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– Oye, tío, no seas pelma. El tren tiene que seguir los valles a la tuerza. ¿Por dónde quieres que pase?

– Claro -digo, conciliador-. Pero ¿por qué el Mosela? -Ya te digo que es el camino. -Pero nadie sabe adonde vamos. -Pues claro que lo sabemos. ¿Qué puñetas hacías en Compiégne? Es obvio que vamos a Weímar.

En Compiégne, dedicaba mi puñetero tiempo a dormir. En Compiégne estaba solo, no conocía a nadie, y la salida del convoy estaba anunciada para dos días después. Dediqué mi puñetero tiempo a dormir. En Auxerre tenía compañeros de varios meses y la cárcel se había vuelto habitable. Pero en Compiégne éramos miles, un auténtico desbarajuste, no conocía a nadie.

– Me pasé el tiempo durmiendo. Sólo estuve día y medio en Compiégne.

– Y tenías sueño -me dice.

– No tenía sueño -le contesto-, no especialmente. No tenía otra cosa que hacer.

– ¿Y conseguías dormir, con la barahúnda que había aquellos días en Compiégne? -Lo conseguí.

Luego me explica que se quedó varias semanas en Compiégne. Tuvo tiempo de enterarse. Era la época de las deportaciones en masa hacía los campos. Se filtraban algunas informaciones vagas. Los campos de Polonia eran los peores, los centinelas alemanes, al parecer, hablaban de ellos en voz baja. Había otro campo, en Austria, al que uno debía esperar no ir. Luego había otros muchos, en la misma Alemania, más o menos por el estilo. La víspera de la salida, supimos que nuestro convoy se dirigía a uno de éstos, cerca de Weimar. Y el valle del Mosela, sencillamente, era el camino. -Weimar -digo- es una ciudad de provincias. -Todas las ciudades son de provincias -me dice-, excepto las capitales.

Reímos juntos, porque el sentido común, en el mundo, es lo mejor repartido.

– Quiero decir una ciudad provinciana.

– Ya -dice-, algo así como Semur, es lo que insinúas.

– Quizá mayor que Semur, no sé, seguramente mayor.

– Pero en Semur no hay un campo de concentración -me dice, hostil.

– ¿Por qué no?

– ¿Cómo, que por qué no? Pues porque no. ¿Quieres decir que podría haber un campo en Semur?

– ¿Y por qué no? Es cuestión de circunstancias.

– A la mierda las circunstancias.

– Hay campos en Francia -le explico-, es posible que haya en Semur.

– ¿Hay campos en Francia?

Me mira, desconcertado.

– Claro.

– ¿Campos franceses, en Francia?

– Claro -repito-, no campos japoneses, campos franceses en Francia.

– Hay el de Compiégne, es verdad. Pero no llamo a eso un campo francés.

– Hay el de Compiégne, que ha sido un campo francés en Francia, antes de ser un campo alemán en Francia. Pero hay otros que nunca han dejado de ser campos franceses en Francia.

Le hablo de Argeles, de Saint-Cyprien, Gurs, Cháteaubriant. «Mierda, vaya», exclama.

Esta novedad le desconcierta. Pero se repone pronto.

– Tienes que explicarme eso -me dice.

No pone en duda mi afirmación, la existencia de campos franceses en Francia. Pero tampoco se deja conmover por el descubrimiento. Tendré que explicárselo. No pone en duda mi afirmación, pero ésta no encaja con la idea que se hacía de las cosas. Es una idea muy sencilla, muy práctica, la que se hacía de las cosas, con todo el bien de un lado y el mal del otro. No tiene dificultad en exponérmela, en unas pocas frases. Es hijo de campesinos más bien acomodados, a él le hubiera gustado abandonar el campo, hacerse mecánico, quién sabe, ajustador, tornero, fresador, lo que sea, un bonito trabajo sobre bonitas máquinas, me dice. Pero luego vino el STO [2]- Es evidente que no iba a permitir que le mandaran a Alemania. Alemania estaba lejos, y además no era Francia, y, para colmo, tampoco iba a trabajar para los ocupantes. Se convirtió en rebelde, pues, y se unió al maquis. Lo demás vino de ahí, por sí solo, como un encadenamiento lógico. «Yo soy patriota», me ha dicho. Me estaba interesando el chico de Semur, era la primera vez que veía a un patriota en carne y hueso. Pues no era nacionalista, en absoluto, era patriota. Yo conocía a unos cuantos nacionalistas. El arquitecto era nacionalista. Tenía la mirada azul, directa y franca, fija en la línea azul de los Vosgos. Era nacionalista, pero trabajaba para Buckmaster y el War Office. [3]" El chico de Semur era un patriota, no tenía ni pizca de nacionalista. Era mi primer patriota en carne y hueso.

– De acuerdo -le digo-. Te lo explicaré luego.

– ¿Por qué luego?

– Estoy mirando el paisaje -le contesto-, déjame mirar el paisaje.

– Es el campo -dice con asco.

Pero me deja mirar el campo.

El tren silba. Pienso que un silbido de locomotora obedece siempre a razones concretas. Tiene un sentido concreto. Pero, por la noche, en los cuartos de hotel alquilados bajo nombre falso cerca de la estación, cuando se tarda en dormir por todo lo que se piensa, o se piensa demasiado, en estos cuartos de hotel desconocidos, el silbido de las locomotoras cobra resonancias inesperadas. Los silbidos pierden su sentido concreto, racional, se convierten en una llamada o un aviso incomprensibles. Los trenes silban en la noche y uno da vueltas en la cama, extrañamente inquieto. Es una impresión que se alimenta de mala literatura, sin duda, pero no deja de ser real. Mi tren silba en el valle del Mosela y veo desfilar lentamente el paisaje de invierno. Cae la noche. Hay gente que se pasea por la carretera, junto a la vía. Van hacia ese pueblecito, con su halo de humaredas tranquilas. Acaso tengan una mirada para este tren, una mirada distraída, no es más que un tren de mercancías, como los que pasan a menudo. Van hacia sus casas, este tren les trae sin cuidado, ellos tienen su vida, sus preocupaciones, sus propias historias. Por lo pronto, y al verles caminar por esta carretera, advierto, como si fuera algo muy sencillo, que yo estoy dentro y ellos están fuera. Me invade una profunda tristeza física. Estoy dentro, hace meses que estoy dentro y ellos están fuera. No sólo es el hecho de que estén libres, habría mucho que decir a este respecto; sencillamente, es que ellos están fuera, que para ellos hay caminos, setos a lo largo de las carreteras, frutas en los árboles frutales, uvas en las viñas. Están fuera, sencillamente, mientras que yo estoy dentro. No se trata tanto de no ser libre de ir a donde quiero, nunca se es libre para ir a donde se quiere. Nunca he sido tan libre como para ir a donde quería. He sido libre para ir a donde tenía que ir, y era preciso que yo fuera en este tren, porque era también preciso que yo hiciera lo que me ha conducido a este tren. Era libre para ir en este tren, completamente libre, y aproveché mi libertad. Ya estoy en este tren. Estoy en él libremente, pues hubiera podido no estar. No se trata, así pues, de esto. Sencillamente es una sensación física: se está dentro. Existe un afuera y un adentro, y yo estoy dentro. Es una sensación de tristeza física que le invade a uno, nada más.

Después, esta sensación se hace todavía más violenta. A veces se hace intolerable. Ahora miro a la gente que pasea, y no sé todavía que esta sensación de estar dentro va a resultar insoportable. Quizá no debiera hablar más que de esta gente que pasea y de esta sensación, tal como ha sido en este momento, en el valle dei Mosela, para no trastornar el orden del relato. Pero esta historia la escribo yo, y hago lo que quiero. Hubiera podido no hablar del chico de Semur. Hizo elviaje conmigo, al final murió, en el fondo es una historia que no interesa a nadie. Pero he decidido hablar de ella. A causa de Semur-en-Auxois, primero, a causa de esta coincidencia de hacer un viaje semejante con un chico de Semur. Me gusta Semur, adonde no he vuelto jamás. Me gustaba mucho Semur en otoño. Habíamos ido, julíen y yo, con tres maletas líenas de plástico y de metralletas Sten. Los ferroviarios nos ayudaron a esconderlas, mientras esperábamos tomar contacto con el maquis. Después, las transportamos al cementerio, y allí fueron los muchachos a buscarlas. Era bonito Semur en otoño. Nos quedamos dos días con los compañeros, en la colina. Hacía buen tiempo, septiembre lucía de un lado a otro del paisaje. He decidido hablar de este chico de Semur, a causa de Semur y a causa de este viaje. Murió a mi lado, al final de este viaje, acabé este viaje con su cadáver contra mí, de pie. He decidido hablar de él, y eso sólo me atañe a mí, nadie tiene nada que decir. Es una historia entre este chico de Semur y yo.

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[2] * Servicio de Trabajo Obligatorio. (N. de los T.)

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[3] * Servicio británico y el Ministerio de la Guerra británico, que colaboraban con la Resistencia francesa. (N, de los T.)