Estoy convencida de que el día que tenga que partir de este mundo, los sonidos y las imágenes que me van a acompañar no son las de mis archivos en perfecto orden, ni el ruido del motor de mi coche. Serán la imagen de mi padre con los brazos abiertos para recibirme mientras daba mis primeros pasos, la del nacimiento de mi hija, la de mi madre arropándome, la mirada de mi esposo, los besos, las risas, los abrazos, el amor compartido.
V. EN BUSCA DE RESPUESTAS
Cuando comencé a escribir este ensayo, tenía una gran cantidad de interrogantes. A lo largo del trabajo de investigación encontré las respuestas para muchas de ellas, sin embargo, otras quedaron inevitablemente sin resolver. Me gustaría mencionarlas aquí para que, en caso de que algún científico se interesara en ellas, pudiera entrar en contacto conmigo y me ayudara a salir de dudas. Sé que cada día surgen nuevos descubrimientos y avances que nos pueden aclarar más las cosas.
Mi primera pregunta sería: ¿Es posible quemar una emoción? La emoción, según entiendo, es un impulso eléctrico. Como toda corriente energética tiene una vibración y una longitud de onda determinada, pero también un límite de duración. Cuando una emoción nace, debe tener un recorrido parecido al de toda la energía en el Universo, o sea, necesariamente seguirá una curva que incluye inicio, desarrollo y muerte. Para intentar decirlo con claridad, imagino a la emoción como la corriente que proporciona una pila. Ahora bien, las pilas sólo tienen un tiempo determinado de energía, no duran para siempre. Ocurre exactamente lo mismo con las emociones: nadie está todo el tiempo triste o enojado. Pero, ¿qué sucedería si en lugar de esperar a que la emoción muriera por sí misma, aceleráramos su curva de desarrollo y la «quemáramos»? Si en lugar de resistir la tristeza nos ponemos a sentirla más intensamente, ¿será posible utilizar esa energía en exceso y terminar con ella antes de tiempo? En caso de que eso fuera posible, el descubrimiento nos haría ver que de alguna forma podemos controlar las emociones o sus efectos sobre nosotros. ¿Sería posible encontrar una manera «mecánica» para «quemar» las emociones» ¿Se podrían desarrollar técnicas o terapias para aprender a emocionarse eficazmente?
Segunda pregunta. ¿Es posible sacar una radiografía de las emociones?
No me refiero a los estudios que se han realizado dentro de los laboratorios para registrar la actividad cerebral que se realiza cuando se está experimentando una emoción determinada, no, pienso más bien en ese tipo de experimentos que sé que se están realizando en el FBI, esos estudios que consisten en conectar electrodos en el cerebro de los criminales para luego mostrarles fotografías de las víctimas de un asesinato o del lugar del crimen con el fin de detectar el tipo de reacción que los delincuentes presentan ante el estímulo, pues dichas imágenes están archivadas dentro de su memoria emotiva y el cerebro va a detonar necesariamente una emoción, aun en contra de la voluntad del individuo. Si las palabras e imágenes que tenemos registradas en nuestro cerebro son los detonadores de nuestras reacciones, ¿sería posible predecir la forma en que una persona reaccionará ante determinada emoción? Por ejemplo, supongamos que una persona compasiva observa la foto de un niño de la calle, anémico, muerto de hambre y enfermo. Si la imagen le despierta una emoción compasiva, si le afecta, esa misma persona desearía ayudar en condiciones adecuadas a que el sufrimiento de ese niño terminara. Estamos hablando de una persona de buenos sentimientos. Pero ¿qué pasaría si la misma foto fuera presentada a una persona a la que no le preocupa en absoluto el dolor ajeno, a la que no la emociona ni le despierta ningún deseo compasivo? En este caso, por ejemplo, ¿sería posible conseguir despertar una emoción positiva en un ser acostumbrado a esquivar su contacto con el sentimiento de los otros? ¿Será posible mover a compasión a un puñado de ricos frente al dolor, el hambre y el desamparo de millones de personas en el mundo? Será posible conseguir que un soldado sienta el padecimiento ajeno y decida dejar de asesinar sólo porque su superior se lo ha ordenado?
Por otra parte y desde esta óptica, ¿no creen que sería muy interesante poder prever las reacciones que tendrán frente a ciertos estímulos los gobernantes que vamos a elegir? Sería sensacional poder saber si un par de tetas pueden volver loco a un sujeto y hacerlo capaz de lanzar bombas o desatar una guerra con tal de solucionar sus problemas sentimentales. También sería muy conveniente poder saber qué tanto aprecio tienen algunos por el dinero, especialmente el ajeno, y si se sienten seguros acumulándolo, o si no soportan la idea de quedarse sin sus cuentas de millones de dólares en Suiza.
En ambos casos, que la emoción pudiera «quemarse» o que pudiera ser radiografiada, estamos hablando de la necesidad de enfrentar al ser humano como un ente emocional, cuya manifestación íntegra depende de su capacidad para aceptar que es una mezcla de racionalidad y de sensaciones, de emotividad y de pensamientos. [5!] Se trata de mirar al ser humano de una manera completa. Y este planteamiento, en el mundo en que vivimos es una transgresión. Porque atravesamos una época que se empeña en concebir al ser humano como un ente arrancado de su pasado, sin memoria, hecho sólo para relacionarse con máquinas y ser «productivo»; un ente que mira sólo hacia el futuro y se ha alejado del contacto con sus emociones. Porque vivimos en un mundo al que le ha importado más la utilidad que el sentido de la existencia, la envoltura que los contenidos, la apariencia antes que la sinceridad de ser lo que se es.
Y tal vez si descubriéramos las verdaderas intenciones que están detrás de cada emoción, podríamos ser capaces de entender mejor a nuestros semejantes. Porque, a fin de cuentas, todos los seres humanos estamos buscando constantemente sentirnos bien, y muchas veces lo hacemos huyendo del dolor o del miedo que produce la inseguridad.
Habrá gente que no soporte el rechazo y desarrolle una serie de gestos y de máscaras de sonrisas, de recursos de seducción para atraer la atención de los demás, para hacerse simpática, para agradar, para ser indispensable, y entonces esa actitud las transformará en ese tipo de personas muy acomedidas, muy atentas, esas que pueden parecer muy compasivas pero que en realidad están disfrazando un simple, puro y enorme deseo de afecto.
Si nosotros fuéramos capaces de «quemar» las emociones negativas, tal vez este tipo de personas no desperdiciarían tanto tiempo y esfuerzo en aparentar lo que no son, es decir, se podrían deshacer de sus miedos e inseguridades y se ocuparían íntegramente en indagar qué es lo que verdaderamente desean de sí mismas, ocupación suficientemente complicada como para mantenerlos interesados el resto de sus vidas. Tal vez si las emociones se radiografiaran bastaría con enternecernos por el esfuerzo de defensa e inseguridad de los verdaderamente sinceros y podríamos, al mismo tiempo, cuidarnos de los mentirosos, o estaríamos capacitados para compadecernos de los equivocados y lucharíamos contra los injustos. Tal vez nos veríamos un poco más como verdaderamente somos.
Porque hay una gran diferencia entre querer aliviar el dolor ajeno y querer controlar el mundo para beneficio personal. A mí no me interesa establecer un juicio moral sino hacer una distinción entre diferentes emociones. Desde un punto de vista sano uno siempre tiene deseos de mejorar. Una madre amorosa, por ejemplo, siempre quiere que sus hijos estén libres de enfermedades y que no les ocurra nada. Eso está bien. Lo que está mal es cuando nuestro bienestar se cifra en que los demás hagan lo que nosotros pensamos que es lo mejor para ellos, aun en contra de su voluntad. ¿Hasta dónde buscamos a los seres que necesitan ayuda empujados únicamente por la compasión, y hasta dónde por la necesidad de controlar sus vidas, de probarnos a nosotros mismos que los demás nos necesitan?