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En ese momento Hubert preguntó algo a su madre y Sammie fijó la vista en su rostro serio y con gafas. La embargó un dolor desgarrador. Cielo santo, ¿cómo iba a soportar abandonar a Hubert? Lo quería desde el momento mismo en que nació y había disfrutado cada una de las etapas de su vida como una madre orgullosa. Y ahora no había más que fijarse en éclass="underline" era un chico inteligente y prometedor. Le rompía el corazón pensar que no iba a poder verlo convertirse en el hombre maravilloso que estaba destinado a ser.

Por lo menos de Hubert se despediría como Dios manda. Había pensado en no confiarle sus planes, pero simplemente no pudo asumir el hecho de marcharse por las buenas. Se lo contaría todo una vez que lo tuviera todo dispuesto. Había demostrado ser capaz de guardar un secreto y confiaba en él sin reservas.

A continuación se centró precisamente en aquellos preparativos y en lo que necesitaba hacer nada más terminar de desayunar. Un viaje a Londres para adquirir el pasaje a… no estaba segura de adónde; dependía de qué barcos zarparan a la mañana siguiente. Pero antes de partir para Londres pensaba hacer una parada en Wesley Manor, pues necesitaba informar de su decisión a Eric.

Sintió una pena enorme al pensar en ver a Eric. Iba a necesitar hasta la última gota de sus fuerzas para pronunciar las palabras que lo dejarían libre… y después marcharse.

Y cuando regresara de Londres, debía reunir las pertenencias que se llevaría consigo. Una gran parte de su guardarropa estaba ya embalada para lo que todo el mundo creía iba a ser su viaje de novios, pero debía recoger sus libros, sus diarios y ciertos objetos personales inestimables.

La voz de su madre la sacó de su ensoñación.

– ¿No estás de acuerdo, querida Sammie?

Miró el rostro sonriente de su madre y trató de sonreír, pero fracasó. En lugar de eso le temblaron los labios y, para mortificación suya, le cayó un grueso lagrimón justo en la taza de té.

Los ojos de su madre se nublaron de preocupación.

– Pero cariño, ¿qué te ocurre? Oh, cielos, son los nervios previos a la boda -Se levantó y con un murmullo de muselina corrió hacia la silla de Sammie. Le rodeó los hombros con un brazo y le dijo dulcemente-: No te preocupes, todas las novias se ponen nerviosas el día antes. Pero pasado mañana… -lanzó un suspiro de felicidad- tu vida entera será diferente.

Sammie cerró con fuerza los ojos para contener las lágrimas y se reclinó contra el abrazo consolador de su madre. Ciertamente, dos días después su vida entera habría cambiado.

Provista de su vestido y calzado más cómodo, Sammie cerró la puerta principal al salir y bajó los escalones de piedra del porche, iluminados por el sol. Cuanto antes terminara la visita a Eric, tanto mejor.

Sólo había dado media docena de pasos cuando vaciló al percatarse de la figura del magistrado, que se aproximaba a ella. Se detuvo, procurando aparentar serenidad, mientras el corazón le retumbaba lo bastante fuerte como para que lo oyera todo el mundo. ¿Qué estaría haciendo allí? ¿Tendría novedades de su investigación o más preguntas? Santo Dios, ¿habría descubierto la verdad?

Cuando Straton casi la había alcanzado, Sammie esbozó una sonrisa forzada.

– Buenos días, señor Straton

– Buenos días, señorita Briggeham. ¿se disponía a salir?

Decidió que era mejor que él no estuviera al tanto de sus planes y le contestó:

– Sí, me dirijo al pueblo. Si me disculpa -Rodeó a Straton, pero éste echó a andar a su lado.

– Tengo varias preguntas que hacerle ¿Me permite que la acompañe?

Como Sammie no tenía intención de ir andando hasta el pueblo y tampoco deseaba permanecer tanto tiempo en la compañía del magistrado, se detuvo y le dedicó una sonrisa pesarosa.

– Me temo que mi madre no aprobaría que recorriera a pie una distancia tan grande con un hombre sin ir debidamente acompañada.

– Por supuesto -Straton miró alrededor e indicó un banco de piedra a escasa distancia de allí, cerca de los senderos que conducían al jardín-. Sentémonos un momento. Le prometo que no la entretendré demasiado.

Sammie contuvo el impulso de negarse y asintió con la cabeza.

Una vez estuvieron sentados, Straton le sonrió y dijo:

– Confío en que todos los preparativos para la boda de mañana estén ya finalizados.

Sammie sintió un vuelco en el estómago, pero se las arregló para devolverle la sonrisa.

– Sí, por supuesto

– Magnífico. Me alivia saber que el viaje a Londres de lord Wesley no se debe a algún problema de última hora.

La expresión de Sammie traicionó su sorpresa y consternación por aquella noticia y el juez le preguntó:

– ¿No sabía que el conde ha ido a pasar el día a Londres?

¿El día? ¿Cómo iba a hablar con él?

– No, no lo sabía

– Según su mayordomo, el conde y su hermana han partido esta mañana temprano. Abrigaba la esperanza de que tal vez usted supiera el motivo de dicho viaje.

Sammie alzó la barbilla y sostuvo la mirada inquisitiva del magistrado.

– Desde luego que no lo sé. Quizá lady Darvin haya encargado un vestido para la ceremonia o puede que lord Wesley deseara comprarme un regalo de bodas.

– Sin duda se trata de eso -convino el juez-. Dígame, señorita Briggeham, ¿alguna vez ha visitado los establos de lord Wesley?

Sammie tuvo un terrible presentimiento.

– No, sin embargo, estoy segura de que están muy bien atendidos. Conozco al mozo de cuadras, el señor Timstone, un hombre muy experto.

– ¿Alguna vez ha visto a lord Wesley montando un semental negro?

El corazón le dio un brinco. Dios mío. Apretó los labios y fingió reflexionar sobre aquel punto, y acto seguido negó con la cabeza.

– Sólo lo he visto montar un castrado marrón, un corcel muy bonito y brioso que se llama Emperador -Curvó los labios en lo que esperaba que pasara por una sonrisa inocente- Espero que algún día me deje montarlo.

Straton se limitó a asentir mientras la perforaba con su mirada perspicaz. Transcurrieron diez segundos de tenso silencio. Incapaz de soportar más aquel escrutinio, Sammie se levantó con la intención de marcharse.

– Si eso es todo, señor Straton…

– Tengo ciertas noticias en relación con el Ladrón de Novias

Sammie volvió a sentarse lentamente, con un nudo en el estómago.

– ¿De veras?

– Sí. Han salido a la luz nuevas pruebas, y estoy seguro de que voy a llevar a cabo un arresto muy pronto; probablemente dentro de las próximas veinticuatro horas.

Sammie palideció como la cera.

Los ojos del magistrado se nublaron de preocupación

– Señorita Briggeham ¿se encuentra bien? Está usted pálida

– Eh… estoy bien. Es que la noticia me ha sorprendido -Se humedeció los labios secos-. ¿Así que ha descubierto la identidad del Ladrón de Novias?

– Estamos siguiendo varias pistas prometedoras. Cuando actúe nuevamente lo apresaremos, si no antes. -Y dicho aquello se puso en pie. Miró a Sammie y le hizo una reverencia-. Bien, no quiero entretenerla más, señorita Briggeham. Disfrute del resto del día. La veré mañana en la iglesia.

Paralizada por la impresión y entumecida por el miedo, Sammie permaneció sentada en el banco, observando cómo el magistrado se alejaba en dirección al pueblo con paso lento y tranquilo, con si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

Cuando desapareció de la vista, obligó a sus piernas reblandecidas a ponerse en pie y a moverse con estudiada calma de regreso a la casa. Tenía que mostrar un aspecto relajado y normal por si acaso el magistrado la estaba observando desde la espesura del bosque, aguardando ver su reacción. Le bajó un escalofrío por la columna vertebral, y en efecto tuvo la sensación de tener clavada en la espalda la mirada de Straton.

Estaba claro que sospechaba de Eric, y Sammie mucho se temía que su reacción involuntaria al anuncio del inminente arresto pudiera haber confirmado sus sospechas.