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¿Habría en aquella infelicidad algo más de lo que él había supuesto? ¿Algo más que la pérdida de su hogar y de su hermano? ¿Más que el hecho de que no hubiera tenido hijos? Le soltó el brazo para sacarse el pañuelo del bolsillo y ofrecérselo.

Margaret se secó los ojos y le dijo:

– Gracias. Y perdóneme. Éste es un día feliz, y sin embargo yo me echo a llorar. Me temo que he permitido que mis recuerdos me entristezcan.

Aquellas palabras preocuparon a Adam, que experimentó una intensa sensación de malestar.

– Su esposo… -titubeó, inseguro de cómo expresarlo-, ¿no fue bueno con usted?

Ella dejó escapar una risita carente de humor y desvió la mirada. Aún cuando su mente le decía que no lo hiciera, Adam le cogió la mano enguantada y le apretó los dedos suavemente.

Ella se volvió, sobrecogiendo a Adam por el fuego que había en sus ojos.

– ¿Si no fue bueno? -repitió Margaret con una voz horrible, que no reconoció-. No, no fue bueno.

La ira se desvaneció tan repentinamente como había aparecido, igual que si la hubieran apagado con agua fría, para ser sustituída por una expresión de pérdida y derrota. Comenzó a temblar y cerró los ojos. Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla y fue a aterrizar sobre el puño blanco de la camisa de Adam, el cual observó cómo era absorbida por la tela.

Maldición, aquel canalla la había hecho sufrir. En su mente y en su espíritu. Dios todopoderoso, ¿la habría maltratado también físicamente? Una niebla roja le nubló la vista y le embargó una rabia que nunca había experimentado.

El matrimonio de Margaret con Darvin había estado a punto de acabar con él, pero aceptó lo inevitable con estoica resignación. Por mucho que la quisiera, sabía que jamás podría cortejarla y mucho menos casarse con ella. Él no tenía nada que ofrecer a la hija de un conde.

Excepto amor. Y bondad. Por un instante resonaron en su mente las palabras de Margaret: “Pasaba el tiempo en los acantilados, contemplando el mar, preguntándome cómo sería saltar…”.

Sintió nauseas al pensar que Darvin pudiera haberla maltratado hasta el punto de hacerla pensar en la posibilidad de suicidarse. Dios de los cielos. Si lo hubiera sabido… “¿Qué habrías hecho?” Pero conocía la respuesta; en el fondo de su alma sabía que él, un hombre que había dedicado su vida a la defensa de la ley, habría matado a aquel bastardo. ¿Y por qué diablos no lo había hecho el hermano de Margaret?

Ella abrió los ojos y lo miró. Sus sentimientos debieron de delatarlo, porque la mirada de Margaret se llenó de una ternura que lo dejó sin respiración.

– Agradezco que se indigne por mí. Usted siempre ha sido un amigo leal. Pero no había nada que hubiera podido hacer.

“¡Un amigo leal! ¿Tendría idea Margaret de que él habría dado cualquier cosa por ser algo más?

– Su hermano… -atinó a decir a pesar del nudo en la garganta-, ¿estaba enterado?

– Sabía que yo no era feliz, pero no hasta qué punto llegaba mi infelicidad, y yo no me atrevía a contárselo. Vino a verme al regresar de la guerra, y vio que tenía hematomas en los brazos. Le dijo que me había caído, pero por lo visto él había oído hablar de las costumbres de Darvin y no me creyó.

Adam apretó los dientes para controlar la cólera que lo iba cegando.

– ¿Por qué razón protegía usted a semejante monstruo?

– Yo no protegía a Darvin. Era a mi hermano a quien pretendía proteger. De haberlo sabido, habría matado a Darvin y luego lo habrían ahorcado a él. De hecho, golpeó a Darvin hasta dejarlo casi inconsciente y lo amenazó con acabar con él si se atrevía a maltratarme otra vez.

– ¿Y la maltrató?

Los ojos de Margaret perdieron toda expresión.

– Sí. Pero no con tanta frecuencia. Yo… yo nunca se lo conté a Eric. Al final Darvin fue perdiendo interés en mí y se centró en otras mujeres. Eric sólo sabe que Darvin me era infiel, no lo… lo demás.

Adam sintió que cada centímetro de su cuerpo clamaba de furia e impotencia ante el sufrimiento de Margaret y el hombre que se lo había infligido. Que la había maltratado, humillado. Que le había sido infiel… a aquella criatura dulce y encantadora, a la que él amaba desde el instante mismo en que posó los ojos en ella cuando ambos no eran más que unos chiquillos. Sentía el corazón destrozado, por ella y también por sí mismo. Notó un sabor a bilis y apretó los labios tratando de calmarse.

Apretó la mano de Margaret resistiéndose al impulso abrumador de atraerla a sus brazos, de protegerla, de hacerle saber que jamás permitiría que nadie volviera a causarle daño.

– ¿Por qué no lo abandonó?

– Lo hice, un mes después de casarnos. Pero dio conmigo en una posada cerca de Cornualles. Me dijo que si volvía a dejarlo mataría a mi hermano. -La mirada de Margaret, atormentada y confusa, buscó la suya-. Yo… no tenía la intención de contarle todo esto. Perdone, no sé por qué lo he hecho.

Adam se sintió consumido por un torbellino de sentimientos, y no pudo apartar de su mente la imagen de Margaret maltratada y llorosa. Miró sus ojos acosados, ensombrecidos por siniestros recuerdos de sufrimientos inimaginables y en su interior estalló un acceso de ira que luchó por reprimir. Darvin estaba muerto y sin embargo no sentía otro deseo que sacar a aquel canalla de su tumba y matarlo de nuevo. ¿Cómo diablos había conseguido frenarse su hermano para no estrangular a Darvin con sus propias manos?

Su hermano. Experimentó un tumulto interior, y de pronto una profunda calma al comprenderlo todo. No, su hermano no había matado a Darvin; en lugar de eso, había encauzado de otro modo su rabia, y había arriesgado la vida para salvar a otras mujeres de una vida similar de desgracia.

Se humedeció los labios resecos.

– Dígame… Si hubiera tenido la oportunidad de huir, aunque ello hubiera supuesto no volver a ver a su familia y a sus amigos, ¿habría huido para evitar casarse con él?

Margaret no dudó

– Sí

Aquella única palabra, apenas más que un susurro, hizo tambalear todos sus cimientos. Había dedicado los cinco últimos años de su vida a capturar al Ladrón de Novias. Aquel hombre era un delincuente, un secuestrador. Había destrozado familias y desbaratado planes de boda. Y sin embargo, Margaret habría aceptado su ayuda para salvarse de Darvin. “Y se habría ahorro estos años de horros y desesperación”

La confusión lo abrumó. No había manera de dejar a un lado la ley. Él se enorgullecía de su honestidad y su integridad. El castigo para los secuestradores era la horca. Si no se ocupaba de que se hiciera justicia ¿cómo iba a poder llamarse a sí mismo hombre de ley?

Tragó saliva para desalojar el corazón de la garganta.

– Ha dicho que no tenía intención de contarme todo esto. ¿Por qué no?

Ella miró el suelo

– No… no quería que se formase una mala opinión de mí.

Adam habría jurado que el corazón se le partía en dos. Le tembló la mano al levantarla para tomar la barbilla de Margaret entre los dedos.

– Yo jamás podría tener mala opinión de usted. Del hombre que la maltrató sí, pero no de usted. -Dios, ansiaba decirle que le sería imposible tener mejor opinión de ella, pero no se atrevía-. Lamento mucho lo que ha sufrido.

– Gracias. Pero ahora ya soy libre. Y he vuelto al hogar que amo, con mi hermano.

Adam sintió una punzada de culpabilidad. En el plazo de una hora esperaba tener a su hermano bajo arresto.

Una sonrisa fugaz tocó los labios de Margaret

– Y hoy mismo he ganado una hermana, así que hay mucho de lo que alegrarse. -Retiró la mano suavemente- Será mejor que vaya a darles la enhorabuena. ¿Quiere acompañarme?

Antes de que él pudiera contestar, oyó una tos discreta a su espalda.

– Le ruego me disculpe, señor Straton, pero necesito hablar con usted.

A Adam se le tensaron todos los músculos al reconocer la voz de Farnsworth. Dedicó una breve reverencia a lady Darvin y dijo: