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La mujer lo miró, sin dejar de andar, y cuando los ojos de Richard buscaron los suyos respondió:

—Me persiguen porque les da miedo la verdad. Una de las razones por las que me gustas es que a ti no.

Richard aceptó el cumplido con una sonrisa. Le gustaba esa respuesta aunque no supiera a ciencia cierta qué significaba.

—No estarás pensando en darme un puntapié, ¿verdad?

—Te lo estás buscando —respondió la mujer con una sonrisa burlona. Entonces se quedó pensativa y la sonrisa se le borró—. Lo siento, Richard, pero por ahora tendrás que confiar en mí. Cuanto más sepas, mayor será el peligro que ambos correremos. ¿Amigos?

—Amigos. —El joven arrojó la nervadura de la hoja—. ¿Pero me lo contarás algún día?

Kahlan asintió.

—Si puedo, te prometo que lo haré.

—Muy bien —contestó Richard alegremente—. Después de todo, soy un «buscador de la verdad».

Kahlan se detuvo de repente, agarró al joven por la manga de la camisa y lo hizo dar la vuelta para mirarlo de frente.

—¿Por qué has dicho eso? —preguntó con ojos muy abiertos.

—¿El qué? ¿Lo de «buscador de la verdad»? Así es como me llama Zedd desde que era pequeño. Según él, siempre insisto en conocer la verdad de las cosas, y por eso me llama «buscador de la verdad» —Richard entrecerró los ojos, sorprendido por la agitación de la mujer, e inquirió—: ¿Por qué?

—No importa —repuso ésta, echando de nuevo a andar.

Richard parecía haber tocado un tema delicado. Empezaba a sentir la necesidad de hallar respuestas. «Quien persigue a Kahlan lo hace porque le da miedo la verdad —pensó—, y ella se alteró cuando dije que era un “buscador de la verdad”. Quizá se ha alterado porque eso la hace temer por mí.»

—¿Puedes decirme al menos quiénes son? ¿Quiénes te persiguen?

Kahlan continuó con la mirada fija en el camino mientras andaba a su lado. Richard no sabía si iba a recibir respuesta, pero finalmente la mujer habló.

—Son los seguidores de un hombre malvado que se llama Rahl el Oscuro. Por favor, no me preguntes nada más por ahora; no quiero pensar en él.

Rahl el Oscuro. Al menos ahora tenía un nombre.

Cuando el sol de última hora de la tarde desapareció tras las colinas del bosque del Corzo, el aire proveniente de los suaves cerros cubiertos de árboles se hizo más fresco. Kahlan y Richard permanecían en silencio. El joven no tenía ganas de hablar; la mano le dolía y se sentía un poco mareado. Todo lo que quería era un baño y un lecho caliente, aunque tendría que cederle la cama a ella y él dormir en su silla favorita, la que crujía. Tampoco estaba mal como alternativa; había sido un día muy largo y se sentía dolorido.

Al llegar a un grupo de abedules indicó en silencio a la mujer que tomara la senda que conducía a su casa. Richard miraba cómo Kahlan ascendía ante él, apartando las telarañas que atravesaban el camino y quitándoselas de cara y brazos.

El joven no veía el momento de llegar a su casa. Además del cuchillo y otras cosas que había olvidado allí, había algo más que necesitaba, una cosa muy importante que su padre le había dado.

Su padre le había confiado un libro secreto y un objeto que Richard siempre llevaba encima y que demostraría al verdadero dueño del libro que éste no había sido robado, sino rescatado para ponerlo a buen recaudo. Se trataba de un colmillo de forma triangular de tres dedos de ancho. Richard lo llevaba siempre colgado de una correa de cuero al cuello, pero, estúpido de él, se lo había dejado en casa, junto con el cuchillo y la mochila. Estaba impaciente por volvérselo a colgar. Sin él, no podía probar que su padre no había sido un ladrón.

Más arriba, tras pasar por una zona abierta de roca desnuda, los arces, robles y abedules empezaban a dar paso a pinos y abetos. El suelo del bosque cambió la alfombra verde por otra silenciosa de agujas marrones. Una sensación de inquietud se fue apoderando de Richard mientras avanzaban. Suavemente asió una manga de Kahlan con el pulgar y el índice y tiró de ella hacia atrás.

—Deja que vaya yo primero —dijo en voz baja. Kahlan lo miró y obedeció sin rechistar. Durante la media hora siguiente el joven frenó el paso y estudió cualquier rama cercana a la senda. Al llegar a la base del último cerro antes de su casa, el joven se detuvo, se agachó junto a una parcela de helechos e indicó a Kahlan que hiciera lo mismo.

—¿Qué pasa? —quiso saber ésta.

—Tal vez nada —contestó Richard con un susurro, sacudiendo la cabeza—, pero alguien ha pasado por aquí esta tarde. —El joven cogió una piña aplastada y la examinó brevemente antes de arrojarla lejos.

—¿Cómo lo sabes?

—Por las telarañas. —Richard levantó la vista hacia la colina—. No hay telarañas en la senda. Alguien las ha roto y las arañas no han tenido tiempo de tejerlas de nuevo. Por eso no hay ninguna.

—¿Vive alguien más por aquí?

—No. Podría ser la obra de un viajero que pasara por aquí, pero esta senda no es muy transitada.

—Cuando yo caminaba delante había telarañas por todas partes —señaló perpleja Kahlan, frunciendo el entrecejo—. No podía dar ni diez pasos sin quitármelas de la cara.

—A eso me refería —susurró Richard—. Nadie ha pasado por esa parte de la vereda durante todo el día, pero desde que pasamos la zona descubierta, no hemos encontrado más telarañas.

—¿Cómo es posible?

El joven sacudió la cabeza.

—No lo sé —admitió—. O bien alguien llegó hasta el claro atravesando el bosque y allí cogió la senda, lo que sería muy trabajoso, o... —Aquí la miró a los ojos— ...o aterrizaron en el claro. Mi casa está pasada la colina. Debemos mantener los ojos bien abiertos.

Con muchas precauciones, remontaron la colina con Richard en cabeza, sin dejar de escrutar el bosque. El joven sentía deseos de echar a correr en dirección contraria, de llevársela de allí, pero no podía. No podía huir sin antes recuperar el colmillo que su padre le había entregado para que lo guardara.

Al llegar a la cima se agacharon detrás de un enorme pino y contemplaron la casa de Richard, situada más abajo. Las ventanas se veían rotas y la puerta, que siempre dejaba cerrada con llave, ahora estaba abierta, y sus posesiones diseminadas por todas partes.

—Ha sido saqueada, como la casa de mi padre —dijo Richard levantándose.

Kahlan lo agarró por la camisa y tiró de él hacia abajo.

—¡Richard! —susurró enfadada—. Es posible que tu padre regresara a su casa igual que tú. Tal vez entró en ella, como tú estás a punto de hacer, y ellos estaban dentro esperándolo.

Kahlan tenía razón. El joven se pasó una mano por el cabello, pensativo y volvió la cabeza hacia la casa. Estaba en pleno bosque, con la puerta orientada hacia el claro. Era la única puerta, por lo que cualquier persona que hubiera dentro esperaría que él llegara corriendo desde el claro. Allí es donde esperarían, si es que se encontraban dentro.

—Muy bien —susurró el joven—, pero dentro hay algo que debo recuperar. No pienso marcharme sin eso. Podemos acercarnos sigilosamente desde atrás. Lo cojo y después nos vamos.

Richard hubiera preferido no llevar a Kahlan con él, pero no quería dejarla sola en la trocha, esperando. Así pues, avanzaron por el bosque abriéndose paso entre la espesa maleza. Rodearon la casa manteniéndose a una respetable distancia. Al llegar al lugar desde el que tendría que aproximarse a la parte trasera, Richard le indicó con un gesto que esperara. A ella no le hizo mucha gracia la idea, pero el joven no dio su brazo a torcer. Si había alguien dentro, no quería que también la atraparan a ella.

Dejó a Kahlan bajo un abeto y empezó a aproximarse cautelosamente a la casa siguiendo una ruta serpenteante que le permitía caminar sobre agujas blandas y eludir las hojas secas. Cuando, finalmente, vio la ventana de la habitación de atrás se quedó inmóvil, escuchando. No oyó nada. El corazón le latía con fuerza mientras avanzaba en cuclillas con infinito cuidado. Algo se movía a sus pies; era una serpiente. Richard se detuvo hasta que pasó de largo.