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Con los puños apretados, en uno de ellos la tela arrugada, Eric permaneció inmóvil como una estatua, con todos los músculos en tensión, aguardando a que lo detuvieran. No había manera de refutar la prueba que sostenía en la mano y además no podía por menos de respetar a Straton y Farnsworth por su ingenio.

Sus pensamientos volaron a Samantha y se le contrajo un músculo en la mejilla. Maldición, sin duda estaría frenética. Experimentó un profundo pesar por lo que iba a tener que afrontar ella a consecuencia de su arresto y posterior ejecución. Pesar por no tener ya la oportunidad de ser su esposo, de reír y amar con ella. Pero al menos había asegurado económicamente su futuro: la condena de Wesley era una mujer sumamente rica. Rezó para que se fuera de Inglaterra, dejase atrás el escándalo y comenzase una nueva vida.

Su atención se centró nuevamente en el magistrado. Straton continuaba con la vista fija en la ventana. Estaba pálido y sus manos formaban dos puños a los costados, con los nudillos blancos. Transcurrió casi un minuto entero de un silencio ensordecedor.

Por fin Straton se volvió hacia su subordinado.

– Un trabajo excelente, Farnsworth -le dijo-. Ha aprobado usted el examen de forma verdaderamente admirable.

Eric sintió el mismo desconcierto que dejó en blando el semblante de Farnsworth.

– ¿El examen, señor? -repitió el ayudante, rascándose la cabeza.

– Sí. Hace ya algún tiempo que había puesto el ojo en usted para una posible promoción, pero me resultaba necesario poner a prueba su destreza; seguro que lo comprenderá.

– Pues… en realidad no…

– Lord Wesley, que ha mostrado un gran civismo al ofrecer su ayuda durante esta investigación, ha sido tan amable de permitirme hacer uso de su casa. -Straton juntó las manos a la espalda y prosiguió-: Siguiendo mis instrucciones, el conde escondió esa máscara, que es una réplica de la del Ladrón de Novias confeccionada por mí a partir de descripciones de testigos, en Wesley Manor. Yo sabía que si sus capacidades deductivas eran lo bastante agudas para encontrar la máscara, Farnsworth, merecía usted esa promoción. -Se volvió hacia Eric- ¿Así que un compartimiento secreto bajo su escritorio, milord? Un escondrijo diabólicamente ingenioso. Le agradezco mucho su ayuda.

Eric no salía de su asombro. Sólo una vida entera acostumbrado a dominar sus emociones le impidió mostrar la misma reacción estupefacta que Farnsworth. Seguro que no había oído bien ¿de qué demonios estaba hablando Straton?

Adam se volvió hacia su ayudante y le tendió la mano.

– Felicitaciones, Farnsworth. Su promoción conlleva que se encargue de un nuevo caso, unos presuntos contrabandistas. Mañana por la mañana le informaré debidamente de su misión.

Con el semblante ahora sonrojado en una mezcla de perplejidad y orgullo, Farnsworth estrechó la mano de su jefe.

– ¡Gracias, señor! Me siento abrumado -Su sonrisa se desvaneció-. Naturalmente, la mala noticia es que aún seguimos sin apresar al Ladrón de Novias. -Miró a Eric con gesto contrito-. Creía que usted era nuestro hombre, lord Wesley. Le ruego que acepte mis excusas.

Sin confiar en su propia voz, Eric se limitó a inclinar la cabeza por toda respuesta.

– Sí, por desgracia el Ladrón de Novias sigue en libertad -confirmó Straton. Se volvió hacia Eric y le dirigió una mirada absolutamente seria-. No obstante, juro que no toleraré más secuestros. Si el Ladrón de Novias comete el error de actuar de nuevo, me encargaré de que lo ahorquen.

Una verdad increíble se abrió paso poco a poco entre la confusión que experimentaba Eric: Straton lo dejaba en libertad. Si bien no cabía duda respecto de la advertencia del magistrado en relación con futuros secuestros, era innegable que Straton le había salvado la vida.

Farnsworth apoyó una mano en el hombro de Straton a modo de consuelo.

– Así se habla, señor. Atrapará al Ladrón de Novias cuando vuelva a dejarse ver.

Straton y Eric intercambiaron una larga mirada. Después, el magistrado dijo:

– No deseamos entretenerlo más, excelencia. Nuestros mejores deseos para usted y su esposa.

Eric consiguió de algún modo encontrar la voz para decir:

– Gracias

Farnsworth abrió la puerta y salió del despacho. Cuando el magistrado hizo además de seguirlo, Eric lo detuvo:

– Quisiera hablar un instante con usted, Straton.

Adam se quedó en el umbral y a continuación volvió a entrar y cerró la puerta. Eric contempló al hombre que acababa de salvarlo de la horca y dijo simplemente:

– ¿Por qué?

Straton se recostó contra la puerta y Eric se dio cuenta de que de nuevo dirigía la mirada hacia la ventana, por la cual se veía a Margaret bajo el majestuoso roble. Miró a Eric una vez más y le respondió:

– He tenido una conversación muy instructiva con su hermana

Eric se tensó

– Margaret no sabe nada de esto

– Sí, lo sé. Pero ahora entiendo por qué usted hacía… lo que hacía. No pudo salvarla a ella, de modo que salvaba a otras. -Cruzó los brazos y sus ojos relampaguearon- Me ha dicho que si ella hubiera tenido la oportunidad de escapar de su matrimonio, la misma libertad que ofrece el Ladrón de Novias, la habría aprovechado sin vacilar. Y se habría ahorrado estos años de infelicidad.

– Y si usted cree que eso no me carcome cada día, está muy equivocado

– Ahora que sé que ella sufrió a manos de ese canalla, eso me va a carcomer a mí, cada día. -Straton apretó los puños a los costados y sus labios formaron una delgada línea-. Hasta esta mañana, creía que casarse con un miembro de la nobleza era lo mejor que podía sucederle a una mujer. Y si dicho matrimonio era arreglado, en fin, el padre se limitaba a hacer lo mejor para ella -Soltó una risa amarga- Pero para lady Darvin no fue lo mejor. Ahora lo entiendo, ahora veo que una mujer no debe ser obligada a casarse en contra de su voluntad, ni ser forzada a pasar su vida con un hombre al que aborrece, un hombre que podría maltratarla. No he podido imaginarlo a usted ahorcado por salvar a otras mujeres de un destino como ése. En realidad, aplaudo el autodominio que demostró no habiendo matado a ese bastardo de Darvin. Yo no puedo decir que hubiera tenido un autocontrol semejante al suyo.

Adam respiró hondo y prosiguió:

– Poco a poco irá disminuyendo el interés por el Ladrón de Novias cuando se deje de hablar de él. Dentro de unos meses, comunicaré al Times que en vista de que no se ha denunciado ningún secuestro más, me veo obligado a suponer que el Ladrón de Novias ha abandonado sus actividades delictivas. Y en ese momento también animaré a la Brigada contra el Ladrón de Novias a que se disuelva y devuelva los fondos de la recompensa a los hombres que los han aportado.

Señaló la máscara que Eric aún aferraba.

– Queme eso. Y ocúpese de que yo nunca más vuelva a oír hablar del Ladrón de Novias. Pero si decide continuar ayudando a las mujeres por medios legales, puede contar conmigo para lo que pueda servirle.

Eric se guardó en el bolsillo la máscara de seda.

– Considere desaparecido al Ladrón de Novias. En efecto, pienso continuar ayudando a esas mujeres por medios legales, pero aún no he perfilado todos los detalles. Cuando los tenga, se lo comunicaré.

Aspiró hondo. En su mente veía ya su futuro, y el de Samantha, extendido ante él como un festín.

– No sé como darle las gracias… -De pronto se detuvo. En realidad, sí sabía cómo- Dígame, Straton… ¿usted siente algo por mi hermana?

El magistrado se ruborizó

– Lady Darvin es una dama encantadora y…

– No nos andemos con rodeos. Deme una respuesta sincera. ¿Siente algo por ella?

Straton apretó los labios

– Sí -admitió

– ¿La ama?

Eric observó cómo Straton hacía esfuerzos por decir algo, hasta que por fin afirmó bruscamente con la cabeza.