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Nelson era más alta que su jefe, cerca de 1’85 cm y eso sin llevar tacones demasiado altos. Su pelo era de un rojo vibrante que caía en ondas alrededor de sus hombros. Era de esa rara tonalidad que es profunda y rica, y casi tan cerca del verdadero rojo como podía llegar a estar una cabellera humana. Su traje estaba hecho a medida, conservador y de color negro, la camisa blanca, y su maquillaje de buen gusto. Sólo aquella llamarada de pelo arruinaba el exterior casi masculino que ofrecía. Era como si al mismo tiempo escondiera su belleza y llamara la atención sobre la misma. Porque era hermosa. Y había que añadir que una lluvia de pecas debajo del suave maquillaje no quitaba ningún mérito a esa piel tan impecable.

Sus ojos eran algunas veces verdes o azules, según cómo los iluminara la luz. Aquellos ojos indecisos no podían dejar de mirar a Frost y Doyle. Ella trató de concentrarse en el bloc legal en el que supuestamente tenía que ir escribiendo sus notas, pero su mirada seguía alzada, y pendiente de ellos, como si no pudiera evitarlo.

Esto me hizo preguntarme si allí había algo más que sólo hermosos hombres y una mujer distraída.

Shelby se aclaró la garganta bruscamente.

Yo me sobresalté y le miré.

– Lo siento terriblemente, Señor Shelby, ¿me estaba hablando?

– No, no lo hacía, y debería. -Él miró hacia su lado de la mesa. -Me trajeron aquí como parte neutral, pero deje que le pregunte a mis socios si tienen algun problema para formular ellos mismos preguntas a la princesa.

Varios de los abogados hablaron al mismo tiempo. Veducci sólo levantó su lápiz en el aire y consiguió el turno.

– Mi oficina ha tratado más estrechamente con la princesa y su personal que el resto de ustedes, y eso es porque llevamos ciertos remedios contra el encanto.

– ¿Qué clase de remedios? -preguntó Shelby.

– No le diré lo que llevo, excepto que es magia blanca, hierro, y trébol de cuatro hojas, hierba de San Juan [1], serval, y ceniza de madera o bayas que es la que funciona. Algunos dicen que las campanas rompen el encanto, pero no creo que las altas cortes sidhe se vean demasiado afectadas por las campanas.

– ¿Dice que la princesa usa el encanto contra nosotros? -preguntó Shelby, su hermosa cara ya no era agradable.

– Digo que a veces al tratar con el Rey Taranis o la Reina Andais, su presencia abruma a los humanos -repondió Veducci. – La Princesa Meredith, que es en parte humana, aunque muy hermosa… -Él cabeceó en mi dirección. Yo asentí con la cabeza ante el elogio-… nunca ha afectado a nadie tan fuertemente, pero muchas cosas han pasado en la Corte de la Oscuridad en los últimos días… El embajador Stevens me ha informado, ya que tiene sus fuentes. Por lo visto, la princesa Meredith y algún que otro de sus guardias han aumentado sus poderes, por así decirlo.

Veducci todavía parecía cansado, pero ahora sus ojos reflejaban la mente que se escondía bajo ese regordete y agotado camuflaje. Comprendí con un sobresalto que había otros peligros además de la ambición. Veducci era listo, y había insinuado que sabía algo sobre lo que había pasado dentro de la Corte Oscura. ¿Lo sabría, o era un farol? ¿Se pensaría que íbamos a soltar prenda?

– Es ilegal usar el encanto en nosotros -dijo Shelby, disgustado. Él me miró, y su mirada ya no era tan amistosa. Le devolví la mirada, con toda la fuerza de mis ojos tricolores: oro fundido en el borde externo, luego un círculo del más puro verde jade, y por último un verde esmeralda rodeando mi pupila. Él apartó la mirada primero, dejándola caer sobre su bloc de notas. Su voz era tensa por la rabia controlada. -Podríamos hacerla detener, o deportarla al mundo de las hadas por tratar de usar magia y tratar de influir en estos procedimientos, Princesa.

– No he tratado de imponerme sobre usted, Señor Shelby, no a propósito. -Luego miré a Veducci. -Señor Veducci, usted nos dijo que simplemente estar en presencia de mi tía o mi tío ya era difícil; ¿Se lo estoy poniendo yo difícil, ahora?

– Por las reacciones de mis colegas, creo que sí.

– ¿Entonces es ésta la reacción que el Rey Taranis y la Reina Andais provocan en los humanos?

– Similar -dijo Veducci.

Tuve que sonreír.

– No tiene gracia, Princesa -dijo Cortez, sus palabras estaban llenas de cólera, pero cuando encontré sus ojos castaños, él apartó la mirada.

Miré a Nelson, pero no era yo la que la distraía; su problema estaba detrás de mí.

– ¿A quién mira usted más? -le pregunté. -A Frost o a Doyle; ¿la luz o la oscuridad?

Ella se sonrojó de esa forma encantadora en que lo hacen los humanos pelirrojos.

– Yo no…

– Venga, Señorita Nelson, confiéselo, ¿cuál?

Ella tragó con tanta fuerza que pude oírlo.

– Ambos -susurró ella.

– Les acusaremos a usted y a los dos guardias por influencia mágica en un procedimiento legal, Princesa Meredith -comentó Cortez

– Estoy de acuerdo -dijo Shelby.

– Ni yo, ni Frost, ni Doyle estamos haciendo esto a propósito.

– No somos estúpidos -dijo Shelby. -El encanto es una magia activa, no pasiva.

– La mayor parte del encanto, sí, pero no todo -les dije. Y miré hacia Veducci. Ellos le habían colocado en el punto más lejano al centro de la mesa, como si ser de St. Louis fuera algo menos. O quizás me sentía demasiado sentimental sólo porque era mi ciudad natal.

– ¿Sabía usted -dijo Veducci-, que cuando alguien está delante de la Reina de Inglaterra, lo llaman “estar en su presencia”? Nunca me he encontrado con la Reina Elizabeth, y es poco probable que lo haga, así que no sé cómo funcionaría con ella. No he hablado nunca con una reina humana. Pero la frase “en presencia de”, estar en presencia de la reina, significa mucho más cuando te refieres a la reina de la Corte de la Oscuridad. Estar en presencia del rey de la Corte de la Luz también es algo especial.

– ¿Qué quiere decir -preguntó Cortez- con algo especial?

– Significa, señores y señoras, que ser el rey o la reina de las hadas te da un aura inconsciente de poder, de atractivo. Usted vive en L.A. Puede ver cómo influyen en la gente, aunque en menor grado, las estrellas o políticos. El poder parece generar poder. Tratar con las cortes de las hadas me ha hecho darme cuenta de que hasta nosotros, las personas simples, lo utilizamos a veces. Estar alrededor del poder, la riqueza, la belleza, el talento, no es más que aquello a lo que suele aspirar la naturaleza humana. Pienso que eso es el encanto. Creo que el éxito a un cierto nivel tiene encanto, y atrae a la gente hacia ti. Quieren estar a tu alrededor. Te escuchan. Hacen lo que les dices. Los humanos tienen una sombra de verdadero encanto; ahora piense en alguien que es la figura más poderosa del mundo feérico. Piense en el nivel de poder que le rodea.

– Embajador Stevens -dijo Shelby-, ¿No debería de haber sido usted el que nos advirtiera sobre tal efecto?

Stevens se alisó la corbata, jugando con el Rolex que Taranis le había regalado.

– El rey Taranis es una figura poderosa con siglos de gobierno a sus espaldas. Realmente obstenta una cierta nobleza que es impresionante. No he encontrado a la Reina Andais tan impresionante.

– Porque usted sólo se dirige a ella desde la distancia, a través de los espejos y con el Rey Taranis a su lado -le dijo Veducci.

Me impresionó que Veducci supiera esto, porque era la absoluta verdad.

– Usted es el embajador de las hadas -dijo Shelby-, no sólo de la Corte de la Luz.

– Sí, soy el Embajador de los Estados Unidos en las Cortes de las Hadas.

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[1] St John’s Wort, Hierba de Sant Juan, o hipérico. La Hierba de San Juan es un arbusto perenne que crece en suelos secos y soleados de todo el mundo. Sus flores son amarillas con pétalos moteados de negro en sus bordes. Entre el día de San Juan, 24 de junio, y San Pedro, día 29, es cuando se ha tenido por cierto que es el momento más propicio para recolectarla en plena floración y de ahí proviene su nombre. Es tradicional su recogida en la mañana de San Juan tras la fiesta de las hogueras y al comenzar el solsticio de verano lo que le ha dado a la planta el "aire mágico" que aún hoy la acompaña. Recolectada y seca, la hierba de san Juan se ha utilizado tradicionalmente en infusión para combatir la depresión leve y la ansiedad.