– Si eso es lo que pensabas, ¿por qué no boicoteaste el queso en vez de zampártelo? ¿Ahora lo atacas? ¡Hipócrita! Pero era muy apetitoso comerlo cuando podías, ¿no? ¿Todas aquellas tostadas con queso? Cientos de tostadas con queso debes de haberte comido, por no mencionar los puros de chocolate… Qué glotón, te los zampabas como un cerdo seboso. ¡Y tostadas con atún y galletas de mantequilla de cacahuete!
A estas alturas, con la conversación desintegrándose, Gyan empezó a recuperar el sentido del humor y le entró una risilla, sus ojos adoptaron una mirada más suave, y ella vio que le cambiaba la expresión. Estaban volviendo a la familiaridad, al terreno común, al gris sucio. No eran más que seres humanos corrientes bajo una corriente luz opaca de huevo pasado por agua, sin gracia, sin revelación, conformados de contradicciones, cómodos principios, discutiendo acerca de aquello en lo que creían a medias o no creían en absoluto, deseosos de comodidad tanto como de austeridad pura, de autenticidad tanto como de comedia, deseosos de la protección de la familia tanto como de abandonarla para siempre. Querían queso y chocolate, pero también prohibir todos aquellos malditos artículos extranjeros. Un ansia osada y furiosa de enviarlos al cielo en bicicleta pero también un ansia de arroz y legumbres da! bendecidas por el desapasionamiento de lo cotidiano, sus sorpresas bien enredadas en algo sólidamente familiar como casarse con la hija o el hijo del mejor amigo de tu padre y refunfuñar por el precio de las patatas, el precio de las cebollas. Deseaban todas y cada una de las contradicciones que la historia o la oportunidad pusieran a su disposición, todas y cada una de las contradicciones de que eran herederos. Pero sólo en la misma medida, claro, en que deseaban la pureza y la ausencia de contradicción.
Sai también empezó a reírse un poco.
– ¿Momo?-dijo con tono suplicante.
Entonces él volvió a encenderse en un abrir y cerrar de ojos, y otra vez estaba furioso. Aquélla no era una conversación que quisiera terminar entre risas. El mote infantil, la tierna sensación de sus ojos, despertaron su ira. Su manera de conseguir que se disculpara, su intento de asfixiarlo, de envolverlo, de arrastrarlo para que se ahogara en aquel amasijo de dulzura melosa y pueril… aaajjj…
Necesitaba ser un hombre. Necesitaba pisar fuerte y mostrarse duro. Aridez, distancia, gestos firmes y cabales. No tanta frivolidad, tanto hacer ojitos, tanto regodearse en la dulzura…
Ah, sí, cuánto necesitaba ser fuerte…
Pues, a decir verdad, a medida que habían ido pasando las semanas, él, Gyan, se había asustado: él, que había pensado que no había dicha mayor que gritar victoria sobre la opresión, él, que había levantado el puño contra la autoridad, que había encontrado purificador el fuego de sus compañeros de estudios, él, que había reclamado la ladera de las montañas, disfrutaba con la idea de que las hermanas de Mon Ami, con su impostado acento inglés, palidecieran y temblaran… él, que era un héroe por la patria…
Escuchaba con creciente inquietud mientras la conversación en Gompu's iba subiendo de tono. Cuándo se ha conseguido algo con gritos y huelgas, decían, y hablaban de quemar el tribunal de distrito, de asaltar el surtidor de gasolina.
Cuando Chhang, Bhang, Búho y Asno subieron a unos jeeps, repostaron en la gasolinera y se fueron sin pagar, Gyan temblaba tanto como el encargado del surtidor al otro lado de la ventanilla, y su corazón ejecutaba espasmos incontrolables.
A algunos el desafío los incitaba, pero Gyan estaba descubriendo que no se contaba entre ellos. Le enfurecía que a su familia no se le hubiera ocurrido excluirlo de aquello, mantenerlo en casa. Detestaba a su trágico padre, a su madre que recurría a él en busca de orientación, siempre había recurrido a él en busca de orientación, incluso cuando era un crío, simplemente porque era varón. Pasaba las noches despierto, preocupado por no poder estar a la altura de sus proclamas.
Por otro lado, ¿cómo podía tener el menor respeto por sí mismo a sabiendas de que no creía en nada exactamente? ¿Cómo aceptaba uno lo que era suyo si no renunciaba a algo a cambio? ¿Cómo se creaba una vida de sentido y orgullo?
Sí, debía mucho al hecho de haber rechazado a Sai.
El resquicio que ella le había ofrecido para atisbar otro mundo le dejaba justo el espacio suficiente para arremeter; podía adoptar una posición contraria a la de Sai, definir aquel conflicto en su vida que llevaba sintiendo desde siempre, pero de una manera enguantada. Al apartarla de sí, había nacido una energía, se había perfilado un objetivo. No iba a reconciliarse dulcemente.
– Me odias -dijo Sai, como si le hubiera leído el pensamiento- por grandes razones que no tienen nada que ver conmigo. No estás siendo justo.
– ¿Qué es justo? ¿Qué es justo? ¿Tienes la menor idea de lo que es el mundo? ¿Te molestas en mirar alrededor? ¿Tienes alguna noción acerca de cómo funciona la justicia, o, mejor dicho, cómo NO funciona? Ya no eres una niña, ¿sabes…?
– ¡¿Y tú te crees muy maduro?! ¡Te da miedo ir a darme clases porque sabes que te has portado fatal y eres tan cobarde que no quieres reconocerlo! Probablemente estás cruzado de brazos esperando a que tu mamá te concierte un matrimonio. Familia de clase baja, sin educación, de esos que optan por el matrimonio concertado… Te buscarán una pobre boba con la que casarte y estarás encantado toda tu vida de tener una idiota. ¿¿Por qué no lo reconoces, Gyan??
¡Cobarde! ¿Cómo se atrevía? ¡A ver quién se iba a casar con ella!
– ¿Crees que es una actitud valiente por mi parte estar sentado en tu galería? No puedo pasarme toda la vida comiendo tostadas con queso, ¿no crees?
– No te he pedido tal cosa. Lo hiciste todo por voluntad propia, y ya puedes pagárnoslo todo, si así piensas. -Encontró un nuevo argumento contra él y lo siguió a pesar de que cada vez estaba más aterrada de las sabandijas que brotaban por su boca, pero era como si estuviera sobre un escenario; el papel era más poderoso que ella misma-. Comías gratis… típico de los tuyos: exigís y os aprovecháis y luego escupís lo que os han dado. Hay una razón por la que nunca llegarás a ninguna parte: porque no lo mereces. ¿Por qué comías si era indigno de ti?
– No era indigno de mí. No tenía nada que ver conmigo, BOBA…
– No me llames BOBA. Durante toda la conversación no has hecho más que repetirlo, BOBA BOBA…
Habiendo aprendido algo de la conducta de las vulgares gallinas unos minutos antes, arremetió contra él con manos y uñas, le rasguñó los brazos en franjas rojas y le espetó:
– Les dijiste lo de las armas, ¿verdad? -De pronto gritaba a voz en cuello-. ¿Les dijiste que fueran a Cho Oyu? Lo hiciste, ¿verdad, VERDAD?
Todo le salió de pronto a pesar de que no se había planteado siquiera esa posibilidad. De repente su ira, las ausencias de Gyan, el que no le hubiera hecho caso en Darjeeling, todo se sumó.
Cogida por sorpresa, la culpabilidad de Gyan asomó a sus ojos, desapareció reapareció. Cimbreándose saltando intentando zafarse como un pez atrapado.
– ¡Estás loca!
– Lo he visto -se abalanzó Sai. Saltó para agarrar aquello que había percibido en sus ojos.
Pero él la cogió antes de que lo alcanzara y la lanzó de lado hacia los arbustos de lantana. Luego la golpeó con una vara.
– ¿Gyan bhaiya? -La voz vacilante de su hermana cuando Sai se las arreglaba para ponerse en pie.
Ambos se volvieron aterrados. Todo había sido observado. Él dejó caer la vara y le dijo a su hermana:
– No asomes las narices por aquí. Vete. O te vas a enterar. -Y a Sai-: ¡Y tú no vuelvas nunca por aquí! -Ay, y ahora sus padres iban a saberlo todo.
Sai le gritó a la hermana:
– Suerte que lo has visto, suerte que lo has oído. Ve a decirles a tus padres lo que ha hecho tu hermano: me dice que me quiere, me hace toda clase de promesas y luego envía ladrones a mi casa. Pienso ir a la policía, y entonces ya veremos lo que le ocurre a tu familia. A Gyan le sacarán los ojos, le cortarán la cabeza, y luego ya veremos, cuando vengáis todos llorando a suplicar… Ja!