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– ¿El país? -repitió Eric-. Hubiera creído que un criminal como él se ocultaría en Londres. Allí hay literalmente miles de edificios y callejuelas donde esconderse. Sin duda ese rufián se oculta entre las chabolas o junto a los muelles.

Sammie apretó los labios y rogó que no se le notaran la decepción y la angustia que le causaron las palabras de Eric. ¿Por qué tenía que considerar un delincuente al Ladrón de Novias y hacer sugerencias que podían conducir a su captura? Aunque ansiaba hacer oír su opinión, no se atrevió a pronunciar palabra por miedo a hablar de más y empeorar la situación.

– Antes yo también creía que el Ladrón de Novias se encontraría en Londres -dijo Straton-, pero empiezo a sospechar que prefiere el campo. Es un hombre que posee medios económicos y contactos para comprarles a esas mujeres un pasaje para otro país y entregarles fondos para comenzar una vida nueva. Según todas las descripciones, su montura, un magnífico semental negro, vale el rescate de un rey y a pesar del alto precio que han puesto a su cabeza, no ha aparecido nadie que afirme mantener un animal así. Ello me induce a pensar que tiene un establo propio.

Eric se acarició el mentón y asintió lentamente.

– Una teoría interesante. -Esbozó una leve sonrisa-. No le envidio el trabajo que le va a costar meter las narices en todos los establos de Inglaterra.

– Espero que eso no sea necesario. Basándome en los lugares donde se ha llevado a cabo la mayoría de los secuestros, considero muy posible que ese bandido actúe desde algún punto de las inmediaciones, probablemente dentro de un radio de cincuenta millas. Con la ayuda de la brigada, que cada día es más numerosa, no debería resultar difícil rastrear esta zona.

A Sammie se le hizo un nudo en el estómago. Parecía como si el círculo se fuera estrechando. Si pudiera advertir de algún modo al Ladrón de Novias… pero no podía faltar a la promesa que le había hecho. Y por supuesto él no necesitaba que ella le advirtiera de los peligros que corría. Los conocía de sobra.

– Estoy pensando en solicitar varios voluntarios que me ayuden personalmente a realizar el peinado de la zona -continuó Straton, al tiempo que dirigía una mirada especulativa a Eric-. ¿Le interesaría lord Wesley?

– Será un placer para mí ayudar en lo que pueda -respondió Eric sin dudarlo-. Poseo contactos en varios establos de las cercanías y en muchos de aquí a Brighton. Con gusto haré averiguaciones para usted.

A Sammie se le cayó el alma a los pies. ¡Eric estaba desempeñando un papel activo en la captura del Ladrón de Novias! Estaba ofreciendo sugerencias lógicas, la ventaja de los contactos que él poseía, además de mostrarse dispuesto a presentarse voluntario. ¡Gracias a Dios ella nunca le había confesado sus encuentros con el Ladrón de Novias!

Sintió angustia y alarma, y además se dio cuenta de que había cometido un error terrible. ¿Cómo podía haberse enamorado de un hombre que tenía opiniones tan distintas de las suyas, un hombre tan deseoso de acabar con el Ladrón de Novias? ¿Y por qué, a pesar de su disparidad de criterios sobre aquella cuestión, seguía amándolo? “Porque en todos los demás aspectos es maravilloso. Él nunca ha visto al Ladrón de Novias, no lo conoce tan bien como tú. Si lo conociera, también lo vería como un héroe”.

Pero una sola mirada a su tranquilo perfil bastó para marchitar esa esperanza.

Santo Dios, jamás en su vida se había visto en semejante disyuntiva. La investigación para descubrir a su héroe iba estrechando su cerco igual que un nudo corredizo, y el hombre al que amaba ayudaba a la ejecución. Visualizó una imagen del Ladrón de Novias caminando hacia la horca y tuvo un fuerte presentimiento.

Hubert se aclaró la garganta y atrajo su atención.

– Si me disculpan, he prometido a mi padre jugar una partida de ajedrez y ya se me hace tarde.

Todos se despidieron de él y el chico se fue hacia la casa, caminando al doble de su velocidad habitual. Sammie se lo quedó mirando con preocupación; se veía a las claras que estaba alterado y sabiendo que él consideraba al Ladrón de Novias un hombre noble que luchaba por una causa justa, era evidente que se sentía ansioso de huir de aquella conversación. No pudo reprochárselo; ella ansiaba hacer lo mismo. Pero antes tenía un par de cosas que decirle a Eric.

Se volvió hacia él… y lo encontró mirándola fijamente, con una concentración que le cortó la respiración, la misma intensidad candente con que la había mirado mientras exploraba su cuerpo. Al instante le vino a la memoria el recuerdo de él desnudo, totalmente excitado, arrodillado entre las piernas de ella. Sintió un calor repentino, como si una cerilla le hubiera prendido fuego al vestido. Miró a hurtadillas a lady Darvin y a Straton y sintió alivio al ver que estaban entretenidos en admirar uno de los rosales de su madre. De modo que se inclinó hacia Eric y le susurró:

– Necesito hablar contigo. En privado.

Luego se irguió y contuvo un suspiro de frustración. Por más que deseara hablar con Eric de inmediato, la cortesía dictaba que ofreciera unos refrigerios. Así pues. Tendría que llevarse a Eric a un aparte antes de que se fuera.

– ¿Les apetece entrar en la casa a tomar un té?

– Gracias, señorita Briggeham -dijo lady Darvin- pero me temo que el cansancio del largo viaje ha hecho mella en mí. Creo que me iré a casa, pero con gusto vendré a verla otro día. -Al momento surgió la preocupación en los ojos de su hermano, y ella le apoyó una mano enguantada en la manga-. Me encuentro bien, sólo fatigada. Conozco el camino de regreso a Wesley Manor. Por favor, disfruta de la visita -Se volvió hacia Sammie-. Ha sido un placer verla de nuevo, señorita Briggeham y también conocer a su hermano.

– Gracias, lady Darvin. Espero que pronto nos veamos de nuevo.

Eric miró alternativamente a Sammie y a su hermana

– No quiero que te vayas a casa sola, Margaret.

– Será un honor para mí acompañar a lady Darvin a casa en mi carruaje -terció Straton.

– Eso no es necesario -rehusó ella con tono tenso.

Eric le sonrió

– Tal vez no sea necesario, pero me quedaría más tranquilo si supieran que te acompañan hasta la puerta. Yo te llevaré el caballo cuando me vaya.

Lady Darvin puso cara de querer negarse, pero de pronto aceptó con un gesto brusco de la cabeza. Tras despedirse, Straton le ofreció el codo. Lady Darvin posó la punta de los dedos en su brazo y ambos echaron a andar por el sendero que conducía a los establos.

En el momento mismo en que desaparecieron de la vista, Eric aferró a Sammie de la mano y la condujo hacia la cámara. Muy bien. Ella no quería que oyesen su conversación. Cuando entraron, Eric cerró la puerta y se apoyó contra la madera, contemplándola con los ojos entornados. Ella le devolvió la mirada sin hacer caso del calor que la invadía. ¿Cómo se las arreglaba para afectarla de aquel modo sólo con mirarla? Era absolutamente ilógico. Y de lo más irritante.

Eric se separó de la puerta y se acercó a ella despacio, hasta que quedaron a escasa distancia el uno del otro.

– ¿Querías hablar conmigo?

Obligándose a concentrarse a pesar de la perturbadora proximidad de él, Sammie asintió con la cabeza.

– Es en relación con lo que le has dicho al señor Straton sobre el Ladrón de Novias.

– Entiendo. ¿Y es del Ladrón de Novias de lo que habéis hablado el señor Straton y tú durante su visita?

– Sí. Me ha formulado la misma clase de preguntas que la noche en que fui secuestrada por error. Naturalmente, no he podido arrojar más luz sobre el tema. Pero en cuanto a lo que has dicho tú de ayudarlo a capturar a ese hombre, y eso de ofrecerte a hacer averiguaciones…