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Todavía no sabían qué había descubierto Piper en Inglaterra, ni para qué quería Spence el libro de 1527, ni si alguien tenía la más remota intención de levantar la liebre de Groom Lake. A medio plazo, Frazier acabaría de patitas en la calle. A corto plazo, era mejor que un delantero reserva. Rechinando los dientes, Lester tomó la decisión.

Frazier ya se había hecho a la idea de que lo despedirían, así que cuando Lester llamó para echarse atrás, experimentó todo un abanico de emociones. Por un lado, habría sido un alivio para él desentenderse de aquel follón, dejar su BlackBerry encima de la mesa y subir en el ascensor al nivel del desierto por última vez. Ya se las apañarían sin él. Por otro lado, desde una perspectiva más visceral, detestaba la idea de marcharse como un perdedor. ¿El hito más importante de su carrera sería haber dejado que Will Piper lo engañase como a un chino? ¡No si él podía evitarlo!

Piper siempre parecía ir uno o dos pasos por delante de él, lo que minaba su autoestima. Cierto: el tipo no era un objetivo normal y corriente, había sido un agente destacado del FBI, pero… ¡por Dios! Actuaba en solitario, disponía de recursos limitados y se enfrentaba a todo el poderío de Frazier. Por las fechas de fallecimiento que Frazier llevaba en el bolsillo, estaba bastante seguro de que todo terminaría pronto, pero no sabía cómo.

Lester le había dado una última oportunidad para redimirse. Cada vez que sucedía algún imprevisto en una misión, había un factor en el que Frazier había aprendido a confiar para enderezar la situación: su inteligencia. Había llegado a jefe de seguridad porque no solo era un hombre de acción, también tenía cerebro. La mayoría de los vigilantes no eran más que miembros de la Policía Militar con pretensiones, tipos que obedecían órdenes y ejecutaban planes trazados por otros. Él se consideraba superior a ellos, y, según sus cálculos, habría llegado a ser un analista de alto nivel como Spence o Kenyon si no le hubiera importado pasarse todo el día metido en un despacho como un chupatintas cualquiera.

Así que se había comprometido con el éxito, y un poco de pensamiento lateral le daba buenos resultados. Por una corazonada, había indicado a sus hombres del centro de operaciones de Área 51 que intervinieran los teléfonos fijos y móviles de todos los miembros conocidos del Club 2027, de cada uno de los jubilados que constaran en sus archivos y que conocieran a Henry Spence de algo más que de vista. Supuso que Spence y Piper se comunicarían a través de teléfonos seguros, pero había una pequeña posibilidad de que intentasen contactar con más gente.

La conversación telefónica clave no se procesó hasta casi un día después de su grabación, debido a la gran cantidad de material procedente de las escuchas. Cuando Frazier la recibió, estaba exprimiéndose el cerebro en White Plains intentando decidir cuál sería el siguiente paso. El archivo de audio llevaba la marca de máxima prioridad. Frazier lo escuchó por el altavoz de la BlackBerry.

Dane, aquí Henry Spence. ¿Tienes un minuto?

Para ti tengo incluso dos minutos. No he reconocido el número. ¿Cómo estás?

Vivito y coleando, ¡al menos durante unos días más! Te estoy llamando por uno de esos teléfonos en los que pagas por adelantado. Creo que hay saldo de sobra, pero deja que vaya al grano.

Vale.

¿Te acuerdas del asunto Shackleton?

Claro.

Will Piper me ha estado ayudando con un asunto relacionado con el 2027. Lo enviamos a Inglaterra, y lo encontró.

Encontró ¿qué?

Las respuestas. Lo tenemos todo.

Cuéntame.

Ya te lo contará él. Necesito que llenes el depósito de tu Beechcraft -yo te lo pago- y lo lleves a un sitio. Frazier y los suyos andan tras él.

¿Adónde tengo que llevarlo?

Reúnete mañana con él en la terminal de aviación general del aeropuerto de Westchester Country en Nueva York, a las dos del mediodía. El te dará los detalles, pero te aconsejo que lleves un cepillo de dientes. ¿Te apuntas?

La duda ofende.

Frazier tenía un nuevo blanco de su ira acumulada: Dane Bentley. ¡Un ex vigilante, uno de los suyos! ¡La mayor traición imaginable! Ese tipo siempre le había inspirado sentimientos contradictorios. Costaba no dejarse cautivar por la afabilidad de Dane, pero a Frazier siempre le había parecido sumamente sospechoso que se llevara tan bien con los subalternos. Nunca había conseguido pillarlo in fraganti, pero sus sospechas habían mantenido a Bentley fuera de su círculo de allegados.

Ordenó de inmediato a uno de sus hombres que comprobara la fecha de fallecimiento de Bentley, pero cuando la obtuvo se sintió decepcionado.

El centro de operaciones localizó rápidamente la matrícula del avión de Bentley en la base de datos de la Administración Federal de Aviación, y poco después tenían en sus manos el plan de vuelo presentado: de White Plains a Laconia, New Hampshire; de allí a Cleveland, Ohio; de allí a Omaha, Nebraska; de allí a Grand Junction, Colorado, y de allí, por último, al aeropuerto Bob Hope de Burbank, California. Ahora también tenían el número del teléfono de prepago de Spence, que podría resultarles de lo más útil.

– Los Ángeles -gruñó Frazier cuando le transmitieron esa información-. Quiere volver al escenario del delito.

– Va a buscar la memoria USB, ¿verdad? -preguntó DeCorso.

Frazier asintió.

– Nos vamos cagando leches a Los Ángeles.

A Will le sorprendió que Dane estuviese tan lleno de energía a esas horas. Era una buena noche para volar, sin incidencias meteorológicas importantes en el trayecto, así que Dane prestó de buena gana casi toda su atención a la explicación que, según él, Spence quería que Will le diera.

Will se lo contó todo, con la lengua pastosa por el cansancio. Aunque Dane no era un hombre culto, se emocionó al oír que había una conexión con Shakespeare, y la historia de Nostradamus le pareció fascinante. Nunca había oído hablar de Juan Calvino, pero no le avergonzaba admitir su falta de conocimientos. Escuchó maravillado el relato de los monjes escribas y su suicidio en masa, pero restó importancia a la revelación Finís Dierum.

– No creo que el mundo vaya a acabarse así como así. Sé que a Spence le van esos temas, pero, joder, no estaré vivo para verlo.

Will lo miró de reojo.

– Sí, he sido un chico malo. Le pedí a Spence que me buscara en la base de datos antes de que se jubilara. La palmaré en 2025 a la edad no tan avanzada de setenta y cuatro años. Me queda mucha guerra que dar hasta entonces. Tú eres FDR, ¿verdad?

– ¿Hay algo de mí que no sepas?

– ¡Vamos, el Club 2027 no es más que una panda de viejos que se reúnen para darle a la sinhueso! Tu caso del Juicio Final por fin les dio algo de que hablar. -La cháchara que se oía por los auriculares lo distrajo por un momento-. Siento lo de la chica y su abuelo. Me da la impresión de que habías conectado con ella. -Dijo «conectado» con cierto retintín. En lo que se refería a las mujeres, Dane estaba en la misma onda que él.

– ¿Tanto se me nota?

– Sí, señor.

– No me siento precisamente orgulloso de ello.

– Un hombre tiene que hacer lo que debe hacer. Ese es mi lema. -Tras confirmar su altitud a un controlador aéreo, le dijo a Will-: Quiero darte las gracias.

– ¿Por qué?

– Por ayudar a Henry. Pasado mañana le toca liar el petate. Gracias a ti, se irá luchando con uñas y dientes en vez de quedarse sentado mirando el reloj. A mí, personalmente, me gustaría que la parca me pillara con una modelo de trajes de baño.