham, Straton?

– Deseaba formular a la señorita Briggeham unas preguntas más sobre su desgraciado encuentro con el Ladrón de Novias.

Sammie se mordió el interior de la mejilla y rogó que no la delatasen sus sentimientos. No le convenía que precisamente el magistrado sospechara de ella.

– ¿Le han sido de alguna utilidad esas pistas que andaba siguiendo? -inquirió Eric

– No han servido para nada. Pero he recibido cierta información que parece ciertamente alentadora.

Eric alzó las cejas.

– ¿De veras? ¿Algo que pueda contarnos?

– Una de las víctimas que fueron raptadas el año pasado ha escrito a su familia. Esta mañana me ha traído la carta su padre. En ella tranquiliza a su familia y les dice que se encuentra bien. No revela su paradero, aparte de decir que está viviendo en América y que recientemente ha contraído matrimonio. El dato más interesante es que viajó a América con un pasaje y dinero que le proporcionó el Ladrón de Novias la noche en que la raptó. -Straton se acarició el mentón-. He de decir que me siento aliviado. Esta nueva prueba por lo menos demuestra que el Ladrón de Novias no asesinó a esa muchacha.

De los labios de Sammie brotó una exclamación de impaciencia.

– Por el amor de Dios, señor Straton, no creerá usted que el Ladrón de Novias causa algún daño a las mujeres a quienes socorre, ¿verdad? Siempre deja una nota en la que lo explica.

Straton le dirigió una mirada penetrante.

– Así es. Pero hasta esta carta no había ningún rastro de sus víctimas. No tengo ninguna prueba de que alguna de ellas siga con vida, excepto un puñado de notas de un delincuente buscado por la justicia.

Ella levantó la barbilla.

– Yo diría que esa prueba soy yo, señor Straton. Como puede ver, el Ladrón de Novias no me causó daño alguno; de hecho, tomó toda clase de precauciones respecto de mi seguridad.

– Salvo por el detalle de raptarla, claro.

Sammie experimentó una punzada de irritación. Abrió la boca para continuar discutiendo, pero Eric se le adelantó:

– Seguro que podrá servirse de esa nota para localizar a esa mujer e interrogarla.

Sammie clavó su mirada en el conde, consternada.

El semblante del magistrado se endureció.

– Ya he tomado medidas a tal efecto. Hasta ahora el Ladrón de Novias ha logrado escapar, pero pronto lo atraparemos. Peinaré el país de arriba abajo hasta dar con él.

En ese momento se oyó un sonido apenas audible pero familiar que atrajo la atención de Sammie hacia Hubert. El muchacho tenía el rostro extrañamente pálido y permanecía inmóvil, recto como un palo, excepto por la rítmica flexión de sus dedos, que producía un débil chasquido. Era algo que hacía sólo cuando algo lo angustiaba sobremanera. Estaba claro que las palabras de Straton lo habían alterado, un sentimiento que ella compartía plenamente.