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Dios Santo, ¡Eric había detestado la idea de casarse durante toda su vida! Iba a llevar hasta el altar su profundo sentido del honor, pero la idea de casarse tenía que resultarle una verdadera tortura.

Ahora más que nunca, Sammie aborreció la idea de haberlo atrapado.

Pero no había nada que pudiera hacer para liberarlo.

Ataviado para su último rescate con su capa y su máscara negras, Eric se encontraba a lomos de Campeón, oculto tras unos tupidos arbustos. A su alrededor cantaban los grillos y de vez en cuando se oía ulular un búho. Tenía la mirada fija en el camino, pues se negaba a mirar hacia el lago y revivir los recuerdos que le evocaba. Tenía el resto de su vida para rememorarlos… cuando Samantha se hubiera ido.

En ese instante apareció por el recodo una figura. No logró distinguir sus rasgos, pero era capaz de reconocer en cualquier parte aquella manera resuelta de andar. Conforme ella se iba acercando, se fijó en su insulso vestido de color oscuro y esbozó una media sonrisa; sólo a su Samantha se le ocurriría acudir a una cita amorosa ilícita vestida de modo tan anodino.

“Su Samantha”. Apretó los labios al tiempo que sentía un dolor sordo en el pecho. Después de aquella noche no volvería a ver a su Samantha. Por el momento, el hecho de que fuera a estar libre y a salvo le ofrecía escaso consuelo para el sufrimiento que le oprimía el corazón.

Samantha se detuvo junto al enorme sauce con la mirada fija en el agua y a la mente de Eric acudió la imagen de ella debajo de aquel mismo árbol la primera vez que la encontró en el lago. Aquel día ansiaba dolorosamente besarla, sólo una vez, convencido de que un único beso serviría para saciar su apetito. No recordaba ninguna ocasión en que hubiera estado más equivocado.

La observó durante unos segundos y se le encogieron las entrañas cuando ella ocultó brevemente la cara entre las manos. Maldición, le destrozaba verla tan infeliz. Había llegado el momento de liberarla.

Desmontó y se aproximó a ella a pie, sin hacer ruido. Samantha, sumida en sus pensamientos, no detectó su presencia hasta que lo tuvo casi a su espalda. Entonces tensó los hombros y pareció tomar aire para prepararse.

– Llega temprano, milord -dijo, y se dio la vuelta. Entonces dejó escapar una exclamación y dio un paso atrás llevándose una mano a la garganta.

Él la retuvo por el brazo.

– No tenga miedo, muchacha -susurró con su ronco acento escocés.

– No… no tengo miedo, señor. Simplemente me ha sobresaltado.

– Perdóneme. Estaba muy pensativa.

Ni siquiera la oscuridad lograba disimular la tristeza que cruzó por su semblante.

– Sí. -De pronto Samantha miró alrededor. A continuación lo agarró de la mano y tiró de él hacia el sauce para ocultarse los dos detrás de sus frondosas ramas-. ¿Qué hace aquí, señor? Es peligroso que ande por ahí, el magistrado posee información nueva…

Él le puso un dedo enguantado en los labios.

– Estoy al corriente de esa información, muchacha. No tema. -Se acercó a ella un poco más y le susurró-. Pero ahora… estaba pensando en su próxima boda.

Ella lo miró ansiosa con los ojos brillantes como dos gotas de agua.

– ¿Está enterado de mi boda?

Antes de que él respondiera, ululó un búho que asustó a Samantha y la hizo mirar frenéticamente a un lado y otro.

– Debo encontrarme aquí con mi prometido y está tan empeñado en capturarlo a usted como el magistrado. Debe marcharse enseguida.

– Fui yo quien le escribió la nota -La expresión de Samantha se trocó en sorpresa y luego en confusión. Su mano seguía aferrando la de él, que flexionó los dedos para estrechar su contacto-. Su boda… Ésa es la razón por la que estoy aquí, muchacha. Para salvarla de ella.

– ¿Salvarme…? -Sus ojos se llenaron de desconcierto, seguido de un profundo asombro al comprender súbitamente- ¿Está aquí para ayudarme a escapar?

– Le ofrezco el regalo que he ofrecido a las otras mujeres, señorita Briggeham: liberarla de un matrimonio indeseado. -Su tono se hizo más ronco-. Podrá vivir todas esas aventuras de las que me habló.

Ella abrió unos ojos como platos.

– No… no sé qué decir. He de pensarlo de manera lógica -Le soltó la mano, se apretó los dedos contra las sienes y comenzó a pasearse con paso inseguro y nervioso-. Ésta es mi oportunidad de dejarlo libre, sí. No me gusta la idea de abandonar a mi familia… pero Dios santo, lo mejor para él sería que yo desapareciera. Es el mejor regalo que podría hacerle.

Bajo la máscara, Eric arrugó el entrecejo.

– Es a usted a quien pretendo liberar, muchacha.

Samantha se detuvo delante de él.

– Lo entiendo. Pero de hecho es a lord Wesley a quien va a dejar libre.

– ¿De qué está hablando?

Samantha bajó la vista y respondió:

– Wesley va a casarme conmigo sólo porque las normas sociales así lo exigen.

– Se ha comprometido con usted -replicó Eric con aspereza.

Samantha levantó el rostro.

– Él no ha hecho nada que yo no quisiera… nada que yo no le haya pedido que hiciese -dijo con firmeza-. Y no obstante va a cargar con todas las consecuencias viéndose obligado a contraer un matrimonio que no desea.

– Y que tampoco desea usted -replicó él y aguardó a que ella lo confirmara.

Pero en lugar de eso, vio brillar detrás de sus gafas algo que se parecía mucho a las lágrimas. Con los labios apretados, Samantha desvió la mirada.

– ¿Qué le hace pensar eso? En realidad no sé por qué está usted aquí. En ningún momento imaginé que intentaría rescatarme de nuevo, ya que usted sólo socorre a novias que no quieren casarse.

Eric se sintió aguijoneado por un extraño sentimiento que no supo definir. Le tocó la barbilla con los dedos enguantados y la obligó suavemente a mirarlo de nuevo a los ojos.

– Aquella primera noche, usted me dijo que no se casaría jamás. ¿Ha cambiado de opinión desde entonces?

Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla

– Me temo que sí

Eric fue presa de la confusión.

– ¿Está diciendo que efectivamente desea casarse con el conde?

– Más que nada en el mundo

Diablos, tal vez había habido en su vida un momento de mayor sorpresa que éste, pero tendrían que torturarlo para que recordara cuál.

– Pero ¿por qué?

– Porque lo amo

El tiempo pareció detenerse, así como su respiración y los latidos de su corazón. Aquellas palabras resonaron en su cerebro como el eco en el interior de una cueva. “Lo amo. Lo amo”.

Cielos, no creía poder sentir mayor sorpresa que cuando ella dijo que quería casarse con él, pero aquello… aquello lo golpeó como si le hubieran asestado un puñetazo. Maldición, de hecho sintió la apremiante necesidad de sentarse. Pero antes tenía que aclarar unas cuantas cosas.

La agarró por los hombros y la increpó:

– Usted ama al conde -Gracias a Dios se acordó de usar su ronco acento escocés.

– Completamente

– Y desea casarse con él

– Con desesperación

Eric sintió un estallido de alegría que lo sacudió de la cabeza a los pies

– Pero -apuntó ella- él no desea casarse conmigo. Va a hacerlo únicamente porque es su deber. Para salvar mi reputación. Es bueno, decente, honrado… -Sus labios se curvaron en una media sonrisa de tristeza-. Ésos son sólo algunos de los motivos que me hacen quererlo tanto. -Respiró hondo y después afirmó con un único pero decisivo gesto de cabeza- Yo habría hecho lo indecible para que fuese feliz, para ser una buena esposa, pero usted, inesperadamente, me ofrece la oportunidad de dejarlo libre. -Le recorrió un escalofrío y bajó la voz hasta convertirla en un pesaroso susurro-: Aunque se me rompa el corazón, lo amo lo suficiente como para dejarlo marchar.