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– Viniendo de un hombre al que llaman “Ladrón”, no estoy muy segura de que eso sea un consuelo.

– Ah, pero sin duda sabrá que existe el honor incluso entre los ladrones, señorita Briggeham. -Flexionó las rodillas y se acomodó en el suelo, echándose hacia atrás hasta quedar recostado contra la pared-. Venga a sentarse conmigo y charlaremos un poco -la invitó con su ronco acento al tiempo que palmeaba el suelo a su lado-. Prometo que no la morderé. Mientras estemos aquí retenidos, no está de más que nos pongamos cómodos.

Al ver que ella vacilaba, Eric se levantó y se acerco a la chimenea. Acto seguido sacó el atizador de su soporte de bronce y se lo tendió a Samantha.

– Tenga. Cójalo, si así se siente más segura.

Ella observó el atizador y luego al hombre.

– ¿Por qué iba a darme usted un arma?

– Como muestra de confianza. La he secuestrado por equivocación y la llevaré de vuelta a su casa. Con sinceridad, ¿le he causado algún daño?

– No, pero casi me ha matado del susto.

– Lo siento de veras

– Y además, durante la refriega he perdido las gafas y se me ha caído la bolsa.

– Una vez más, le ofrezco mis sinceras disculpas. – Señaló el atizador con un gesto de la cabeza-. Cójalo. Le doy permiso para propinarme un porrazo si trato de hacerle daño.

Sammie no hizo caso de la chispa de diversión que contenía su voz y le arrebató el atizador de las manos. Retrocedió rápidamente y lo empuñó con fuerza, dispuesta a dejar a su captor inconsciente si no cumplía su palabra. Pero en lugar de saltar sobre ella, él se limitó a sentarse en el suelo, recostar la espalda contra la pared y ponerse a observarla.

Sammie, con el atizador en la mano, pensó qué hacer a continuación. La lluvia golpeaba los cristales, y tuvo que admitir que no era buena idea internarse en el bosque en medio de la oscuridad y el agua. Pero ¿cómo podía fíarse de aquel hombre? Cierto, le había dado el atizador, pero seguro que creía poder desarmarla si ella decidía atacarlo. Aspiró profundamente y obligó a sus pensamientos a alinearse en orden lógico.

El Ladrón de Novias. Rebuscó en su memoria y se dio cuenta de que quizá lo hubiera oído mencionar, pero como casi siempre hacía oídos sordos a los chismorreos en que se recreaban su madre y sus hermanas, no estaba segura. No obstante, ahora que lo pensaba, el apodo le sonaba vagamente.

Lo mejor era entablar una conversación con aquel hombre; tal vez pudiera extraerle alguna información que la ayudar a decidir si podía fíarse de él, o bien alguna pista que fuera de utilidad a las autoridades.

Todavía empuñando el atizador, se sentó en el suelo en el extremo opuesto de la habitación vacía y contempló con los ojos entornados la mancha negra y borrosa que era su secuestrador. Manteniendo un tono ligero, preguntó:

– Dígame, señor… eh… Ladrón, ¿ha raptado a muchas novias reacias?

Una risa profunda emanó de la mancha negra.

– Es un verdadero golpe a mi orgullo que usted nunca haya oído hablar de mí. He socorrido a más de una docena de novias. Mujeres desgraciadas, todas ellas a punto de ser obligadas a casarse en contra de su voluntad.

– Si no le importa que lo pregunta, ¿cómo las “socorre”, exactamente?

– Les proporcione un pasaje al continente o a América, junto con fondos suficientes para que puedan establecerse en su nueva vida.

– Eso ha de resultar bastante oneroso

Le pareció que él se encogía de hombros

– Dispongo de fondos suficientes

– Entiendo. ¿Acaso los roba también?

Él rió de nuevo

– Es usted muy suspicaz, ¿no cree? No, no tengo necesidad de robar chucherías ni soberanos de oro. El dinero que doy es mío.

Sammie no pudo ocultar su sorpresa. Vaya, ¿qué clase de hombre era aquél? Tras dedicar unos instantes a asimilar aquellas palabras, asintió lentamente.

– Creo que empiezo a entenderlo. Es usted como Robin Hood, sólo que en lugar de robar joyas roba novias. Y en lugar de entregar el dinero a los pobres ofrece como regalo la liberta.

– Nunca lo había pensado de ese modo, pero así es.

Sammie comprendió de pronto, y soltó un resoplido.

– Y se disponía a ofrecerme a mí esa libertad…, salvarme de mi casamiento con el mayor Wilshire.

– Así es. Pero es evidente que usted es una joven de sólidas convicciones y que ha arreglado el problema sola. -Murmuró algo que sonó sospechosamente a “si lo hubiera sabido, me habría ahorrado muchos problemas”, pero Sammie no estaba segura-. Dígame, señorita, ¿por qué no desea casarse con el mayor?

Cielos, una explicación completa podría llevar horas. Sammie se aclaró la garganta y contestó:

– Tenemos muy poco en común y no haríamos buena pareja. Pero, la verdad, no me interesa casarme con nadie. Estoy muy contenta con mi vida, y la soltería me permite tener libertad para dedicarme a mis intereses científicos. Temo que la mayoría de los hombres, incluído el mayor, intentaría frustrar mis estudios. -Agitó la mano en un gesto que pretendía quitar importancia al asunto-. Pero basta de hablar de mí. Por favor, cuénteme algo más sobre eso de raptar novias. Es posible que usted lo vea como una manera de ayudarlas, pero seguro que las familiar de esas jóvenes consideran que sus actos son delictivos.

– En efecto, así es.

– E imagino que al magistrado le gustaría encontrarlo.

– Cierto, le gustaría verme con la soga al cuello

Sammie se inclinó hacia delante, fascinada a pesar de sí misma.

– Entonces ¿por qué hace esto? ¿qué puede ganar corriendo semejante peligro?

Su pregunta sólo encontró silencio por varios segundos, hasta que la voz ronca de él sonó más dura que antes.

– Una persona a la que yo quería fue obligada a casarse con un hombre al que aborrecía y no pude salvarla. Por eso intento ayudar a otras como ella. Una mujer ha de tener derecho a elegir no casarse con un hombre que no le agrade. -Hizo una pausa y a continuación tan suavemente que Sammie tuvo que aguzar el oído, añadió-: Lo que gano es la gratitud que veo brillar en los ojos de esas mujeres. Cada una de ellas afloja, un poco más, el nudo de culpabilidad que me atenaza por no haber podido ayudar a quien yo quería.

– Oh, Dios -exclamó Samantha, y soltó un prolongado suspiro de emoción contenida-. Qué increíble… nobleza. Y qué romántico. Arriesgar su vida por una causa tan digna… -Un estremecimiento que no tenía nada que ver con el miedo le recorrió la espalda-. Dios sabe que yo le habría agradecido su ayuda, si de hecho la hubiera necesitado.

– Sin embargo, usted no necesitaba mi ayuda, lo cual me coloca en la extraña situación de tener que devolverla a su casa.

– Sí, supongo que así es.

Sammie lo miró fijamente desde el otro extremo de la habitación; el corazón le palpitaba tan fuerte que se preguntó si él podría oírlo. De pronto deseó poder verlo mejor, pues aquel hombre personificaba todas las cualidades de sus fantasías secretas, todos los sueños que llevaba ocultos en lo más hondo de su alma, aquella alma insípida, socialmente inepta, propia de un ratón de biblioteca. Él era grande y fuerte, y estaba segura de que su máscara escondía un rostro fascinante, lleno de seguridad y carácter. Era arrojado, valiente, gallardo y noble.

Un héroe.

Era como si se hubiera materializado desde su imaginación y salido de las páginas de su diario personal, el único sitio donde se atrevía a revelar sus deseos más íntimos y secretos, deseos alimentados por sueños imposibles de que un hombre así encontrase a una mujer como ella, digna de su atención, la tomara entre sus brazos y la llevara a lugares mágicos.

Dejó escapar un sentido suspiro, uno de aquellos suspiros femeninos y soñadores, inútiles, nada prácticos, que con tan poca frecuencia se permitía. Tenía que saber más… de él y de la vida emocionante y peligrosa que llevaba. Dejó el atizador en el suelo, se levantó, cruzó la habitación y se sentó a su lado.