Выбрать главу

Que Dios lo ayudase, no deseaba otra cosa que llevársela consigo, repetir la pasión y el placer que habían compartido la noche anterior. La miró a los ojos y sintió que su fuerza de voluntad se le escapaba igual que los granos de arena a través de un cedazo. Tenía que decirle que su relación había terminado, ya, antes de que los deseos e impulsos de su corazón lo cegasen.

– Tengo algo que decirte -dijeron los dos al unísono.

Se miraron, sorprendidos, durante varios segundos. Después, aliviado por postergar unos momentos más lo inevitable, Eric inclinó la cabeza.

– Las damas primero

– Está bien -Samantha respiró hondo y lo miró con ojos llenos de sentimiento-. Llevo horas tratando de buscar la manera adecuada de decírtelo, pero no estoy segura de que exista, así que simplemente tendré que decirlo sin más. Deseo poner fin a nuestra… relación.

Eric tuvo la sensación de que el aire abandonaba sus pulmones. ¿Ella deseaba poner fin a la relación? Él había sufrido tanto, preocupado por la posibilidad de herirla, ¡y resultaba que ella ya no lo deseaba! Se le atascó en la garganta una exclamación de incredulidad; si hubiera podido, se habría echado a reír de su propia vanidad.

Ciertamente, debería sentirse aliviado por aquel inesperado giro de los acontecimientos que lo eximía de la responsabilidad de tomar la iniciativa. Lo único que tenía que hacer era asentir y marcharse. Se quedó inmóvil, aguardando a sentir la felicidad que debería estar sintiendo, pero era obvio que aquélla no era precisamente la palabra adecuada para definir las emociones que lo embargaban. Más bien se parecían a un intenso dolor que maldijo para sí.

– ¿Puedo preguntar por qué? -inquirió con rapidez.

Ella entrelazó las manos y se dio la vuelta hacia un seto alto y perfectamente recortado, dejando que Eric contemplara su espalda. Su nuca. La delicada curva de su cuello, que él sabía que tenía sabor a miel y tacto de seda.

– Por muchas razones. Temo que si prolongamos nuestra relación, nos arriesgaremos a que nos descubran y en cualquier caso no era más que algo temporal… -Hizo una pausa y cuadró los hombros-. Tu visita de hoy ha conseguido que mi madre conciba la falsa esperanza de que me estás cortejando. He hecho todo lo posible para convencerla de que se equivoca, pero es muy persistente en estos asuntos. Además, últimamente he descuidado mi trabajo en la cámara. Deseo dedicar mis energías a avanzar en mis experimentos y quizás incluso a planear un viaje al continente. Así pues, creo que lo más prudente, y lo más lógico, es que no nos veamos más. En ningún sentido.

Una furia irrazonable e injustificada atenazó a Eric igual que un grillete.

– Mírame -articuló con los dientes apretados.

Ella se volvió lentamente hacia él. Sus ojos relucían enormes, pero por lo demás parecía perfectamente serena, hecho que lo molestó todavía más.

– ¿De modo que quieres poner punto final a nuestra amistad y también a nuestra relación? -le preguntó.

A Samantha el corazón le dio un vuelco.

– Es lo mejor

Se abatió un silencio sobre ambos. Samantha tenía toda la razón, por supuesto. A Eric la cabeza le decía que le deseara buena suerte y se fuera, pero su voz y su cuerpo se negaron a colaborar.

Tras lo que le pareció una eternidad, en realidad menos de un minuto, ella preguntó:

– Y tú ¿qué querías decirme?

“Que te amor. Que quiero que seas mi mujer, mi amor, la madre de mis hijos. Quiero ver el mundo contigo y compartir todas esas aventuras con las que sueñas: explorar las ruinas de Pompeya, pasear por el Coliseo, visitar los Uffizi, contemplar las obras de Bernini y Miguel Ángel, nadar en las cálidas aguas del Adriático… Quiero decirte que no deseo que transcurra un solo día de mi vida sin ver tu sonrisa, oír tu risa ni tocar tu cuerpo y que muero por dentro al saber que jamás tendré esas cosas contigo”.

Intentó que sus facciones compusieran una expresión tímida, nada seguro de conseguirlo.

– Lo curioso es que yo tenía la intención de sugerirte lo mismo… por las mismas razones que has expuesto tú.

– En…tiendo -Samantha miró al suelo unos segundos, luego alzó el rostro y le obsequió con una débil sonrisa-. Bien, entonces, según parece estamos de acuerdo. Te deseo una vida larga y próspera. Para mí ha sido un… un gran placer conocerte.

Se movió como para decirle adiós y marcharse tranquilamente.

Antes de que su sano juicio pudiera evitarlo, Eric alargó una mano de pronto y la agarró del brazo.

Sintió un agudo dolor que lo abrasaba por dentro, arañándole las entrañas. ¿Cómo podía marcharse sin más?

Samantha miró la mano que la sujetaba y clavó sus ojos en los de él.

– ¿Hay algo más, milord?

Eric notó que algo saltaba en su interior al oír aquel tono inexpresivo y el uso formal de su título. Maldición, quería oírla pronunciar su nombre, tal como lo había susurrado la noche anterior, cargado de deseo, cuando él estaba en lo más profundo de su cuerpo, antes de que el mundo y sus leyes y sus responsabilidades conspirasen para robarle aquella mujer.

– Sí, Samantha, hay algo más.

Y entonces la atrajo hacia sí y le dio un beso abrasador, desesperado e indignado.

Ella permaneció inmóvil y sin reaccionar durante varios segundos, pero entonces gimió, se alzó de puntillas y le devolvió el beso. Toda cordura la abandonó cuando él la estrechó entre sus brazos, perdido en la sensación de sus blandas curvas pegadas a su cuerpo. Eric exploró su boca con una posesividad primitiva y una falta de delicadez que en otras circunstancias le habrían horrorizado. Su lengua acarició la de ella con rítmica ansia, a la par del mantra que se repetía en su cabeza: “mía, mía, mía”.

No tuvo noción del tiempo transcurrido hasta que el beso dejó de ser una confrontación salvaje de labios, lenguas y alientos y se transformó en un encuentro pausado, lánguido y profundo que hizo fluir un deseo turbio y candente por sus venas. Deslizó una mano hasta su nuca par hundirla en su caballo y soltar las horquillas, que cayeron al suelo en silencio. Los bucles suaves y fragantes se derramaron sobre sus dedos mientras su otra mano descendía para acariciar la femenina curva de sus nalgas. La garganta de Samantha emitió un gemido de placer. Se movió contra él y su erección respondió con una sacudida.

– Samantha -susurró contra sus labios-. Yo…

En ese momento se oyó una sonora exclamación que interrumpió lo que esta diciendo. Ambos se volvieron en dirección al sonido.

A menos de tres metros de ellos estaban Cordelia Briggeham y Lydia Nordfield, ambas con la boca abierta y los ojos como platos.

Samantha aspiró profundamente y se zafó con brusquedad de los brazos de Eric, como si le quemasen. Pero el daño ya estaba hecho.

Entonces, los labios de la señora Briggeham formaron una o perfecta por la cual salieron gorjeos entrecortados. Se llevó el dorso de la mano a la frente con gesto melodramático, dio unos pasos tambaleantes hasta el banco de piedra y a continuación se desplomó gorjeando en un elegante desmayo.

19

Sammie contempló con horror a su madre hábilmente desvanecida. La humillación y la vergüenza se abatieron sobre ella como piedras caídas del cielo y la aplastaron hasta dejarla casi sin respiración. Sintió el impulso de negar a gritos, de afirmar que había un malentendido, pero no había manera de refutar la evidencia. Aunque Eric y ella no hubieran sido sorprendidos en un abrazo apasionado, ninguno de los dos podía disimular su cabello y sus ropas desaliñados.

– Charles, mis sales -pidió Cordelia, agitando débilmente la mano