Una sonrisa de cansancio tocó la comisura de los labios de Eric.
– Me temo que eso es imposible, porque vamos a necesitar la licencia especial para casarnos tan precipitadamente.
Santo Dios, ¿tendría idea de lo exhausto y resignado que se le veía?
– Lo siento -murmuró ella- Lo siento muchísimo…
Él le rozó los labios con dos dedos para acallar sus palabras.
– No tienes nada de que excusarte, Samantha
– Pero tú estás muy molesto, y con toda la razón
– No por culpa tuya -La tomó por los hombros y la miró a los ojos-. En absoluto
– Bueno, pues deberías. La culpable de toda esta catástrofe soy yo.
– Al contrario, la culpa es completamente mía. No debería haberte robado tu inocencia.
– Tú no has tomado nada que yo no haya entregado libremente, que no estuviera dispuesta a darte. Y ésa es la razón por la que no puedo aceptar tu proposición.
Una arruga se formó entre las cejas de Eric
– ¿Cómo dices?
Sammie cuadró los hombros y levantó la barbilla
– Te estoy liberando de tu obligación de casarte conmigo
Eric le soltó los hombros lentamente. Sus ojos aparecían privados de toda expresión.
– Entiendo. Ni siquiera enfrentándote al escándalo social quieres casarte conmigo ¿verdad?
Sammie sintió que el corazón se le quedaba insensible al oír aquella declaración pronunciada con rotundidad. Le quemaban la garganta las palabras que pugnaban por salir, para decirle que lo amaba y que deseaba ser su mujer más que nada en el mundo, pero se obligó a no hacerlo.
– Ya dejaste bien claro cuál era tu opinión respecto del matrimonio antes de que comenzara nuestra relación
– Tú también
– Y mi opinión no ha variado. Ninguno de los dos desea casarse, sobre todo en esas circunstancias.
– Sea como fuere, me temo que nuestros actos no nos dejan alternativa
– Por eso te eximo de tu obligación. No quiero forzarte a nada
– Tus padres y yo ya hemos acordado las condiciones
– Entonces no tienes más que desacordarlas
– ¿Desacordarlas? -En su garganta surgió un gruñido de incredulidad- ¿Has pensado que tu reputación resultará arruinada de manera irreparable?
– Pienso hacer un largo viaje al continente… el viaje que siempre he deseado. Para cuando regrese, los chismorreos ya habrán desaparecido.
– Los chismorreos no desaparecerán nunca. El escándalo te perseguirá toda tu vida y alcanzará a todos los miembros de tu familia. Es evidente que no has pensado en eso. Ni tampoco en la mancha que caerá sobre mi honor si no me caso contigo.
– No será una mancha para tu honor si soy yo la que se niega.
Eric avanzó un paso y Sammie se obligó a no retroceder.
– ¿Y cuánta gente -preguntó con suavidad, en total contraste con las ardientes emociones que brillaban en sus ojos- se creería que has rechazado la oportunidad de convertirte en mi condesa? -Antes de que ella pudiera contestar, añadió-: Yo te lo diré: nadie. Por mucho que tú afirmaras lo contrario, todo el mundo pensaría que yo te deshonré y después me negué a casarme contigo.
Sammie tragó saliva.
– No… no lo había pensado de ese modo, pero por supuesto que tienes razón. Nadie creería que una mujer como yo rechazase a un hombre como tú.
Eric miró la expresión afligida de sus ojos tras las gafas y sintió que se inflamaba su cólera. “Maldita sea, un hombre como yo daría hasta el último de sus bienes por una mujer como tú. Incluído su corazón”. Sabía lo que Samantha estaba intentado hacer por él, y la amaba más por eso, pero la solución que proponía era imposible.
– Samantha, no tenemos más remedio que casarnos -Le cogió las manos y las apretó suavemente-. Ya se está extendiendo el rumor de nuestra conducta escandalosa y de nuestros próximos esponsales.
– No puede ser.
– Esta mañana me ha felicitado mi mayordomo por mi futura boda -replicó Eric con acritud.
Sammie hundió los hombros y miró el suelo
– Oh, cielos. Cuánto lo siento. En ningún momento fue mi intención que te sucediera algo así. Ni tampoco a mí. A ninguno de los dos.
Eric le alzó la barbilla hasta que ella lo miró a la cara. La derrota y la tristeza que advirtió en sus ojos casi hicieron que se le doblaran las rodillas. Le retiró de la mejilla un mechón de cabello castaño y después le tomó el rostro entre las manos.
– Samantha. Todo va a salir bien, te doy mi palabra. ¿Confías en mí?
Ella lo contempló con mirada solemne. En sus ojos brillaban las lágrimas.
– Sí, confiaré en ti.
– ¿Y aceptarás ser mi esposa?
La fugaz expresión reacia que pasó por los ojos de Samanta hirió su ego y lo abrumó un deseo inexplicable y urgente de reírse de su propia vanidad. Maldita sea, era cierto que jamás había pensado en casarse, pero tampoco había tenido en cuenta la posibilidad de que le resultase tan difícil conseguir que una mujer accediera a ser su condesa.
Por fin, Sammie asintió bruscamente con al cabeza.
– Me casaré contigo
Eric exhaló el aire que no sabía que esta conteniendo, la rodeó con los brazos y la besó con dulzura en el pelo.
– Te prometo -susurró contra su cabello suave y con aroma a miel- que todos tus sueños se harán realidad.
Eric casi había llegado a los establos de los Briggeham para recoger a Emperador y regresar a su casa cuando le hizo detenerse un Hubert sin resuello.
– Lord Wesley, ¿puedo hablar con usted, por favor?
Eric esperó a que el chico terminara de atravesar el prado a la carrera.
– ¿Qué sucede, Hubert? -le preguntó cuando el muchacho llegó jadeante.
– Acaba de decirme mi madre que Samantha y usted van a casarse. ¿Es cierto?
– Tu hermana ha accedido a ser mi esposa, efectivamente -respondió Eric con cuidado, pues no quería mentirle.
El delgado rostro de Hubert se arrugó con un ceño fruncido.
– ¿Lo sabe ella?
Eric no fingió no haber comprendido.
– No
– Debe decírselo, milord. Antes de la boda. Es justo que sepa la verdad
Tras estudiar detenidamente el semblante acalorado del chico, Eric le planteó:
– ¿Y qué pasa si, una vez que lo sepa, se niega a ser mi esposa?
Hubert reflexionó con seriedad.
– No creo que ocurra eso. Al principio se sentirá molesta, pero después de pensarlo un poco comprenderá por qué no se lo ha dicho usted antes y agradecerá que haya confíado en ella lo suficiente para revelarle su secreto antes de contraer matrimonio.
Eric sintió un escalofrío al imaginarse una Sammie de cuerpo entero aceptando su identidad como Ladrón de Novias. Dios santo, ella quería ayudarlo, compartir todas sus aventuras, seguro que desearía tener también una máscara y una capa.
Hubert se ajustó las gafas.
– Me haría feliz hablar bien de usted si surgiera la necesidad, milord. -Rascó la bota contra la hierba y añadió-: Usted sería un marido admirable para Sammie y, bueno, para mí sería un honor tenerlo como cuñado. Pero debe usted decírselo.
Eric sintió una oleada de afecto hacia aquel muchacho tan leal, y se le hizo un nudo en la garganta. Le dio una palmada en el hombro.
– No te preocupes, Hubert. Te prometo que me encargaré de todo.
20
Del London Times:
Se está intensificando la búsqueda del Ladrón de Novias, ya que la recompensa por su captura ha ascendido a once mil libras. La Brigada contra el Ladrón de Novias cuenta casi con seiscientos miembros, y según los informes vuelan las apuestas acerca de la probabilidad de que este bandido sea apresado antes de que finalice la semana en curso, incluso antes si intentase llevar a cabo otro rescate.
Dos días después, Sammie estaba de pie, inmóvil como una estatua, en su dormitorio iluminado por el sol mientras la costurera ponía y quitaba alfileres realizando los últimos ajustes a su vestido de novia. Llegaba hasta ella el rumor de voces femeninas, que correspondían a su madre y a sus hermanas, sentadas a lo largo del borde de su cama como su fueran un cuarteto de palomitas de colores pastel.