¿Sería posible que por medio de algún recurso científico descubriéramos la manera de desenmascarar nuestras verdaderas intenciones detrás de las apariencias de la bondad y de la generosidad, y enfrentáramos que los deseos de manipulación o de poder pueden ser los verdaderos motores de nuestras acciones y nuestra emoción?
Seguramente falta tiempo para que estas y otras preguntas puedan ser contestadas.
Ustedes se estarán preguntando, cuáles son mis intenciones al preocuparme tanto por la emoción. Bien.
Estamos empezando un nuevo siglo. En este siglo voy a morir y mis nietos van a nacer. [2!] Me gustaría, antes de irme dejarles un mundo mejor. Este pensamiento me hace recordar inevitablemente a mi abuela. A ella le tocó pasar del siglo XIX al XX. A ella debió de haberle preocupado, como a mí, el mundo que les estaba dejando a sus nietos. Mi abuela murió un poco después de la llegada del hombre a la Luna. Ya no le tocó ver el surgimiento de las armas químicas, de las guerras bacteriológicas. No supo del SIDA, de las semillas transgénicas, de que los volcanes del Valle de México se hicieron invisibles a causa de la contaminación. No se enteró ya de que los narcotraficantes controlan el mundo. Siempre la recuerdo amable, rezando a diario por todos nosotros, pidiendo porque tuviéramos una buena vida. Sin embargo, sus rezos no pudieron evitarnos el sufrimiento.
¿Cuántos años me quedarán por vivir en este nuevo siglo? ¿Diez? ¿Veinte? ¿En ese lapso tendré tiempo para mejorar un poco el medio ambiente? Me encantaría que mis nietos tuvieran una buena impresión de este mundo al momento de nacer. Que no hubiera bolsas de plástico regadas por todos lados, que no hubiera desechos químicos en los ríos. Que pudieran ver los volcanes. Que pudieran llenar su vista de color verde cuando estuvieran deprimidos. Que sus pulmones no se llenaran de plomo. Que sus emociones no los avergonzaran.
¿Los números realmente sirven para marcar el inicio de una etapa de gestación y una de muerte? ¿Representa algo verdadero dentro de nuestras conciencias el paso de un siglo a otro, de un milenio a otro? Así como es muy claro observar el proceso de germinación, nacimiento y muerte de una semilla, ¿se puede hablar del nacimiento de una nueva civilización? ¿Qué tipo de sociedad me va a tocar ver? ¿Y a mis nietos? ¿Mi abuela, en ese brindis de final del siglo XIX, habrá alcanzado a imaginar la cantidad de hijos, de nietos y bisnietos que iba a tener y el mundo que les iba a tocar vivir? El Sol, nuestro padre, ¿habrá imaginado cuál sería el destino de la Tierra? ¿Y a la Luna? ¿O al mismo Sol? ¿Cuántos nuevos siglos quedan por venir? ¿Cuánto más falta por descubrir, por conquistar? ¿Conquistaremos o seremos conquistados?
¿Se imaginan que nos tocara ver la llegada de una civilización conquistadora, y descubriéramos que lo que más les interesa es apoderarse de nuestro plástico? ¿Que pudiéramos descubrir que hemos vivido en el error y que el sueño de tantas generaciones de alquimistas de fabricar oro fue inútil porque el verdadero material inmutable y perdurable es el plástico y no nos habíamos dado cuenta? Sería una broma verdaderamente de mal gusto. Pero no hay duda de que somos la generación del plástico. Y al parecer, también hemos querido «plastificar» nuestro mundo emocional, lo hemos querido envolver en un paquete de fingimiento y vacío, así como empaquetamos la carne en los refrigeradores. Sabemos que los futuros antropólogos van a determinar los años de antigüedad de las excavaciones por la cantidad de plástico acumulada bajo la superficie. Esa imagen me pone la piel chinita: me apena. Para mí es un signo de todos los errores que hemos cometido y me gustaría que las imágenes que nos representaran en el futuro fueran otras. No sé si todavía estamos a tiempo. Sólo sé que es posible que demos un paso adelante si nos ocupamos un poco más de la emoción.
Un siglo ha terminado. Esto quiere decir que dimos cien vueltas más alrededor del Sol. ¿Cuántas más nos quedan por dar? ¿Eso ya estará determinado de la misma forma en que lo está la cantidad de años que vamos a vivir? ¿Cuántas vueltas más me quedan por darle al Sol? ¿Cuántos atardeceres más voy a ver, y cuántos amaneceres?
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