Richard no podía mantenerse del todo erguido bajo las ramas allí donde empezaban a brotar del tronco. Cerca del tronco se veían desnudas, con agujas en los extremos, y el interior hueco. Las ramas inferiores caían hasta el suelo. El árbol era resistente al fuego, siempre y cuando uno fuera cuidadoso. El humo del pequeño fuego subía en volutas por el centro, cerca del tronco. El entramado de las agujas era tan tupido que incluso cuando caía un chaparrón el interior permanecía seco. Richard había esperado muchas veces a que amainara dentro de un pino hueco. Le encantaba cobijarse en esos estrechos pero cómodos refugios en sus viajes por el valle del Corzo.
En esta ocasión se alegraba especialmente de contar con un refugio oculto. Antes de su encuentro con el gar de cola larga, Richard había sentido un gran respeto por algunas plantas y animales del bosque, pero nada le había dado miedo.
Kahlan se sentó frente al fuego con las piernas cruzadas. Aún temblaba y con la manta había formado una especie de capucha que le cubría la cabeza. La mujer la mantenía firmemente sujeta.
—Nunca había oído hablar de pinos huecos. No suelo hacer noche en los bosques cuando viajo, pero debo decir que son un lugar maravilloso para dormir. —Kahlan parecía aún más cansada que él.
—¿Cuánto tiempo hace que no duermes?
—Dos días, creo. Todo es muy confuso.
Al joven le sorprendió que Kahlan pudiera mantener los ojos abiertos. Cuando huían de la cuadrilla le había costado lo suyo mantener el paso de la mujer. Ahora sabía que era el miedo lo que la impulsaba.
—¿Por qué tanto tiempo?
—Echarse a dormir en el Límite sería una imprudencia. —Kahlan clavó los ojos en el fuego, dejándose seducir por su cálido abrazo. La luz de las llamas se reflejaba en su rostro. La mujer aflojó la manta y dejó que colgara, para así poder sacar las manos y acercarlas más al fuego.
Un escalofrío recorrió a Richard al imaginar qué había en el Límite y qué podía ocurrir si uno dormía allí.
—¿Tienes hambre?
Kahlan asintió.
Richard rebuscó en la mochila, sacó un cazo y salió afuera para llenarlo de agua en un arroyo cercano. Los sonidos de la noche llenaban el aire, que estaba tan helado que parecía que iba romperse. Una vez más Richard se maldijo por haber salido sin su capa, además de otras cosas. Pero el recuerdo de lo que le esperaba en su casa le hizo temblar aún más.
Cada vez que veía un bicho se encogía, por miedo de que fuera una mosca de sangre y varias veces se quedó paralizado con un pie en el aire, para luego respirar aliviado al comprobar que sólo era un grillo blanco o una mariposa de luz. Las sombras desaparecían y se materializaban a medida que las nubes pasaban delante de la luna. No quería hacerlo, pero tuvo que levantar la vista. Las estrellas parpadeaban mientras nubes suaves y algodonosas se desplazaban silenciosamente por el cielo. Todas menos una, que no se movía.
Helado hasta los huesos, Richard regresó y puso el cazo lleno de agua sobre el fuego, de modo que quedara en equilibrio encima de tres piedras. Cuando iba a sentarse frente a la mujer cambió de opinión y se sentó junto a ella, al tiempo que le decía que era mejor así porque tenía mucho frío. Al oír cómo le castañeteaban los dientes, Kahlan le tapó los hombros con la mitad de la manta y se cubrió sus propios hombros con la otra mitad. Era muy agradable tener alrededor la manta, calentada por el cuerpo de la mujer. Richard guardó silencio mientras su cuerpo se iba calentando.
—Nunca he visto nada semejante a un gar —comentó al fin—. La Tierra Central debe de ser un lugar espantoso.
—Hay muchos peligros. —En el rostro de la mujer se dibujó una nostálgica sonrisa—. Pero también hay muchas cosas fantásticas y mágicas. Es un lugar maravilloso y extraordinario. Los gars no provienen de la Tierra Central sino de D’Hara.
—¡D’Hara! —exclamó el joven, sorprendido—. ¿Del otro lado del segundo Límite?
D’Hara. Antes del discurso que pronunciara su hermano ese mismo día, Richard sólo había oído ese nombre en boca de ancianos, que lo pronunciaban en cautos susurros. O en maldiciones. Kahlan seguía contemplando las llamas.
—Richard... —La mujer se detuvo, como si la asustara contarle el resto—, el segundo Límite ya no existe. Desde la primavera ya nada separa la Tierra Central y D’Hara.
La noticia causó en el joven tal impresión que le pareció que la misteriosa D’Hara acababa de dar un paso de gigante hacia él. Richard pugnó por asimilar la noticia.
—Tal vez mi hermano posee dotes proféticas.
—Tal vez —repuso la mujer, sin comprometerse.
—Aunque no creo que pudiera ganarse muy bien la vida prediciendo sucesos que ya han ocurrido. —El joven la miró de reojo.
—La primera vez que te vi pensé que no tenías un pelo de tonto —dijo Kahlan, sonriendo y retorciendo despreocupadamente un mechón de su pelo. La luz del fuego chispeaba en sus ojos esmeralda—. Me alegro de no haberme equivocado.
—Por su posición Michael sabe cosas que otros no saben. Quizá trata de preparar a la gente, que se acostumbre a la idea para que, cuando se descubra, no cunda el pánico.
Michael solía decir que la información era poder y que no debía malgastarse frívolamente. Tras convertirse en consejero animó a la gente a que acudiera primero a él cuando tuviera algo de que informar. Todos, incluso los campesinos que le iban con cuentos, eran escuchados y, si la información resultaba cierta, recompensados.
El agua rompió a hervir. Richard se inclinó hacia adelante y acercó la mochila tirando de la correa. Inmediatamente volvió a arrebujarse en la manta. Después de rebuscar un poco encontró la bolsa que contenía hortalizas y puso algunas en el cazo. Entonces se sacó del bolsillo cuatro salchichas gordas envueltas en una servilleta, las cortó en pedazos y las añadió a la sopa.
—¿De dónde las has sacado? —preguntó Kahlan, asombrada—. ¿Las birlaste en la fiesta de tu hermano? —La voz de la mujer sonaba desaprobadora.
—Un buen hombre de bosque siempre planea las cosas de antemano y se pregunta de dónde saldrá su próxima comida —respondió el joven, que se chupó los dedos y la miró a la cara.
—No creo que a tu hermano le gusten tus modales.
—Ni a mí los suyos. —Richard sabía que Kahlan no iba a contradecirle—. Kahlan, no pienso justificarlo. Desde que nuestra madre murió no ha sido nada fácil tratar con él. Pero sé que se preocupa por la gente. Es necesario si uno quiere ser un buen consejero. Todos ellos están sometidos a una gran presión. Yo, desde luego, no aceptaría tal responsabilidad. Pero es lo que él ha querido siempre; ser alguien importante. Ahora que es el Primer Consejero ya tiene lo que deseaba. Pero, en vez de sentirse satisfecho, parece que cada vez es menos tolerante. Siempre está ocupado y gritando órdenes. Últimamente siempre lo veo de mal humor. Quizás al conseguir lo que quería se ha dado cuenta de que no es lo que pensaba. Ojalá fuera el de antes.
—Al menos tuviste el buen sentido de coger las mejores salchichas —comentó Kahlan con una sonrisa burlona.
El comentario de la mujer relajó la tensión, y ambos se echaron a reír a carcajadas.
—Kahlan, no lo entiendo, me refiero al Límite. Ni siquiera sé qué es, excepto que existe para mantener las tierras separadas y que no haya guerra. Y, por supuesto, todo el mundo sabe que aventurarse en el Límite significa una muerte segura. Chase y los guardianes se aseguran de que nadie se acerque, por su propio bien.