– Lo único que me daba un poco de felicidad era el hecho de pensar en mi casa, en poder regresar aquí algún día.
Un montón de preguntas bullían en su cabeza. ¿Qué le habría ocurrido en Cornualles para ser tan infeliz? Estaba claro que la separación de su casa y de su hermano la habían afectado grandemente. Maldijo su propia estupidez por no haber tenido en cuenta dicha posibilidad, pero es que simplemente había dado por sentado que Margaret florecería en aquel entorno nuevo. Se la había imaginado presidiendo veladas elegantes, siendo festejada y admirada por todo el mundillo social. Y aun cuando se le hubiera ocurrido que tal vez no fuera feliz, ¿qué podría haber hecho él? Nada.
Aunque el matrimonio de Margaret le rompió el corazón, ella tuvo que casarse según los deseos de su madre. Y era correcto que lo hiciera así; su padre deseaba su bien y se quedaba tranquilo al saber que su hija iba a vivir mimada por un caballero noble y acaudalado que besaría el suelo que ella pisara. Y en cambio no había sido feliz ¿Tal vez no le había mostrado afecto lord Darvin? Parecía imposible creer tal cosa; ¿qué hombre podría no amarla hasta la locura? No, tenía que haber otro motivo…
De pronto, la respuesta le golpeó como un puñetazo. Sin duda, la causa de su infelicidad era el hecho de que no había tenido un hijo. Recordó haberla oído decir en más de una ocasión lo mucho que anhelaba tener una gran familia y que él disimuló su profunda pena tras una sonrisa, sabedor de que jamás podría casarse con ella ni por lo tanto ser el primero en darle los hijos que quería. Le embargó la compasión y, sin pensarlo, cubrió sus manos entrelazadas con la suya. Ella abrió los ojos ligeramente, pero no hizo ningún ademán de rechazo. Con el corazón acelerado como si hubiera corrido una milla, Adam le dijo:
– Espero que el hecho de estar en su casa le traiga la felicidad que usted se merece, lady Darvin.
Ella lo estudió durante unos segundos con una expresión que él no supo descifrar y luego murmuró:
– Gracias -Y volvió a fijar la vista en el camino que se abría frente a ellos-. Ahora me gustaría ir a casa.
– Por supuesto
Retiró la mano de mala gana, pues sabía que no iba a tener otra oportunidad de tocarla de nuevo tan íntimamente. Sacudido por un torbellino de emociones contradictorias, asió las riendas con fuerza y puso en movimiento los caballos, en dirección a Wesley Manor.
Sammie creía que la hora que había pasado Eric tomando té en la salita con ella y con sus padres había transcurrido de forma bastante inocente, pero cuando el conde se marchó se dio cuenta de su ingenuidad.
– Oh, ¿te has fijado, Charles? -comentó Cordelia sin aliento
Su padre la miró por encima de sus lentes bifocales
– ¿En qué?
– En que lord Wesley está cortejando a nuestra hija.
Sammie casi se ahogó con un sorbo de té. Mientras intentaba recuperar el resuello, su padre frunció el entrecejo y dijo:
– Naturalmente que he visto a Wesley. Resultaba imposible no verlo, sobre todo teniendo en cuenta que lo tenía sentado justo enfrente de mí. Pero lo único que le he visto hacer es beber té y dar buena cuenta de estas galletas. A propósito, están muy buenas.
Cordelia agitó la mano con gesto impaciente.
– Lord Wesley no tomaría el té con nosotros, si no hubiera un motivo. Está cortejando a nuestra hija, te lo digo yo. Oh, estoy deseando contárselo a Lydia…
– ¡Mamá! -exclamó Sammie. Tosió varias veces y al cabo consiguió respirar con normalidad-. Lord Wesley no me está cortejando.
– Por supuesto que sí -Cordelia juntó las manos y su rostro adquirió una expresión de entusiasmo-. Oh, cielos, Charles, ¡nuestra querida Samantha va a ser condesa!
A Sammie la asaltó una sensación de alarma. Cielo santo, ¿cómo no había previsto una reacción así en su madre? Sin duda, la visita del magistrado, unida a su turbadora conversación con Eric en la cámara, había interrumpido su razonamiento lógico. Además, había descartado que alguien se creyera que Eric iba a cortejarla por considerarlo completamente ilógico, y sin embargo había ocurrido, delante de sus narices. Últimamente le estaba sucediendo algo horrible a su lógica, y el momento no podía haber sido peor.
En fin, tenía que poner fin a aquello enseguida, antes de que su madre comenzase a hacer planes para una boda que no iba a celebrarse nunca. De modo que se levantó del diván, se acercó su madre y le tomó las manos.
– Mamá, lord Wesley ha venido hoy por invitación de Hubert. A ver a Hubert. A ver el último invento de Hubert. ¿Lo entiendes?
Cordelia la miró exasperada
– Pues claro que lo entiendo, Samantha. Pero está claro que la visita a Hubert ha sido sencillamente una estratagema para verte a ti. -Un brillo ladino apareció en sus ojos-. Lo he observado detenidamente y lo he pillado mirándote en cierto momento con una expresión que sólo podría describirse como “interesada”.
– Estoy segura de que tenía una mota de polvo en el ojo -replicó Sammie, intentando contener la desesperación que se le quería colar en la voz.
– Tonterías -Cordelia le acarició la mejilla-. Créeme, querida. Una madre sabe de estas cosas.
Sammie aspiró profundamente para calmarse.
– Mamá, te aseguro que el conde no tiene el menor interés en convertirme en condesa. -Aquello, por lo menos, era verdad-. Te ruego que no malinterpretes lo que no es más que simple cortesía por su parte, porque en ese caso no me cabe duda de que interrumpirá su amistad con Hubert. Ya sé que tu intención es buena, pero seguro que comprendes lo embarazoso que resultaría tanto para lord Wesley como para mí que se sugiriera que él es un pretendiente.
– Yo no lo veo así en absoluto. Lo que veo es que uno de los solteros más codiciados de Inglaterra se ha encaprichado de mi hija. ¿No estás de acuerdo, Charles? -Al ver que él no contestaba, le lanzó una mirada de fastidio- ¿Charles?
El padre de Sammie, cómodamente arrellanado en su sillón favorito, despertó con un resoplido.
– ¿Eh? ¿Qué sucede?
– ¿No estás de acuerdo en que Samantha sería una condena digna de admirar?
– Mamá, sería una condena espantosa.
– Cielos, me he quedado dormido sólo un instante. ¿Me he perdido una propuesta de matrimonio? -preguntó su padre, parpadeando detrás de su bifocales.
– ¡No! -contestó Sammie casi gritando. Santo Dios, aquella situación se había desmandado totalmente, y la obligaba a reforzar su decisión de poner fin a la relación con Eric aquella misma noche, antes de que su madre mandara anunciar las amonestaciones- Entre lord Wesley y yo no hay nada. -“O no lo habrá a partir de esta noche”- Ni se te ocurra hacer correr el rumor de que ese hombre tiene algún interés en mí. No pienso tolerar que te entrometas.
Su madre la contempló con expresión atónita.
– No me estoy entrometiendo…
– Sí te entrometes. Y con ello no vas a conseguir nada, excepto hacer que me siente incómoda. ¿Es eso lo que quieres?
– Claro que no -replicó su madre, casi ofendida- Pero…
– Nada de peros, mamá. Y se ha terminado lo de hacer de casamentera. -Sammie dejó escapar un profundo suspiro-. Ahora, si me perdonas, tengo varias cartas que escribir. -Salió de la salita y cerró la puerta tras ella con un leve golpe.
Cordelia se quedó mirando la puerta cerrada y soltó un bufido de frustración. Después se volvió hacia su esposo y le clavó una mirada con los ojos entornados cuando él musitó algo sospechosamente parecido a “bien hecho, Sammie”.
¡Oh, qué situación tan irritante! Un conde, prácticamente caído en su puerta como un regalo del cielo y ella era la única que sabía ver aquella oportunidad de oro. Claro que el deber de una madre era ver dichas oportunidades, pero que tanto Sammie como Charles fueran tan obtusos le resultaba inconcebible.