Después de que la reina y sus invitados acabaran de cenar, entró un hombre encadenado, que se quedó en el centro de la sala. Richard lo reconoció; era uno de los prisioneros de las mazmorras que Kahlan había liberado. Ambos intercambiaron una breve mirada de comprensión y desesperación.
A continuación se expusieron los crímenes y los malvados actos cometidos por el prisionero. Richard no prestó atención, pues sabía que no era más que un pretexto. La reina pronunció una breve reflexión sobre los crímenes del prisionero, tras lo cual se dirigió a la princesa con estas palabras:
—Tal vez la princesa quiera dictar el castigo que merecen estos crímenes.
La princesa se puso en pie para dictar sentencia.
—Por sus crímenes contra la corona, cien latigazos —declaró con una sonrisa radiante—. Y por sus crímenes contra las personas, que le corten la cabeza.
En la sala se oyeron murmullos generales de aquiescencia. Richard se sintió enfermo, pero al mismo tiempo deseó poderse cambiar por el prisionero; él solamente tendría que soportar cien latigazos y, después, el hacha del verdugo pondría fin a todo.
—Algún día me encantaría ver cómo castigas a tus mascotas —dijo la princesa a Denna, tomando de nuevo asiento.
—Ven a verme cuando lo desees —respondió Denna volviéndose—. Te dejaré mirar.
Al volver a la cámara de piedra, la mord-sith inmediatamente le quitó la camisa y lo colgó de nuevo de la viga. A continuación, le informó fríamente de que había mirado demasiado alrededor durante la velada. A Richard se le cayó el alma a los pies. Las esposas de hierro se le clavaban de nuevo en la carne. Denna era tan buena en lo que hacía que en pocos minutos ya tenía a su víctima bañada en sudor, jadeando y lanzando alaridos. La mord-sith le dijo que aún era muy pronto y que pensaba darle un buen entrenamiento antes del final de la jornada.
Cuando la mujer le aplicó el agiel en la espalda, los músculos de Richard se flexionaron y después se tensaron, levantándolo del suelo. Richard le suplicó que parara, pero fue en vano. Finalmente, cuando se dejó colgar de nuevo de las manillas, vio una silueta en la puerta.
—Me gusta cómo le haces que te suplique —dijo la princesa Violeta.
—Acércate más, querida —la animó la mord-sith con una sonrisa—. Te mostraré más cosas.
Denna lo rodeó con un brazo, apretándose contra las heridas del joven. Entonces le besó la oreja y le susurró al oído:
—Vamos a mostrar a la princesa lo bien que suplicas, ¿vale?
Richard se juró que no suplicaría, pero no pasó mucho tiempo antes de que rompiera su juramento. Denna hizo toda una demostración ante la princesa Violeta, mostrándole las diferentes formas que tenía de hacerle daño. Parecía orgullosa de exhibir su talento.
—¿Puedo probar yo? —pidió la princesa.
—Pues claro que sí, querida —contestó la mord-sith, tras mirar a la niña un momento—. Estoy seguro de que a mi mascota no le importará. ¿Verdad que no? —dijo, sonriendo a Richard.
—Por favor, ama Denna, no la dejéis. Os lo suplico. No es más que una niña. Haré lo que queráis, cualquier cosa, pero no la dejéis. Por favor —imploró el Buscador.
—¿Ves, querida? No le importa en absoluto.
Denna ofreció el agiel a la niña.
La princesa Violeta dirigió a Richard una amplia sonrisa mientras se familiarizaba con el agiel. Para probar, se lo aplicó al músculo de la pierna y se alegró al ver que el joven se estremecía de dolor. En vista de los buenos resultados, fue andando alrededor de Richard y dándole con el agiel.
—¡Qué fácil! —exclamó—. Nunca creí que fuese tan sencillo hacer sangrar a alguien.
Denna miraba a su víctima con las manos cruzadas sobre los pechos y una sonrisa en los labios, mientras la princesa se volvía más osada. Al poco rato afloró a la superficie toda la crueldad de la que era capaz la niña. La princesa estaba encantada con el nuevo juego.
—¿Recuerdas lo que me hiciste? —preguntó al Buscador, pinchándole el costado con el agiel—. ¿Recuerdas cómo me pusiste en ridículo? Ahora tienes lo que te mereces, ¿no crees? —Richard se mantenía silencio, con los dientes apretados—. ¡Respóndeme! ¿No crees que esto es lo que te mereces?
Richard mantenía los ojos cerrados, tratando de controlar el dolor.
—¡Respóndeme! Y luego suplícame que pare. Quiero hacerlo mientras suplicas.
—Será mejor que le respondas —intervino Denna—. Parece que aprende rápido.
—Por favor, ama Denna, no le enseñéis esto. Lo que le estáis haciendo a ella es peor que lo que me hacéis a mí. No es más que una niña. Por favor, no le hagáis esto. No dejéis que aprenda a torturar.
—Voy a aprender lo que me plazca. Será mejor que empieces a suplicar. ¡Vamos!
Aunque sabía que únicamente conseguía empeorar las cosas, Richard esperó hasta que no pudo soportarlo ni un segundo más antes de decir entre jadeos:
—Lo siento, princesa Violeta. Por favor, perdonadme. Estaba equivocado.
Pero Richard aprendió que responderle era un error, pues eso pareció excitarla aún más. La niña aprendió muy rápidamente cómo hacerlo suplicar y gritar, por mucho que él se resistiera. Era absurdo que una niña de aquella edad lo torturara y, sobre todo, disfrutara con ello. Era una locura.
—Pero esto es menos de lo que se merece la Confesora —dijo la princesa, hundiéndole el agiel en el estómago y mirándolo impúdicamente—. Un día será castigada por lo que hizo y seré yo quien se lo haga pagar. Mi madre me lo dijo. Quiero que me supliques que le haga daño. Quiero oírte suplicar que corte la cabeza a la Madre Confesora.
Algo, Richard no sabía qué, despertó de pronto en su interior. La princesa Violeta apretó los dientes y le aplicó el agiel en el abdomen con todas sus fuerzas, retorciéndolo.
—¡Suplícame! ¡Suplícame que mate a esa horrible Kahlan!
El insoportable dolor hizo que Richard chillara a grito pelado.
Denna se interpuso entre ambos y arrebató el agiel de manos de la princesa Violeta.
—¡Ya basta! Lo matarás si usas el agiel de ese modo.
—Gracias, ama Denna —dijo Richard jadeando. El joven sintió un singular cariño hacia Denna por haberlo defendido.
—¡Me da igual si lo mato! —replicó la princesa con cara de pocos amigos, retrocediendo un paso.
—Pues a mí no me da igual. —La voz de la mord-sith sonaba fría y autoritaria—. Es demasiado valioso para perderlo de este modo. —Era evidente que quien llevaba las riendas allí era Denna, ni la princesa ni la reina. Denna era una agente de Rahl el Oscuro.
—Mi madre dice que, cuando la Confesora Kahlan regrese, le tendremos preparada una sorpresa —declaró la niña, fulminando con la mirada a la mord-sith—. Sólo te lo digo porque mi madre dice que, para entonces, tú ya estarás muerto. Mi madre dice que seré yo quien decida qué hacer con la Confesora. Para empezar, le cortaré el pelo y luego dejaré que todos los guardias la violen, uno después de otro. —La niña tenía los puños cerrados y el rostro colorado—. ¡Después la encerraré en un calabozo durante unos cuantos años para que tengan a alguien con quien jugar! ¡Y, cuando me canse de hacerle daño, ordenaré que le corten la cabeza y la claven en una pica, donde pueda ver cómo se pudre!
Richard sintió lástima por la joven princesa. La niña le inspiraba un profundo sentimiento de tristeza. Pero le acompañaba otro de muy distinta naturaleza.
La princesa Violeta cerró los ojos con fuerza y sacó la lengua tanto como pudo. Era como una bandera roja.
La fuerza del poder que había surgido en él explotó en su interior.