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Eric dejó la copia vacía sobre el escritorio con brusquedad

– ¿Y condenarla a una vida de peligros con un marido que en cualquier momento podría verse arrastrado a la horca? ¿A una vida en la que podrían considerarla sospechosa de conspiración simplemente por su relación conmigo?

– Entonces no debería haberle puesto las manos encima. Pero ya que lo ha hecho, ahora ha de hacer lo correcto y casarse con ella.

Eric clavó los ojos en el indignado Arthur y se pasó las manos por la cara con gesto de cansancio.

– Eso es lo que quiero. Más que ninguna otra cosa. Si mi situación fuera distinta, con gusto me casaría con ella y pasaría las próximas décadas fabricando herederos -Soltó una risa carente de humor-. Aunque eso ni siquiera importaría, dado que la dama no desea casarse conmigo.

– Diablos ¿Y por qué no va a querer? Cualquier mujer vendería hasta los dientes con tal de casarse con usted.

– Creo que ambos estamos de acuerdo en que Samantha no encaja precisamente en la categoría de “cualquier mujer”. Justo antes de que nos descubriera su madre, dejó bien claro que no deseaba verme más. En ningún sentido. Quiere dedicarse a sus estudios científicos y a viajar al extranjero.

– Ya no importa lo que quiera esa muchacha. Tiene que casarse con usted o será su perdición.

– Maldita sea, sí que importa lo que quiera ella. Más que nada. No debe ser obligada a contraer un matrimonio que no desea, al igual que cualquier otra mujer… -Dejó la frase sin terminar y se quedó absorto.

Arthur entrecerró los ojos

– Estoy viendo esa expresión característica que me produce escalofríos. ¿En qué está pensando?

– En que va a haber otro rescate antes de que me retire -respondió Eric muy despacio, con la mente hecha un torbellino.

Arthur se rascó la cabeza con expresión de no entender nada.

– ¿Otro rescate? Maldición, es demasiado peligroso, teniendo a Straton y a esa condenada brigada husmeando por ahí. ¿Para qué arriesgarse?

– Porque Samantha Briggeham bien vale ese riesgo

Arthur lo comprendió de repente y sus cejas desaparecieron bajo la línea de su cabello

– ¿Está loco? Limítese a casarse con ella

Eric se apartó del escritorio y comenzó a pasearse frente a Arthur.

– Piénsalo. Lo fácil, lo egoísta, sería simplemente casarse con ella, forzarla a una unión que no desea. Amarla y gozarla hasta que mi pasado me pase factura y después ir a la horca y abandonarla, a ella y quizás a algunos hijos, al desprecio de la sociedad. No puedo correr ese riesgo.

Se paró un momento delante de las ventanas y contempló la oscuridad. Apoyó la frente contra el frío cristal y cerró los ojos tratando de no pensar en los días tristes y sombríos que le aguardaban lejos de ella.

– La amo lo suficiente para dejarla marchar. El Ladrón de Novias la rescatará -El dolor lo perforó como un millar de agujas de acero y su voz descendió hasta convertirse en un ronco susurro-: la liberará de un matrimonio que no desea y le proporcionará la aventura que ella busca.

Se apartó de la ventana y se encaró con Arthur, clavando la mirada en los ojos preocupados de su viejo amigo.

– Y yo soy, o más bien el Ladrón de Novias, el único hombre que puede liberarla. Me niego a obligarla, y no puedo soportar la idea de verla en peligro. Si Straton llegara a descubrir que ella me ayudó en el transcurso de mi último rescate, la acusaría de complicidad.

– Como esposo suyo, usted podría protegerla

– Como esposo suyo, podría destrozarla.

Arthur lanzó un profundo suspiro

– Una maldita ironía, eso es todo esto.

A Eric se le hizo un nudo en la garganta. Incapaz de hablar, se limitó a asentir con un gesto. Sabía lo que tenía que hacer. Por ella. Lo dispondría todo para que viajase por Italia entera, por todo el maldito continente, si así lo deseaba. Que estableciera un laboratorio donde más le gustase. Que viviera las aventuras que siempre había ansiado vivir. Y él se encargaría de que nunca le faltase nada.

Lo único que tenía que hacer era proporcionarle el pasaje y el dinero, una tarea sencilla. Pero por el cielo que no tenía ni idea de dónde iba a sacar las fuerzas necesarias para dejarla marchar.

A las diez de la mañana siguiente, Sammie bajaba la escalera profundamente agotada pero llena de decisión. Tras haber pasado la noche sin dormir, puntuada con varios ataques inútiles de llanto, había decidido por fin lo que iba a hacer. Aunque no sentía el menor apetito, se dirigió hacia el comedor pues sabía que iba a necesitar todas sus fuerzas para la batalla que estallaría cuando hablara con sus padres.

Hubert la saludó al entrar en el comedor.

– Buenos días, Sammie. Oye, ¿te encuentras bien? Estás muy pálida

Ella forzó una sonrisa

– Estoy bien. ¿Has visto a mamá y a papá?

– Sí, están en la salita con lord Wesley

El estómago le dio un vuelco

– ¿Está aquí lord Wesley? ¿Tan temprano?

– Llegó hace más de una hora. Lo vi desde la ventana de mi dormitorio. Y debo decir que parecía bastante serio.

¡Más de una hora! Cielo santo, aquello era un desastre. Salió disparada y echó a correr por el pasillo. Pero al ver que se abría la puerta de la salita, se detuvo en seco. Entonces salió su padre, con expresión satisfecha, seguido de cerca por su madre, que parecía un gato al que acabaran de regalar un cuenco de nata y una raspa de pescado.

A continuación salió Eric. Su mirada chocó con la de Sammie, y ésta sintió que el corazón se le hacía pedazos. Estaban tan guapo, tan atrapado, y tan claramente infeliz.

– Samantha, cariño -canturreó su madre al tiempo que enlazaba su brazo en el de ella-. Qué maravilla que estés despierta. Tenemos un montón de preparativos que hacer y muy poco tiempo. No sé cómo me las voy a arreglar para organizar una boda en menos de una semana, pero…

– Precisamente quería hablar de ese tema contigo y con papá -replicó Sammie-. Pero antes quisiera hablar un momento con lord Wesley.

Cordelia chasqueó la lengua.

– Bueno, supongo que podemos dedicar unos instantes a…

– En privado, mamá

Cordelia parpadeó varias veces y acto seguido inclinó la cabeza en un gesto de lo más elegante.

– Bien, supongo que no resultará demasiado inapropiado que pases unos momentos a solas con tu fiancé. -Se volvió hacia su esposo y dijo-: Vamos, Charles. Tomaremos una taza de té mientras el conde y la futura condesa celebran su primera conversación como una pareja comprometida.

Y se alejó pasillo abajo deslizándose como si flotara, con su sumiso marido a la zaga.

Sammie se apresuró a entrar en la salita y se situó en el centro de la misma. Fijó la vista al otro lado de la ventana, con las manos fuertemente entrelazadas a la altura de la cintura, aguardando hasta que oyó entrar a Eric y cerrar la puerta. Entonces respiró hondo varias veces y se volvió para mirarlo de frente, pero se sorprendió al descubrir que se encontraba apenas a un metro de ella.

La mirada de Eric se clavó en la suya, y sintió una profunda aflicción al darse cuenta de su expresión de cansancio. La luz del sol que entraba por la ventana lo bañaba en un resplandor dorado que destacaba las huellas de fatiga que enmarcaban sus ojos y su boca. Eric se acercó aún más, saliendo del haz de luz. Le pasó suavemente un dedo por la mejilla, un gesto de ternura que casi logró que se le saltaran las lágrimas.

– ¿Estás bien? -preguntó

– En realidad, no. Siendo no haber estado levantado cuando llegaste, pero es que no te esperaba hasta esta tarde.

– No hallé motivo alguno para retrasar la reunión con tu padre. Esta misma mañana he dispuesto lo necesario para obtener una licencia especial.

– Precisamente de esas gestiones es de lo que quiero hablarte -repuso Sammie, orgullosa de que su voz sonara tan firme-. Deseo que lo canceles todo.