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En verano, el río que fluía al pie de la montaña era nuestra salvación. Siempre íbamos a una parte del río que no era demasiado ancha, aunque en el centro la corriente podía ser fuerte en ocasiones. Había unas enormes rocas diseminadas en el agua que convertían la natación en una aventura peligrosa si no se tenía cuidado; de modo que nuestros padres nunca nos permitían adentrarnos demasiado en el río. Xiao Jie y yo, que tampoco sabíamos nadar muy bien, solíamos pasar un rato estupendo jugando en las riberas poco profundas. De vez en cuando, yo iba a buscar flores silvestres en las montañas que nos rodeaban. A veces algunos chicos valientes se zambullían en la blanca corriente desde la gigantesca roca que había en medio del río, apareciendo triunfalmente en algún lugar río abajo, y yo aplaudía con deleite. Para mí, el río era fresco, claro y hermoso; alguna que otra vez también me preguntaba qué había corriente arriba.

– La verdad es que no lo sé, Wei -dijo mi madre-. Supongo que algunas ciudades o pueblos.

Lamentablemente, no tardamos en descubrir qué había allí arriba. En septiembre de 1971, la habitual estación lluviosa llegó pronto, en cuanto terminó el verano. Estuvo diluviando durante muchos días y muchas noches. Junto con la lluvia llegó también una epidemia de hepatitis. Mucha gente del campo de trabajo creía que la provocaba una industria química situada río arriba que vertía residuos en lo que también era nuestra fuente de agua potable. Aunque las autoridades nunca confirmaron esta teoría, un par de años más tarde cerraron la industria.

En el campamento contábamos con una pequeña clínica y un médico. El hospital más cercano se hallaba a «muchas montañas de distancia». Se pidió a las familias que primero trataran a los enfermos en casa. La propagación de la enfermedad no tardó en llegar a extremos demasiado preocupantes como para dejar el aislamiento y los cuidados médicos de las personas contagiadas en manos de sus familiares. Los ingenieros del ejército levantaron un campamento-hospital que consistía en varias tiendas militares de gran tamaño.

De los miembros de mi familia, Xiao Jie fue la primera en caer enferma. Una tarde empezó a tener mucha calentura y a presentar síntomas de la enfermedad. Mis padres se dieron cuenta del peligro inmediatamente; Xiao Jie sólo tenía dos años en aquel entonces. Mamá se puso el impermeable y salió corriendo a buscar al médico. Papá se quedó con Xiao Jie y se ocupaba de su fiebre poniéndole una toalla caliente en la frente. Pero ella no mostraba indicios de mejoría. Lloraba y se revolvía de dolor.

– Wei, métete en tu habitación y no vuelvas a salir -me gritó papá-. ¿Es que también quieres ponerte enferma? ¡Vuelve allí ahora mismo!

Regresé al cuarto que compartía con Xiao Jie, pero dejé la puerta ligeramente entornada, de modo que pudiera ver y oír lo que ocurría en la habitación de mis padres.

Mamá volvió al cabo de un rato, empapada por la lluvia.

– ¿Qué ha dicho el doctor? -preguntó papá.

Mamá estrechó a Xiao Jie con fuerza entre sus brazos. Mi hermana había empezado a perder la voz a causa del llanto constante. Las lágrimas corrieron por las mejillas de mi madre.

– El único médico que hay está de guardia en el campamento-hospital. No tiene tiempo para venir a ver a Xiao Jie, ni su ayudante tampoco. Están abrumados con la cantidad de enfermos que hay en el campo.

– ¿Y de la medicina? ¿Hay algo que podamos darle a Xiao Jie para hacer que le baje la fiebre?

– Tienen penicilina, pero sólo para los pacientes del campamento-hospital. La enfermedad se ha propagado por toda la región y las medicinas se están agotando. Los médicos descalzos de los pueblos cercanos se han ido a casa a descansar.

Los médicos descalzos eran campesinos que habían recibido una formación médica básica para que así pudieran ocuparse de los problemas de salud en regiones y pueblos remotos.

No creo que ninguno de nosotros durmiera mucho aquella noche. Mis padres no podían hacer otra cosa que ponerle toallas calientes en la frente a Xiao Jie con la esperanza de que, al sudar, la fiebre disminuyera. A medida que transcurría la noche, Xiao Jie se fue quedando callada. Había perdido la voz por completo, tenía la cara colorada y estaba ardiendo. Mamá y papá se pasaron toda la noche con ella en brazos, por turnos. Por la mañana, cuando mi madre se llevó a Xiao Jie al campamento-hospital, tenía los ojos enrojecidos a causa de sus propias lágrimas.

Durante los dos días siguientes, mamá no durmió mucho. Como Xiao Jie estaba gravemente enferma, el doctor la ingresó en la unidad de aislamiento y no permitía que nadie fuera a visitarla. Mamá se quedaba levantada casi cada noche, recorriendo el apartamento, preguntándose cómo estaría mi hermana, rezando y albergando esperanzas. También estaba preparada para dirigirse al campamento-hospital en cualquier momento si a mi hermana le ocurría lo peor y estar junto a su cabecera lo antes posible. Mi padre se quedó levantado con ella esas noches, consolándola cuando rompía a llorar. Aquellas noches yo permanecí en mi cama escuchando el incesante golpeteo de la lluvia en la ventana; con la mirada fija en la oscuridad, esperaba volver a ver pronto a mi hermana.

Tres días después de que mi hermana ingresara en el campamento-hospital, mis padres recibieron la buena noticia de que Xiao Jie había superado el período crítico de la enfermedad y ahora podían ir a visitarla al campamento. Al volver estaban locos de alegría y no podían parar de hablar del buen aspecto que tenía.

– ¿Cuándo podré verla? -les pregunté en cuanto entraron y dejaron afuera la lluvia.

– No lo sabemos. Quizá tengas que esperar un poco. El doctor dijo que tenía que permanecer algún tiempo en la unidad de aislamiento antes de poder entrar en contacto con las demás personas.

– ¿Puedo ir contigo a visitarla?

– No -respondió severamente mi madre-, no queremos que te pongas enferma.

Aquella tarde, a pesar de los esfuerzos de mis padres por mantenerla alejada de mí, yo también contraje la hepatitis. Quizá porque era mayor que Xiao Jie o quizá porque el hecho de vivir en las montañas me había fortalecido, no me puse, ni mucho menos, tan enferma como ella. Aunque hubo que ingresarme en el campamento-hospital, no tuve que ir a la unidad de aislamiento. Cuando llegué a la unidad para niños con mamá, me encontré con que todos mis amigos del jardín de infancia estaban allí. Muchos de ellos estaban hinchados y tenían un color de piel amarillento.

A finales de mes, la mayoría de las personas del campo de trabajo habían contraído la enfermedad y tuvieron que trasladarse al campamento-hospital. La falta de médicos, enfermeras y medicinas había retrasado seriamente la recuperación de muchos pacientes. La mayor parte del tiempo, los médicos sólo podían centrarse en reducir el número de bajas. Se decía que la epidemia se había extendido aquel año por toda la provincia y que el gobierno central había organizado la entrega de medicinas de emergencia para ayudar a combatir la hepatitis. Por desgracia, puesto que Nanchuan se hallaba muy apartada de las ciudades importantes de la provincia, los medicamentos tardaron en llegar.

El segundo mes, todas las mujeres que todavía no habían contraído la hepatitis eran necesarias para atender a los afectados. Mi madre se presentó voluntaria, en parte para estar cerca de su familia, puesto que, para entonces, mi padre también había caído enfermo. El campamento-hospital duró al menos tres meses. Finalmente llegaron las medicinas y la mayoría nos recuperamos. Cuando me dieron de alta del campamento-hospital, la verdad es que me entristecí. Se acabó eso de pasarse el día jugando sin ir a la escuela. La vida volvió a la normalidad, pero entonces el jardín de infancia se me hacía aburrido.

A finales de 1971, la noticia de la muerte de Lin Biao llegó al campo de trabajo. Lin Biao era el ministro de Defensa y vicepresidente de China. También era el brazo derecho de Mao, que lo había elegido como sucesor. Los primeros recuerdos de mi niñez incluyen una imagen del vicepresidente Lin agitando el pequeño libro rojo. Me dijeron que nadie quería tanto al presidente Mao como el vicepresidente Lin.