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Frente a su puerta, un cordón de agentes del FBI protegía su habitación y controlaba el acceso a la planta. Agentes del Departamento de Defensa y la CIA iban a por él, y el fiscal general estaba enzarzado en un conflicto interno con sus homólogos del Pentágono y Seguridad Nacional. Por el momento, el FBI no daba el brazo a torcer.

El mundo no estaba preparado para la noticia que inundó las calles, los buzones, los umbrales de las casas e internet una mañana de domingo, justo antes de Halloween.

En el Washington Post aparecieron unos grandes titulares que a primera vista hicieron pensar a la gente que el venerable periódico estaba lanzando un bulo.

el gobierno de ee.uu. tiene una gran biblioteca de libros medievales que predicen nacimientos y muertes futuras hasta el año 2027; harry truman construyó unas instalaciones secretas en área 51, nevada, para analizar los datos; el origen de la biblioteca: un monasterio inglés; presuntas conexiones con el caso del asesino del juicio final.

por Greg Davis (redacción),

en primicia para el Washington Post

El artículo de cinco mil palabras no era un bulo. Nombraba numerosas fuentes e incluía diversas declaraciones de Will Piper, ex agente especial del FBI que había llevado el caso Juicio Final, en las que describía las circunstancias de un tal Mark Shackleton, científico informático, investigador de Área 51 y artífice de una falsa serie de asesinatos en Nueva York, así como la violenta operación de encubrimiento orquestada por el gobierno para proteger las instalaciones secretas ocultas en el desierto desde hacía seis décadas. El Post tenía en su poder una copia de la base de datos correspondiente a la población de Estados Unidos hasta el año 2027, y había cotejado las predicciones sobre cientos de individuos de todo el país con registros contemporáneos de nacimientos y defunciones. Los datos coincidían.

También poseían unas cartas de los siglos XIV y XVI que explicaban el origen de los libros y los situaba en un contexto histórico. El artículo mencionaba una orden misteriosa de monjes sabios de la isla de Wight, pero hacía hincapié en la falta de pruebas fehacientes de su existencia. En artículos futuros, el Post profundizaría en la influencia que había tenido la Biblioteca en personajes históricos como Juan Calvino y Nostradamus.

Por último, estaba la cuestión de 2027. En una carta del siglo XIV había una anotación sobre algún tipo de acontecimiento apocalíptico, pero lo único que se sabía a ciencia cierta era que los libros no tenían entradas correspondientes a fechas posteriores al 9 de febrero de 2027.

Piper había sido el blanco de un ataque violento que se había cobrado la vida de sus suegros y había resultado herido en un enfrentamiento con agentes encubiertos del gobierno. Se desconocía su paradero, pero, según ciertas fuentes, su estado de salud era estable.

El domingo por la mañana, la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Estado se negaron oficialmente a hacer comentarios sobre el asunto, pero altos cargos cercanos a la administración, concretamente el jefe del Estado Mayor de la Casa Blanca y el vicepresidente declararon al periódico, tras pedir que no se los nombrara, que no tenían ni idea de qué les estaba hablando el periodista del Post. Más tarde quedó claro que decían la verdad. No estaban al corriente de lo que ocurría en Área 51.

Para el lunes, la postura oficial de Washington había pasado gradualmente de «sin comentarios» a «la Casa Blanca emitirá próximamente un comunicado» y luego a «el presidente dirigirá un mensaje a la nación a las nueve de la noche, hora del Este».

El artículo del periódico provocó un revuelo que se propagó por todo el mundo a la velocidad de los electrones. Las revelaciones acaparaban casi todas las conversaciones del planeta. Esa primera tarde, prácticamente todos los adultos en pleno uso de sus facultades habían oído hablar de la Biblioteca y tenían una opinión al respecto. La curiosidad y el miedo se apoderaron de la gente.

En todos los rincones de Estados Unidos, los electores llamaban a sus representantes, y los congresistas y senadores llamaban a la Casa Blanca.

A lo largo y a lo ancho del mundo, los fieles acudían en masa a sus sacerdotes, rabinos, imanes y pastores, que, profundamente preocupados, intentaban conciliar el dogma oficial con la realidad que se desprendía de las últimas revelaciones.

Los jefes de Estado y los embajadores de prácticamente todos los países colapsaron el Departamento de Estado con peticiones de información.

Las emisoras de radio y las cadenas de televisión, tanto generalistas como por cable, dedicaban todos sus recursos y su tiempo a cubrir la noticia. Varias horas después del bombazo, se hizo patente un problema: no había nadie a quien entrevistar. Nadie había oído hablar del tal Greg Davis del Post, y el periódico se negaba a facilitar sus datos.

Will Piper estaba ilocalizable. El director del Post atendía a los medios y daba fe de la veracidad del artículo, pero no podía hacer otra cosa que remitirse a la versión de los hechos ya publicada. El periódico, que se resistía a hacer pública la base de datos, puso el asunto en manos de su abogado, del bufete Skadden Arps, que en un comunicado aseguró que se estaba estudiando la cuestión de la propiedad y la privacidad.

Así pues, por el momento, los entendidos no podían hacer otra cosa que entrevistarse los unos con los otros y sacarse de quicio mutuamente mientras los medios que solían recurrir a ellos se afanaban por contactar con filósofos y teólogos, personas cuyos teléfonos por lo general no sonaban durante los fines de semana.

Por fin, el lunes a las 18.00, hora del Este, CBS News emitió un comunicado de prensa urgente anunciando que el programa 60 Minutes ofrecería una entrevista en directo con Will Piper, el hombre que había destapado la noticia. El mundo solo tendría que esperar dos horas.

En la Casa Blanca se indignaron porque le robasen el protagonismo al presidente, y el jefe del Estado Mayor de la Casa Blanca llamó al director de CBS News para comunicarle que había en juego cuestiones de seguridad nacional y recordarle que el hombre a quien iban a entrevistar no había sido interrogado por las autoridades competentes. Dio a entender que podían llegar a presentarse cargos graves contra Piper y que era una fuente no autorizada y poco fiable. El director de la cadena mandó educadamente a la Casa Blanca a freír espárragos, y se dispuso a esperar con toda tranquilidad a que un tribunal federal emitiese una orden de prohibición.

A las 17.45, Will estaba sentado en su cama del hospital, luciendo un bonito jersey azul, bañado en la luz procedente de los focos. Teniendo en cuenta todo aquello por lo que había pasado, se le veía apuesto y relajado. Nancy estaba allí, sujetándole la mano y susurrándole palabras de aliento que los técnicos y productores de televisión no alcanzaban a oír.

El abogado de la cadena salió a toda prisa del ascensor en la planta de Will, agitando en el aire la orden judicial enviada por fax. El director de la cadena cuchicheaba en un corrillo con el productor ejecutivo del programa y con Jim Zeckendorf, que había acudido para asesorar a Will como amigo y como abogado. El director, que acababa de hablar con Will, estaba visiblemente conmovido.

Cogió la orden, la dobló y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta.

– Esta es la noticia más escandalosa de la historia sobre la operación de encubrimiento más escandalosa de la historia. Me da completamente igual si tengo que pasarme el resto de mi puñetera vida entre rejas. Empezaremos a emitir en directo dentro de quince minutos -dijo su abogado.

Cassie Neville, la veterana presentadora de 60 Minutes, se acercó por el pasillo majestuosamente, seguida de una cuadrilla de ayudantes. Pese a sus sesenta y tantos años, después de una sesión de maquillaje y peluquería de una hora, tenía un aspecto juvenil y radiante acentuado por la mirada severa y los labios fruncidos que eran su sello distintivo. Sin embargo, esa tarde estaba con los nervios a flor de piel por las prisas y el tema que iba a tratar, y le expresó sin rodeos su principal preocupación al director de la cadena.