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– Mis hombres necesitan alojamiento -afirmó Pradham.

– Pero nuestra tierra…

– A orillas de todas las carreteras, hasta alcanzar cierta profundidad, es tierra del gobierno, y ésa es la tierra de la que nos estamos apropiando.

Las chozas que habían brotado de la noche a la mañana estaban siendo ocupadas por mujeres, hombres, niños, cerdos, cabras, perros, gallinas, gatos y vacas. En un año, preveía Lola, ya no las harían de barro y bambú sino de cemento y tejas.

– Pero es nuestra tierra…

– ¿La usan?

– Para cultivar hortalizas.

– Pueden cultivarlas en otra parte. Plántenlas al lado de su casa.

– Han excavado en la ladera, la tierra es inestable, podría producirse un desprendimiento -murmuró Lola-. Son muy peligrosos para sus hombres. Los desprendimientos en la carretera… -Temblaba de terror como un azogado, aunque se decía que era por la furia.

– ¿Desprendimientos? No están construyendo casas grandes como la suya, señora, sólo chozas de bambú. De hecho, es su casa la que podría provocar un corrimiento de tierras. Pesa mucho, ¿no? ¿No es muy grande? ¿Con paredes de varios palmos de anchura? ¿Piedra, cemento? ¿Es usted rica? ¡Casa, jardín, criados!

En ese momento empezó a sonreír.

– De hecho -dijo-, como puede usted ver -hizo un gesto en derredor-, soy el rajá de Kalimpong. Un rajá debe tener muchas reinas. -Señaló con la cabeza hacia los ruidos de la cocina a su espalda, que llegaban a través de una puerta con cortina-. Tengo cinco, pero ¿querría usted -miró a Lola de arriba abajo e inclinó hacia atrás la silla, con la cabeza ladeada en un ademán cómico, al tiempo que componía una expresión traviesa-, querida señora, querría usted ser la quinta?

Los presentes se echaron a reír a carcajadas. Él contaba con su lealtad. Sabía que la manera de granjearse poderío era fingir que dicho poderío existía, de manera que fuera creciendo para adecuarse a su reputación… Lola, por una vez en su vida, era el blanco de las bromas, detestada, ridiculizada, en una parte de la ciudad que no le correspondía.

– Y como a su edad no va a darme ningún hijo, espero una sustancial dote. Además, no es muy hermosa que digamos, nada por arriba -se palmeó la pechera de la camisa caqui-, nada por abajo -se palmeó el trasero, que sacó de la silla volviendo el tronco-. De hecho, ¡yo tengo más tanto de lo uno como de lo otro!

Ella oyó cómo seguían riéndose a su espalda mientras se marchaba. ¿Cómo se las arreglaron sus pies para caminar? Les estaría agradecida toda la vida.

– Vaya necia -oyó que comentaba alguien cuando bajaba las escaleras.

Las mujeres se reían de ella desde la ventana de la cocina.

– Fíjate qué cara -dijo una de ellas.

Eran chicas guapas, con ondas en el cabello sedoso y pendientes en sus narices dulcemente fruncidas…

Mon Ami parecía una sobrenatural paloma blanquiazul de la paz con una guirnalda de rosas en el pico, pensó Lola al pasar por debajo del enrejado que coronaba la entrada.

– ¿Qué ha ocurrido, qué han dicho? ¿Le has visto? -indagó Noni.

Pero Lola fue incapaz de hablar con su hermana, que había estado esperando su regreso.

Pero Lola fue al cuarto de baño y se sentó temblorosa en la tapa cerrada del retrete.

«Joydeep -le gritó en silencio a su marido, muerto mucho tiempo atrás-, ¡¡mira lo que has hecho, maldito bobo!!»

Sus labios se estiraron y su boca creció con la envergadura de su vergüenza.

«¡Mira lo que he tenido que hacer al dejarme tú sola! ¿¿Sabes cómo he sufrido, tienes la menor idea?? ¡¿Dónde estás?! Tú y tu ridícula vida, y fíjate con lo que tengo que vérmelas ahora, fíjate. Ni siquiera me queda sentido del decoro.»

Se aferró a sus ridiculizados pechos de anciana y los sacudió. ¿Cómo iban a irse ahora su hermana y ella? Si se marchaban, el ejército se instalaría. O quienes habían ocupado su propiedad instigarían un proceso judicial apelando a su derecho de ocupación. Perderían la casa que ellos dos, Joydeep y Lola, habían comprado con ideas tan falsas como la jubilación, guisantes de olor y neblina, un gato y libros.

El silencio resonó en las tuberías, alcanzó un tono insoportable, disminuyó, subió. Abrió el grifo con gran esfuerzo y no cayó ni una gota; volvió a cerrarlo con saña, como si le retorciera el cuello.

¡Malnacido! Ni una sola fisura nunca en su seguridad, su aplomo. Nunca la vista suficiente para comprar una casa en Calcuta. No, desde luego que no. No ese Joydeep, con sus nociones románticas de la vida en el campo; con sus botas de goma, los prismáticos y el libro de observación de aves; con su Yeats, su Rilke (en alemán), su Mandelstam (en ruso); en las montañas purpúreas de Kalimpong con su maldito whisky Talisker y sus calcetines Burberry (recuerdo de unas vacaciones en Escocia con golf+salmón ahumado+destilería). Joydeep con su encanto de caballero a la antigua usanza. Siempre había caminado como si el mundo fuera firme bajo sus pies y nunca le hubiera asaltado la duda. Era una caricatura. «Fuiste un necio», le gritó mentalmente.

Pero entonces,

en un instante,

de pronto,

se quedó lánguida.

«Tus ojos son hermosos, oscuros y profundos.»

Él acostumbraba besar aquellos globos relucientes cuando se iba a trabajar en sus legajos.

«Pero tengo promesas que cumplir»,

Primero un ojo y luego el otro…

«Y un largo trecho antes de dormir.»

«¿Tú también tienes un largo trecho antes de dormir?»

Y ella recitaba a dúo:

«Sí, un largo trecho antes de dormir.»

Y él lo repetía como un eco.

Hasta el final, e incluso más allá, él fue capaz de resucitar el ingenio que había hecho prender su amor cuando no eran mucho más que niños. «Brindad por mí sólo con vuestros ojos», le había cantado él en su banquete de bodas, y habían ido de luna de miel a Europa.

Noni a la puerta:

– ¿Te encuentras bien?

Lola respondió a voz en cuello:

– ¡No, no me encuentro bien! ¿Por qué no te vas?

– ¿Por qué no abres la puerta?

– Te digo que te vayas, vete con los muchachos de la calle a los que siempre estás defendiendo.

– Lola, abre la puerta.

– No.

– Ábrela.

– Vete a paseo.

– ¿Lola? -insistió Noni-. Te he preparado ron y nimboo.

– Largo.

– Bueno, hermana, en cualquier situación semejante se cometen atrocidades al amparo de una causa legítima…

– Tonterías.

– Pero si olvidamos que hay algo de cierto en lo que están diciendo, los problemas se plantearán una y otra vez. Se han aprovechado de los gorkhas…

– Cuentos chinos -espetó Lola con grosería-. Ésos no son buena gente. Los gorkhas son mercenarios, eso son. Si se les paga, son leales a cualquier cosa. No hay ningún principio involucrado, Noni. Además, ¿a qué viene eso de gOrkha? Siempre había sido gUrkha. Y ni siquiera hay muchos gurkhas por aquí; algunos sí, claro, y otros recién retirados que llegan de Hong Kong, pero, por lo demás, no son más que sherpas, culíes…

– Es la grafía inglesa. Sencillamente lo están cambiando a…

– ¡Y un carajo! ¿Por qué escriben en inglés si quieren que se enseñe nepalí en los colegios? Esa gente no son más que maleantes, y ésa es la verdad, Noni, lo sabes muy bien, todos lo sabemos.

– Yo no lo sé.

– Entonces ve a unirte a ellos como te he dicho. Deja tu casa, deja los libros y el cacao Ovaltine y los calzoncillos largos. JA! Ya me gustaría verte, mentirosa, farsante.

– Eso haré.

– Muy bien, adelante. Y cuando hayas acabado con eso, ¡vete derecha al infierno!

– ¿Al infierno? -repitió Noni, sacudiendo el picaporte desde el otro lado de la puerta del baño-. ¿Por qué al infierno?