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– Me reuniré con usted dentro de un momento

Ella inclinó la cabeza y a continuación se encaminó hacia la multitud de invitados. Una vez que estuvo seguro de que ya no podía oírlo, Adam se volvió hacia Farnsworth.

– ¿Y bien? -inquirió

Farnsworth extrajo de su bolsillo un pedazo de tela negra y se la entregó

– He encontrado esto en el dormitorio de lord Wesley, señor. En un compartimiento secreto de su escritorio. Sin duda es la máscara del Ladrón de Novias.

Adam se quedó mirando la máscara de seda negra, la prueba que llevaba cinco años buscando. Ya tenía todo lo que necesitaba para detener al Ladrón de Novias.

Cuando Sammie y Eric regresaron, después de su apasionado beso a escondidas, cayó sobre ellos Cordelia Briggeham.

– ¡Estás aquí, querida! -Engulló a Sammie en un abrazo asfixiante que hizo disfrutar a su hija, como si aquélla fuera la última vez que fuera a sentir los brazos de su madre- Me siento inmensamente feliz por ti -le dijo Cordelia y sorbió por la nariz. Acto seguido le susurró al oído-: Siento mucho que no hayamos tenido tiempo de hablar de… ya sabes qué, pero estoy segura de que el conde sabrá lo que hay que hacer.

Se apartó y se secó los ojos con un pañuelo de encaje, y emitió un trino de gorjeos. Miró rápidamente a un lado y otro, pero como no había bancos lo bastante cerca como para desmayarse, dejó escapar un profundo suspiro y se recobró enseguida. En realidad se iluminó como una docena de velas cuando se le acercaron Lydia Nordfield y su hija Daphne, ambas luciendo similares expresiones de desagrado.

– ¡Lydia! -exclamó Cordelia. Y abrazó a su rival con un entusiasmo que arrancó una mueca a las facciones ya contraídas de la señora Nordfield. Cordelia compuso un gesto que era la viva personificación de la preocupación-. No te preocupes, Lydia. Estoy completamente segura de que Daphne encontrará un caballero magnífico. Algún día.

La señora Nordfield emitió un sonido ahogado y le dirigió una sonrisa glacial. A continuación, Daphne y ella ofrecieron sus mejores deseos a Sammie de manera un tanto artificial. La mirada entornada de la señora Nordfield saltaba alternativamente entre Sammie y su propia hija; Sammie se mordió las mejillas para disimular su diversión, porque casi le pareció oír decir: “Si Samantha Briggeham puede convertirse en condesa, sin duda mi Daphne puede ser marquesa o duquesa”.

– Tal vez si llevaras gafas, querida Daphne -murmuró la señora Nordfield al tiempo que se llevaba a su hija, que tenía un gesto adusto-. En realidad poseen cierto encanto…

A continuación les tocó el turno a Hermione, Lucille y Emily, y Sammie las abrazó de una en una, grabando en la memoria sus caras radiantes. ¿Cómo era posible sentir tanta tristeza y alegría a la vez, tanta pena por el tiempo que iban a dejar de compartir y tanta emoción por el futuro?

Después vino el padre, que la besó en ambas mejillas

– Siempre supe que algún tipo con suerte te encontraría, Sammie. Ya se lo dije a tu madre -La acarició en la cabeza como si fuera su perro favorito y se alejó.

Entonces le llegó el turno a Hubert. Ya se habían despedido por la mañana y, aun así, las lágrimas le enturbiaron la visión. Le revolvió el caballo rebelde, y sus ojos se calvaron en los del chico. Él tragó saliva, y Sammie sintió un doloroso nudo en la garganta.

Hubert la miraba con tristeza en los ojos, pero sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada. A continuación dio a su hermana un abrazo torpe y las gafas de ambos entrechocaron. Los dos se separaron riendo.

– Un bonito espectáculo, Sammie -le dijo ajustándose las gafas-. Eres la condesa más guapa que he visto.

Ella se tragó su melancolía y se rió.

– Soy la única condesa que has visto

– Bueno, yo sí he visto muchas condesas -terció Eric- y debo decir que coincido con Hubert. Estás preciosa -Le cogió la mano, se la llevó a los labios y le envió un mensaje con los ojos que le provocó una oleada de placer.

Hubert continuó adelante, y siguió lo que parecía una fila interminable de gente que quería darle la enhorabuena. Por fin tuvo delante a Margaret, que le tendió ambas manos.

– Oficialmente ya somos hermanas -le dijo con lágrimas en los ojos-. Y tú ya eres oficialmente una condesa.

Sammie le dio un apretón con las manos y sonrió para ocultar su tristeza por no haber tenido la oportunidad de conocerla mejor.

– Es cierto que somos hermanas. Y, cielos, yo son condesa… Es una perspectiva que encuentro un poco… aterradora.

Margaret dirigió una mirada fugaz a su hermano y luego le ofreció a Sammie una ancha sonrisa.

– No tienes de qué preocuparte, ya has cumplido la tarea más importante de una condesa: has hecho al conde muy feliz.

Sammie notó la mano de Eric en la espalda

– Así es

Observó cómo Eric abrazaba a su hermana y se le encogió el corazón cuando él cerró los ojos para sentir lo que iba a ser su último abrazo. Después se volvió hacia la siguiente persona que aguardaba para darles la enhorabuena.

Adam Straton. Le acompañaba otro hombre que ella no conocía. Aparentaba más de treinta años, era de buena constitución, de cabello rubio oscuro y exhibía un aire serio y un gesto severo en la boca. Los dos hombres parecían tensos, con una mirada que no indicaba el deseo de dar ninguna enhorabuena. Su atención estaba fija en Eric, que en ese momento sonreía a su hermana.

A Sammie el corazón comenzó a palpitarle, a medida que el miedo iba invadiéndola y el estómago parecía hundírsele como un peso muerto. Se esforzó por esbozar una sonrisa cordial y abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera pronunciar palabra Straton se dirigió a Eric:

– ¿Le importaría acompañarme un momento, lord Wesley? Mi ayudante Farnsworth y yo necesitamos hablar con usted. En privado.

Eric y el magistrado intercambiaron una larga mirada y a continuación el conde asintió lentamente.

– Desde luego -Rodeó con un brazo la cintura de Sammie y le dio lo que ella interpretó como un apretón alentador. Luego se inclinó a besarla en la mejilla- No olvides nunca -le susurró al oído- lo mucho que te quiero.

La soltó y ella apretó los labios para reprimir el agónico “¡No!” que amenazaba con escapar de su garganta.

Sintió miedo cuando los tres hombres penetraron en el sombrío interior de la iglesia y desaparecieron de la vista.

– Me gustaría saber qué es lo que está sucediendo aquí -murmuró Margaret

Sammie tenía el estómago encogido por el pánico.

Creía saber lo que estaba sucediendo.

Con el corazón desbocado, Eric entró en el despacho del vicario y miró a Straton y a Farnsworth con fingida indiferencia. Tras unos segundos de incómodo silencio, cruzó los brazos y enarcó las cejas.

– ¿De qué querían hablar conmigo? -preguntó, inyectando una pizca de impaciencia en su voz.

Straton sacó lentamente del bolsillo un trozo de tela negra y se la entregó. Aquella seda familiar tenía un tacto frío, en contraste con la sensación de calor que le producía el miedo que lo atenazaba. Mantuvo una expresión serena y preguntó:

– ¿Qué es esto?

Farnsworth se aclaró la garganta.

– Es la máscara del Ladrón de Novias. La encontré oculta en el escritorio de su habitación, milord.

Aquellas palabras reverberaron en su mente, y cerró la mandíbula con fuerza para contener el rugido de angustia que deseaba lanzar. “¡Ahora no!” Ahora que acababan de entregarle la felicidad en bandeja de oro, ahora que Samantha y él estaban tan cerca de escapar.

Ahora que tenía tanto por lo que vivir.

Posó su mirada en Straton esperando encontrar una expresión dura, pero el magistrado miraba por la ventana con un gesto que Eric sólo pudo describir como atormentado. Siguió su mirada y se dio cuenta de que la atención de Straton estaba fija en Margaret, que estaba no muy lejos de allí, a la sombra de un roble enorme.