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La humillación podía ser mayúscula. Ya le parecía estar oyendo los chismorreos: “Oh, qué tremendo y ridículo que es que la pobre y excéntrica Samantha Briggeham y su madre se hayan hecho ilusiones de que Wesley vaya a hacer la corte a una muchacha tan anodina”. Sin duda el rumor llegaría a oídos de Eric y Sammie sintió una profunda mortificación al pensar en su inevitable respuesta: “¿Hacer la corte a la señorita Briggeham? Qué tontería ¿Por qué iba yo a hacer algo así?” Oh, claro que procuraría disfrazar su rechazo con términos más amables, pero el resultado final sería el mismo.

Se sintió arder de vergüenza y apretó el paso por el sendero de flores. Unos minutos después llegó a la verja, sin resuello. Se acomodó en un banco de piedra flanqueado por fragantes rosales y cerró los ojos. Al instante visualizó una serie de imágenes de la noche anterior, y escondió su rostro ruborizado entre las manos.

“Cielo santo, ¿qué he hecho?”. Lo único que quería era compartir las maravillas de la pasión con el único hombre que se la había inspirado, un hombre al que respetaba y admiraba, un hombre que había sido su amigo. Pero también era un hombre, tal como había descubierto hoy, que sostenía unas opiniones diametralmente opuestas a las suyas. Una razón más para poner fin a la relación.

De sus labios escapó un sonido a medio camino del sollozo y la carcajada, al congratularse por lo afortunada que era de que nadie sospechase el verdadero alcance de dicha relación. Dios bendito, pero si Eric no había hecho más que tomar el té con su familia y ya su madre abrigaba la esperanza de casar a su hija amante de los libros con un conde. Si Eric fuera a visitarla de nuevo por algún motivo… en fin, no habría manera de detener a su madre. Tal como estaban las cosas, su desilusión iba a reverberar en todos los salones de Briggeham Manor, sin duda durante décadas.

¡Ojalá no se hubiera enamorado de él! Sí, tendría sus recuerdos, pero también se había condenado a sí misma al profundo dolor de un corazón destrozado. Bajó las manos y lanzó un suspiro tembloroso. Estaba claro que no podía arriesgarse a pasar otra noche con Eric; cuando llegara, tendría que decirle de inmediato que su relación había terminado… por el bien de los dos.

Le subió el corazón a la garganta y luchó por reprimir las lágrimas que le abrasaban los ojos. No habría una última noche de pasión en sus brazos, ninguna otra oportunidad de tocarlo de nuevo, de saborear sus besos, de demostrarle, con las palabras que no sabía decir, lo mucho que lo amaba. No habría más tiempo para formar los recuerdos que la sustentarían durante toda la vida. No tenían futuro. Él era el hombre inadecuado para ella en todos los sentidos.

Su apasionada aventura había terminado… e iba a pagarlo con todo su corazón.

En la salita, Cordelia Briggeham observaba a Lydia, que parecía bastante incómoda, y ocultó expertamente su sonrisa satisfecha detrás de la taza de té. La noche había ido todavía mejor de lo que esperaba. No sólo Lydia estaba que trinaba por la visita de lord Wesley y el interés de éste por Samantha, sino que además Cordelia le había propinado una buena paliza jugando al piquet. Contempló a Lydia por entre sus pestañas y se apresuró a tomar otro sorbito de té para tragarse su regocijo. Ciertamente, Lydia parecía un gato que acabara de recibir un desagradable baño.

Como su triunfo no le permitía permanecer quieta, Cordelia se levantó y fue hasta las ventanas francesas. Penetraba una frisa fresca y con olor a flores procedente de los jardines. En ese momento advirtió un destello de color que le hizo volver la vista hacia un sendero lateral que se internaba en el jardín. La taza de té se le detuvo a medio camino de la boca y el ceño le arrugó la frente. ¿Qué demonios estaba haciendo Samantha allí a aquellas horas de la noche? ¿Por qué no estaba durmiendo, si se había retirado varias horas antes?

Diablos, la joven y su conducta excéntrica iban a acabar con ella. Sin duda pescaría un resfriado y estaría enferma la próxima vez que viniese a visitar lord Wesley…

Mientras escrutaba la oscuridad que rodeaba a su hija, le dio un brinco el corazón. Había algo muy extraño -¿tal vez furtivo?- en aquel paseo nocturno. Cordelia entrecerró los ojos, pero se reprendió por aquellas sospechas. Seguro que Sammie jamás… y a lord Wesley no se le ocurriría…

No; estaba descartado que se tratase de una cita amorosa. ¿O no? Por supuesto, si hubieran acordado encontrarse, desde luego sería maravilloso… eh… preocupante.

Regresó a toda prisa al diván y depositó la taza sobre la mesa de caoba.

– Lydia, hace una noche estupenda. Vamos a dar un paseo.

Lydia se la quedó mirando como si le hubiera salido un tercer ojo en la frente.

– ¿Un paseo? ¡Pero si son casi las once!

– Hubert ha plantado un esqueje nuevo en mi jardín, algo que ha creado en su cámara. No recuerdo qué nombre tiene, pero se supone que florece sólo de noche. Ardo en deseos de ver si ha florecido.

– ¿Una planta que florece por la noche? -repitió Lydia con un destello de curiosidad en los ojos.

– Sí. Si ha florecido, te daré algunos injertos -Seguro que aquel aliciente convencía a Lydia; se moriría si Cordelia tuviera una flor que no tenía ella.

– Bueno, supongo que si llevamos una linterna para no torcernos un tobillo…

– No podemos llevar linternas. Ni hablar más alto que susurrando. Una luz o un ruido y ¡pff!… -chasqueó los dedos bajo las narices de Lydia-, las flores se cerrarían instantáneamente. -Al ver que su amiga titubeaba, Cordelia soltó un suspiro exagerado-. Claro que si estás demasiado cansada… es comprensible en una mujer de tu avanzada edad.

Lydia se puso en pie como si tuviera un muelle gigantesco debajo de las posaderas.

– Sólo tengo dos años más que tú, Cordelia. Te aseguro que estoy muy en forma.

– Por supuesto que sí, querida. ¿Por qué no te sientas otra vez antes de que te hagas daño en tu delicado persona? -Extendió una mano solícita hacia Lydia, la cual se colocó ágilmente a su lado y le dirigió una mirada asesina.

– Desde luego que no pienso sentarme. Tu sugerencia de dar un paseo no ha hecho sino estimularme. Ahora que lo pienso mejor, opino que un paseo en silencio y a oscuras por los jardines en busca de unas plantas que florecen por la noche es una idea excelente.

– Bien, si insistes, Lydia…

– Por supuesto que sí.

Lydia levantó la barbilla y se encaminó hacia la puerta como una reina dirigiéndose a su trono. Cordelia la siguió de cerca, mordiéndose las mejillas por dentro para contener su sonrisa de triunfo.

Exactamente a las once en punto, Eric desmontó de Emperador y lo ató a un árbol cercano a la verja de los Briggeham. Cuando se aproximaba a la entrada divisó a Samantha sentada en un banco de piedra y se detuvo. Parecía sumida en sus pensamientos. ¿Estaría pensando en la noche anterior? Contempló su perfil y dejó que acudieran a su mente los recuerdos de aquella apasionada velada; reprodujo en su mente cada caricia sensual, cada sabor exquisito, que le llenaron a un tiempo de anhelo y de una intensa sensación de pérdida.

Reanudó la marcha en dirección a Samantha. Casi la había alcanzado cuando una ramita crujió bajo su bota, y ella se puso en pie nerviosamente y se volvió hacia él. La bañaba la luz de la luna, y el corazón de Eric sufrió un extraño vuelco al recorrerla lentamente con la mirada, reparando en su moño ligeramente desaliñado y en su sencillo vestido de muselina. Luego volvió la mirada a su rostro. Samantha lo miraba a través de sus gruesas gafas con ojos serios. Sacó la lengua para humedecerse los labios y Eric imitó el gesto de forma involuntaria, imaginando su sabor a miel.

Caminó hacia ella despacio y sólo se detuvo cuando los separaban escasos centímetros. El puso le latía el doble de lo normal mientras la admiraba con ojos ávidos… la mujer que amaba, la mujer que no podía tener, la mujer que muy probablemente no volvería a ver nunca una vez que se separara de ella esa noche.