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La señora Sen:

– Hay más musulmanes en la India que en Pakistán. Prefieren multiplicarse aquí. Ya sabéis, ese Jinnah, comía huevos con beicon para desayunar todas las mañanas y bebía whisky todas las noches. ¿Qué clase de nación musulmana es ésa? Y cinco veces al día le pide limosna a Dios. Claro que… -se metió un dedo pringoso en la boca y lo sacó emitiendo un pequeño estallido- con ese Corán, ¿a quién le extraña? No les queda otra opción que ser unos falsos.

Ese razonamiento, bien lo sabían todos a fuerza de haberlo oído, constituía el pilar central de la opinión hindú y decía lo siguiente: tan estricto era el Corán que sus enseñanzas trascendían la capacidad humana. Por tanto, los musulmanes estaban obligados a fingir una cosa y hacer otra: bebían, fumaban, comían cerdo, iban con prostitutas, y luego lo negaban. A diferencia de los hindúes, que no necesitaban negarlo.

Lola estaba incómoda y bebía el té demasiado caliente. Tanto quejarse de los índices de natalidad de los musulmanes era vulgar e incorrecto entre la clase que lee a Jane Austen, e intuyó que el discurso de la señora Sen revelaba su propia opinión con respecto a los nepalíes, donde no era tan sencillo recurrir a estereotipos, defender unos prejuicios no muy diferentes.

– Es un asunto muy distinto con los musulmanes -replicó con rigidez-. Ya estaban aquí. Los nepalíes han venido y se han adueñado de todo, y no es una cuestión religiosa.

La señora Sen:

– Lo mismo podría decirse de la cuestión cultural musulmana… También vinieron de otra parte, Babar y demás, y se quedaron aquí para reproducirse. No es que las mujeres tengan la culpa, pobrecillas, son los hombres, que se casan con tres, cuatro esposas: no tienen vergüenza. -Lanzó una risilla sofocada-. No tienen nada mejor que hacer, ya se sabe. Sin tele ni electricidad, siempre tendrán el mismo problema…

Lola:

– Ay, señora Sen, ya está llevando la conversación por otros vericuetos. ¡No estamos hablando de eso!

La señora Sen:

– Ja, jaa, ja -trinó despreocupadamente, al tiempo que ponía otro canutillo de crema en su plato con ademán ostentoso.

Noni:

– ¿Qué tal está Mun Mun? -Pero nada más preguntarlo, se arrepintió, porque eso sulfuraría a Lola y luego tendría que dedicar toda la velada a reparar el daño.

La señora Sen:

– Ah, no hacen más que suplicarle y suplicarle que acepte la carta verde. Ella les dice: «No, no.» Yo le dije: «No seas tonta, acéptala, ¿qué mal hay en ello? Si te la ofrecen, te la imponen…» Cuánta gente mataría por tenerla… Qué tontita, ¿verdad? Vaya país tan pre-cioo-oo-so y tan bien organizado.

Las hermanas siempre habían despreciado a la señora Sen como una persona de escasa talla. Su inferioridad les resultó evidente mucho antes de que su hija se estableciera en un país donde la etiqueta de la mermelada ponía «Smuckers» en vez de «Proveedores oficiales de Su Majestad la Reina», y antes de que consiguiera un empleo en la CNN, pasando a ser rival directa de Pixie en la BBC. Era debido a que la señora Sen pronunciaba «patata» con deje humilde, igual que «tomate», y al rumor de que antaño se ganaba la vida vendiendo a domicilio con una escúter artículos confiscados en la aduana del aeropuerto de Dum Dum, ofreciendo de puerta en puerta la mercancía a madres que acumulaban dotes de artículos del mercado negro para así incrementar las posibilidades de sus hijas.

Lola:

– ¿Pero no te parece que son muy simplones?

La señora Sen:

– No tienen complejos, no, son muy abiertos.

– Pero es una cordialidad falsa, según he oído, hola y adiós sin darle la menor importancia.

– Mejor que Inglaterra, ji, donde se ríen de ti a tus espaldas…

Tal vez Inglaterra y América no supieran que estaban inmersos en una lucha a muerte, pero, de todas maneras, la estaban librando en su nombre aquellas dos fogosas viudas de Kalimpong.

– Mun Mun no tiene ningún problema en América, a nadie le importa de dónde eres…

– Bueno, si quieres llamar libertad a la ignorancia, ¡allá tú! Y no me digas que les trae sin cuidado. Todo el mundo sabe cómo tratan a los negros -dijo Lola como si de verdad le importara.

– Al menos creen que uno puede ser feliz, baba.

– Y con ese patriotismo suyo hacen de su capa un sayo pha-ta-phat: en cuanto les das un perrito caliente ensartado en un palo, empiezan a saludar con él a la bandera y…

– Bueno, ¿qué tiene de malo pasárselo bien?

– Cuéntanos qué hay de nuevo, Sai -le rogó Noni, desesperada por volver a cambiar de tema-. Venga, anímanos, los jóvenes deberíais servir al menos para eso.

– No hay nada nuevo -mintió Sai y enrojeció al pensar en Gyan y ella misma. La compañía había acrecentado la sensación de fluidez que antes había sentido ante el espejo, esa reducción a la forma maleable, la posibilidad infinita de reinvención.

Las tres señoras le dirigieron una mirada seria. Parecía desenfocada, no lograban interpretar su expresión con claridad, y se la veía retorcerse de una manera extraña en la silla.

– Bueno -dijo Lola, redirigiendo la frustración que le había provocado la señora Sen-, ¿aún no tienes novio? ¿Por qué no, por qué no? En otros tiempos éramos más atrevidas. Siempre dábamos esquinazo a mamá y papá.

– Déjala tranquila. Es una buena chica -le advirtió Noni.

– Más vale que te des prisa -le aconsejó la señora Sen con una expresión enigmática-. Si esperas mucho, se te pasará el arroz. Eso mismo le dije a Mun Mun.

– Igual tienes parásitos -señaló Lola.

Noni hurgó en un cuenco lleno de objetos diversos y sacó una tira de comprimidos.

– Toma, una pastilla desparasitadora. Hemos comprado para Mustafá. Lo pillamos restregándose el culo contra el suelo. Síntoma claro.

La señora Sen miró los nardos encima de la mesa.

– Si echáis unas gotas de colorante para la comida, podéis hacer que las flores adquieran cualquier color: rojo, azul, naranja, ¿lo sabíais? Hace años solíamos divertirnos así en las fiestas.

Sai dejó de acariciar a Mustafá y el gato, rencoroso, la mordió.

– ¡Mustafá!-lo reprendió Lola-. ¡Si no te andas con cuidado, vamos a hacer kebabs de minino contigo!

22

Brigitte's, en el distrito financiero de Nueva York, era un restaurante con espejos por todas partes para que los comensales pudieran ver exactamente lo envidiables que eran mientras comían. Se llamaba así en honor a la perra de los propietarios, la criatura más alta y plana jamás vista; igual que el papel, sólo se la podía ver como era debido de perfil.

Por la mañana, mientras Biju y el resto del personal empezaban con el ajetreo, los dueños, Odessa y Baz, bebían darjeeling Tailors of Harrowgate en la mesa del rincón. India colonial, India libre: el té era igual pero el romanticismo se había esfumado, y como mejor se vendía era apelando al pasado. Tomaban té con diligencia y leían juntos el New York Times, incluidas las noticias internacionales. Resultaba abrumador.

Antiguos esclavos e indígenas. Esquimales y gente de Hiroshima, indios del Amazonas e indios de Chiapas e indios chilenos e indios americanos e indios indios. Aborígenes australianos, guatemaltecos y colombianos y brasileños y argentinos, nigerianos, birmanos, angoleños, peruanos, ecuatorianos, bolivianos, afganos, camboyanos, ruandeses, filipinos, indonesios, liberianos, borneanos, papúes, sudafricanos, iraquíes, iraníes, turcos, armenios, palestinos, francoguyaneses, guyaneses, surinameses, sierraleoneses, malgaches, senegaleses, maldivos, esrilanqueses, malayos, keniatas, panameños, mexicanos, haitianos, dominicanos, costarricenses, congoleños, mauritanos, marshaleses, tahitianos, gaboneses, benineses, malíes, jamaicanos, botsuanos, burundeses, sudaneses, eritreos, uruguayos, nicaragüenses, ugandeses, marfileños, zambianos, guineanos, cameruneses, laosianos, zaireños que se te echaban encima entre gritos de colonialismo, gritos de esclavitud, gritos de compañías mineras gritos de compañías bananeras compañías petrolíferas gritos de espía de la CIA entre los misioneros gritos de fue Kissinger quien mató a su padre y por qué no condonáis la deuda del Tercer Mundo; Lumumba, gritaban, y Allende; por otra parte, Pinochet, decían, Mobutu; leche contaminada de Nestlé, decían; agente naranja, negocios sucios de Xerox. Banco Mundial, ONU, FMI, todo en manos de blancos. ¡Todos los días otra cosa en la prensa!