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Después de una sesión de carcajadas, nuestro cuerpo se relaja. Con la relajación viene la liberación de la energía negativa que estaba prisionera dentro de nuestro cuerpo. Las glándulas secretan todo tipo de sustancias; lágrimas, sudor, saliva. Las energías fluyen y nos proporcionan un estado de armonía. Al reír, nuestra respiración aumenta y el corazón late más rápido, bombardeando más sangre rica en oxígeno a todo nuestro organismo. Como resultado, la actividad electroquímica del cerebro se incrementa y nos ponemos más alerta que de costumbre. Otro de sus beneficios es que se incrementa nuestra respuesta inmunológica.

La risa no es sólo una forma de relajarse. Según el doctor William F. Fry, emérito de la Universidad de Stanford, cien risas al día nos proporcionan el mismo beneficio que 10 minutos de ejercicio aeróbico. Ya que cuando uno ríe a carcajadas, los músculos del abdomen se tensan de la misma forma que cuando hacemos ejercicios abdominales. Los vientres abultados de los burócratas son la prueba contundente de que el trabajo que realizan no les causa risa. ¿La razón? Es un trabajo obligado, mecánico, mal pagado, impuesto por las estructuras sociales. Un trabajo que oprime, que asfixia. Y así como un órgano contraído no funciona correctamente, un individuo tenso tampoco. No puede crear, trabajar, ni producir normalmente.

Éste es el motivo por el que los directores de grandes empresas están contratando a especialistas que hagan reír a sus empleados. Claro que no lo hacen por buenas gentes sino por mezquinos. Saben que de esta manera sus trabajadores van a rendir más en su trabajo y producirán mayores ganancias económicas. Yo dudo mucho que logren buenos resultados porque para que un individuo ría tiene que existir un elemento básico: la confianza. Uno sólo ríe con miembros de su grupo, no en compañía de un jefe que lo explota.

¡Pero en fin! Volvamos a la risa. Nuestras primeras sonrisas son reflejos musculares, pero para el tercer mes de vida ya somos capaces de sonreír al ver una cara conocida y tener nuestra primera interacción social verdadera. En el pasado se pensaba que los bebés aprendían a reír al observar la risa de los adultos, pero ahora sabemos que la risa es innata, está programada en nuestro propio ser. Un científico de la Universidad de Chicago causó impacto con los estudios que realizó con niños sordomudos. No podían oír ni hablar, sin embargo empezaron a reír al mismo tiempo que los niños que gozaban de sus cinco sentidos.

A los cinco años de edad, un niño promedio ríe alrededor de doscientas cincuenta veces al día. Desafortunadamente, al llegar a la adolescencia se le van acabando las razones para sonreír y su sentido del humor solamente alcanza para quince risas al día, la mayoría de las cuales son demasiado efímeras para ser recordadas. Y mejor ni hablamos de cómo le irá en la edad adulta.

La risa es una poderosa herramienta de comunicación e interacción entre las personas y no una simple reacción a un chiste. La risa une. El hecho de que los individuos que se ríen juntos se sienten parte de un grupo tiene que ver con la sensación de cercanía, de pertenencia, de complicidad que genera el humor. Hay dos formas de hacer reír a otro. Por medio de una imagen o por medio de la palabra. En cualquiera de las dos siempre está presente [2!] un deseo verdadero de dar felicidad. Este deseo auténtico y generoso modifica de una forma tajante no sólo el estado de ánimo de un individuo, sino de una colectividad, pues la risa siempre busca compartirse. Cuando escuchamos reír a otro, es casi imposible no unirnos a él.

En 1963, en lo que ahora es el territorio de Tanzania, hubo una extraña epidemia de risa. Unos niños de pronto empezaron a reír y sus risas se extendieron a más de mil personas. Incluso tuvieron que cerrar las escuelas y se necesitaron dos años y medio para que el fenómeno se extinguiera. El Times informó: «Un nuevo mal, a orilla del lago Victoria, confunde a los científicos: es una enfermedad de la risa que produce síntomas que rayan en la histeria.»

Ojalá que este tipo de epidemias fueran más comunes pues aliviarían bastante la carga emotiva que arrastramos a cuestas. Los científicos que realizan experimentos sobre la tolerancia al dolor, han descubierto que la gente puede soportar mejor el dolor después de una sesión de chistes.

No sólo eso, en los consultorios dentales se utiliza el óxido nitroso, o gas de la risa, para que la gente pueda mantener una actitud relajada durante el tratamiento dental. Si el paciente logra controlar el temor y la ansiedad su dolor disminuirá. El óxido nitroso no es un anestésico, simplemente tranquiliza.

La práctica de la meditación logra un efecto parecido. Relaja, calma, tranquiliza, física y mentalmente. [5!] Si uno logra aquietar los pensamientos, automáticamente las emociones se apaciguan y le permiten al cuerpo una total relajación.

Aunque no hay muchas pruebas definitivas de que la risa cure, algunos hospitales, como el Monte Sinaí de Nueva York, están utilizando los servicios de los payasos para atender a los niños y determinar qué tan efectiva es la risa para acelerar el proceso de recuperación de una persona.

El doctor Kuhn, psiquiatra de la Universidad de Louisville, está tan convencido de las propiedades curativas de la risa que se convirtió en un comediante profesional para atender a sus pacientes. No le importa lo que la gente «seria» piense. Pues el miedo a ser considerado una persona boba, frívola y hasta cierto punto irresponsable, hace que reprimamos la risa. Y para él, la risa y sus beneficios son cosa seria.

Lo más interesante de la risa es que beneficia al que la ejercita aunque sea a través de una risa fingida. De hecho, dicen que si uno aprende bien la mecánica de la risa podría engañarse para ser feliz. ¿Será? Vale la pena intentarlo. Aunque a mi ver, el ser feliz es un poco más complejo. No sólo requiere de un bienestar físico, sino espiritual.

El ser humano siempre se pregunta ¿me siento bien o me siento mal? ¿Estoy actuando bien o estoy actuando mal?, antes de poder determinar si es feliz o no. Se guía por sus emociones para juzgar si sus acciones son correctas o equivocadas. Si con ellas obtuvo lo que buscaba. Si logró que lo quisieran o no. Porque siempre, bajo una alegría o una tristeza está la necesidad de ser aceptado, apreciado, amado.

La necesidad de afecto es tan poderosa que es la única que en un estado de depresión puede impulsarnos a salir de nuestro encierro en busca de un olor, de un aliento con aroma de consuelo.

Esto que parece tan sencillo resulta de lo más complicado para el hombre actual, pues la comunicación entre los seres humanos, a pesar de los enormes avances de la tecnología, se ha dificultado enormemente. En gran medida a causa de la misma depresión. Uno queda tan agotado después de un día de trabajo en condiciones de tensión extremas que lo único que quiere es dormir y olvidarse de los demás. Nadie tiene tiempo, y si lo tiene, no lo quiere compartir. Todos defienden su espacio. Todos son celosos de su intimidad, de sus conocimientos, de sus logros obtenidos en el campo de batalla: la oficina. Parece que la modernidad deja poco tiempo para escucharnos unos a otros, para querernos, para consolarnos, para apapacharnos.