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– ¡¡AMUL!!

– ¡¡IMPERMEABILIZANTE!! -saltó el padre Booty.

Como siempre, sopesaron las opciones y escogieron la comida china.

– No es que sea auténtica comida china, claro. -Lola recordó a todos que Joydeep, su esposo ya fallecido, había ido a China una vez y aseguraba que la comida china en China era algo distinto por completo. Mucho peor, en realidad. Describió un huevo de cien días (y a veces decía que de doscientos días) enterrado y exhumado como exquisitez, y todo el mundo lanzaba gruñidos mezcla de deleite y horror. Había sido todo un éxito en los cócteles a su regreso. «Tampoco me maravilló su aspecto, precisamente -decía-, tienen rasgos de chapta. Mucho mejores las mujeres indias, las antigüedades indias, la música india, la comida china india…»

Y en toda la India, ¡nada mejor que la comida china de Calcuta! ¿Recordáis el Ta Fa Shun? ¿Donde las mujeres que salían de compras quedaban para tomar sopa acre y picante y la acompañaban con chismorreos acres y picantes…?

– Entonces ¿qué tomamos? -preguntó el tío Potty, que a esas alturas ya había acabado con todos los palitos de pan.

– ¿Pollo o cerdo?

– Chee Chee. No te fíes del cerdo, lleno de solitarias. ¿Quién sabe de qué cerdo ha salido?

– ¿Pollo al chile, entonces?

Desde el exterior llegó el estruendo de la manifestación de jóvenes que volvía a pasar.

– Dios, qué barullo. Dale que te pego con esa actitud de todo o nada.

Llegó el chile y, tras dejarlo en la mesa, el camarero se limpió la nariz con la cortina.

– Hay que ver -dijo Lola-. No me extraña que los indios no progresemos nunca. -Empezaron a comer-. Pero la comida es buena aquí. -Masticando.

Cuando salían del restaurante, la misma manifestación que los había importunado durante la comida y mientras estaban en la biblioteca regresó calle adelante después de haber recorrido toda Darjeeling.

«¡Gorkhaland para los gorkhas!»

«¡Gorkhaland para los gorkhas!»

Se hicieron a un lado para dejarlos pasar, y ¿quién, nada menos, casi le pisó los pies a Sai?

¡¡¡Gyan!!!

Con su jersey rojo tomate, gritando con un vigor que ella era incapaz de reconocer.

¡¿Qué podía estar haciendo en Darjeeling?! ¿Por qué estaba en una protesta del FLNG protestando a favor de la independencia de los indios nepalíes?

Abrió la boca para gritarle, pero en ese momento él también la vio, y la consternación de su rostro vino seguida por un gesto de cabeza levemente fiero y una mirada fría y entornada, una advertencia de que no se acercara. Ella cerró la boca como un pez y el asombro se le derramó por las agallas.

Para entonces Gyan ya había pasado.

– ¿No es ése tu tutor de matemáticas? -preguntó Noni.

– Me parece que no -respondió ella, rebuscando su dignidad, rebuscando algún sentido-. Se le parecía mucho, yo misma he pensado que era él, pero no…

En la acusada pendiente de descenso hacia el Teesta, vieron que Sai había palidecido.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó el padre Booty.

– Me he mareado.

– Mira el horizonte, eso va bien.

Fijó la mirada en la cadena más alejada del Himalaya, en la quietud inmóvil. Pero no supuso la menor diferencia. Había un remolino en su mente y no conseguía asimilar lo que veían sus ojos. Al cabo, le subió por la garganta una bilis mordaz que le quemó la boca, le corroyó los dientes: notó que se le volvían tiza al tiempo que acusaba el ataque del pollo al chile que le repetía en el estómago.

– Para el coche, para el coche -dijo Lola-. Déjala bajar.

Sai sufrió un acceso de arcadas y vomitó sobre la hierba una suerte de caldo de pollo, permitiéndoles echar otro desafortunado vistazo a su comida, ahora muy deslucida. Noni le dio un vaso de agua helada de la plateada cápsula de la era espacial que era su termo, y Sai se tumbó en una roca al sol junto al Teesta, hermoso y transparente.

– Respira hondo unas cuantas veces, querida, la comida era muy grasienta. Han ido de mal en peor, desde luego, qué cocina tan sucia. Ay, con sólo ver el agua debería habernos bastado para estar sobre aviso.

Al otro lado del puente, los guardias del control inspeccionaban los vehículos que lo cruzaban. Cautelosos en tiempos de disturbios, habían abierto los bultos y maletas de todos los pasajeros de un autobús y vuelto sus pertenencias del revés. Éstos aguardaban impasibles en el interior; gente pobre, los rostros aplastados contra el cristal, decenas de pares de ojos medio muertos, con la estampa de animales camino del matadero; como si el viaje hubiera sido agotador, su ánimo ya se había extinguido. El autobús tenía los costados salpicados de vómito, grandes churretes marrón y ocre esparcidos hacia atrás por el viento. Al no poder seguir su camino debido a la barrera de metal cruzada sobre la carretera, varios vehículos más hacían cola detrás del autobús para someterse al mismo tratamiento.

El sol de media tarde se posaba denso y dorado sobre los árboles, y con aquella luz tan intensa, las sombras en el follaje, y junto al coche, y entre las briznas de hierba y las rocas, eran negras como la noche. Hacía calor allí en el valle, pero el río, cuando Sai metió las manos, estaba lo bastante helado como para entumecerle las venas.

– No hay prisa, Sai, de todas maneras nos queda mucho por esperar. Los coches están detenidos.

El padre Booty también salió, para estirar las piernas, contento de poder descansar la espalda dolorida. Se detuvo a contemplar una mariposa extraordinaria.

El valle del Teesta era famoso por sus mariposas, y venían especialistas de todo el mundo para pintarlas y estudiarlas. Criaturas raras y espectaculares, descritas en el volumen de la biblioteca Maravillosas mariposas del Himalaya noroccidental, volaban ante sus ojos. Un verano, cuando tenía doce años, Sai les había inventado nombres -mariposa de máscara japonesa, mariposa de la montaña lejana, mariposa Ícaro precipitándose desde el sol, mariposa liberada por una flauta, mariposa de festival de cometas- y acompañó esos nombres con ilustraciones.

– Asombroso -dijo el padre Booty-. Fíjate en esa de ahí. -Azul pavo real y con largas colas de color esmeralda-. Dios mío, y ésa… -Negra con motas blancas y una llama rosa en el corazón-. Ay, mi cámara… Potty, ¿puedes mirar en la guantera?

El tío Potty estaba leyendo Astérix: «¡Ave, galo! ¡¡¡¡Por Tutatis!!!! ¡¡#@oc***!!», pero se incorporó y le pasó la pequeña Leica por la ventanilla.

Cuando la mariposa revoloteaba seductora justo encima de un cable del puente, el padre Booty tomó la instantánea.

– Madre mía, creo que he temblado, igual ha salido movida.

Iba a intentarlo de nuevo cuando los guardias empezaron a gritar y uno de ellos se acercó a la carrera.

– Está prohibido hacer fotografías del puente. -¿Acaso aquel hombre no lo sabía?

Ay, Dios, lo sabía, lo sabía, qué error, estaba tan emocionado que lo había olvidado.

– Lo siento mucho, agente. -Lo sabía, lo sabía. Era un puente muy importante, aquél, el punto de contacto de la India con el norte, con la frontera en la que quizá algún día tendrían que luchar contra los chinos otra vez, y ahora, claro, también estaba el asunto de la insurgencia gorkha.

El ser extranjero no le benefició en nada.

Le confiscaron la cámara y empezaron a registrar el jeep.

Un olor preocupante.

– ¿A qué huele?

– A queso.

– Kya cheez? -preguntó un individuo de Meerut.

Nunca habían oído hablar del queso. No parecían muy convencidos. El olor era muy sospechoso y uno de ellos dio parte de que le había parecido oler a materiales para la fabricación de explosivos.

– Gas maar raba hai -dijo el muchacho de Meerut.