—Hermana Denna, qué alegría verte de nuevo —dijo una ronca voz de mujer—. D’Hara no era lo mismo sin ti.
¡D’Hara! En su mente ofuscada por causa del entrenamiento, aquella palabra inflamó sus pensamientos. Instantáneamente conjuró la imagen de la trenza de Denna para que lo protegiera.
—Hermana Constance, me alegro de estar de nuevo en casa y volver a verte.
Richard se dio cuenta de que Denna era sincera. El agiel le rozó la nuca, dejándolo sin respiración. El joven sintió como si alguien le apretara una soga alrededor del cuello. Por el modo de sostener el instrumento, supo que no era Denna.
—¿Y qué tenemos aquí? —preguntó Constance.
La mord-sith apartó el agiel. Tosiendo de dolor, Richard respiró a bocanadas. Cuando Denna le ordenó que se levantara, el joven así lo hizo, deseando poder esconderse detrás de ella. Constance era corpulenta, bastante más baja que Denna y llevaba ropas de piel iguales a las de Denna, aunque las suyas eran marrones. También ella llevaba una trenza, pero el suyo era un cabello color castaño apagado que no poseía la vitalidad del de Denna. Por la expresión de su rostro, se diría que acababa de comer algo que le había sentado mal.
—Mi nuevo compañero —lo presentó Denna, dándole un ligero golpe en el estómago con el dorso de la mano.
—Compañero —repitió Constance desdeñosa, pronunciando la palabra como si le dejara un gusto amargo en la boca—. De verdad, Denna, nunca comprenderé cómo soportas tomar un compañero. Sólo pensarlo se me revuelve el estómago. Ah, por la espada veo que es el Buscador. Buena captura, desde luego. Supongo que fue difícil.
—Solamente mató a dos de mis hombres antes de tratar de usar su magia contra mí —le explicó Denna con una petulante sonrisa. Constance pareció tan impresionada que Denna se echó a reír—. Procede de la Tierra Occidental.
—¡No! —exclamó muy sorprendida la otra mord-sith—. ¿Lo has quebrado ya? —inquirió, mirando fijamente a Richard a los ojos.
—Sí —contestó Denna con un suspiro—. Pero aún me da motivos para sonreír. Apenas han acabado los rezos matinales y ya se ha ganado dos horas de castigo.
Constance sonrió de oreja a oreja.
—¿Te importa si te acompaño? —inquirió.
—Ya sabes que todo lo mío es tuyo, Constance —contestó Denna, sonriendo cálidamente—. De hecho, tú serás mi segunda.
Constance se mostró complacida y orgullosa. Richard tuvo que pensar furiosamente en la trenza de Denna, pues notaba que empezaba a encolerizarse.
—De hecho, y sólo por tratarse de ti, te lo prestaré por una noche si así lo deseas —le ofreció Denna a su amiga con aire cómplice. Constance reaccionó con disgusto y Denna se echó a reír—. Si nunca lo pruebas, no sabrás si te gusta o no.
—Obtendré placer de su carne de otros modos —repuso Constance, ceñuda—. Voy a ponerme ropas rojas y me reuniré contigo.
—No… El marrón está bien, por ahora.
Constance escrutó el rostro de su amiga.
—Esto no es propio de ti, Denna.
—Tengo mis razones. Además, fue el amo Rahl en persona quien me encargó a éste.
—¿El amo Rahl en persona? En ese caso, será como tú digas. Después de todo, es tuyo y puedes hacer con él lo que te plazca.
La sala de entrenamiento era una simple habitación cuadrada con paredes y suelo de granito gris y un techo de vigas. Cuando entraban, Constance le puso la zancadilla. Richard cayó de cara y, antes de poder contenerse, se inflamó de ira. La mord-sith, muy complacida consigo misma, observó cómo el joven luchaba por recuperar el control.
Denna ató las muñecas y los codos, juntos, a la espalda, mediante un dispositivo especial. El dispositivo iba unido a una soga enrollada en una polea sujeta al techo. La mord-sith lo alzó hasta que Richard se sostuvo de puntillas antes de amarrar la soga. El dolor que sentía en los hombros era espantoso, tanto que casi no podía respirar, y eso que todavía no lo había tocado con el agiel. Richard estaba indefenso, desequilibrado y el dolor lo atormentaba ya antes de que empezara la sesión de tortura. La desesperanza lo invadió.
Denna se sentó en una silla situada junto a la pared y animó a Constance a que se divirtiera un poco. Cuando Denna lo entrenaba solía sonreír, pero Constance no sonrió ni una sola vez. Ella hacía su trabajo concienzudamente, como un buey uncido al yugo. Mientras lo torturaba se le soltaban mechones de cabello y a los pocos minutos ya tenía el rostro cubierto por una pátina de sudor. Nunca variaba el modo de aplicar el agiel; siempre era igual, con dureza, aspereza y rabia. Richard no tenía que prever nada, pues no había ninguna pausa. Constance lo torturaba siguiendo un ritmo constante y sin darle ni un instante de tregua. No obstante, no lo hizo sangrar. Denna contemplaba la escena sentada en una silla apoyada contra la pared y una perpetua sonrisa en los labios. Finalmente Constance se detuvo. Richard jadeaba y gemía.
—Aguanta bien. Hacía mucho tiempo que no tenía que emplearme tan a fondo. Todas las mascotas que he tenido últimamente se vienen abajo con sólo tocarlas.
Las patas delanteras de la silla en la que estaba sentada Denna golpearon contra el suelo.
—Quizá pueda ayudarte, hermana Constance. Permíteme que te indique sus puntos débiles.
Denna se colocó detrás de Richard y esperó, haciendo que el joven se estremeciera, previendo lo que no llegaba. Justo cuando dejó de contener la respiración, el agiel se hundió en un punto especialmente sensible del costado derecho. Richard chilló, mientras la mord-sith seguía presionando. El joven fue incapaz de seguir aguantando su peso. La soga tiró de los hombros con tanta fuerza que tuvo la impresión de que los brazos se le iban a salir de las articulaciones. Con una mueca burlona, Denna mantuvo allí el agiel hasta que Richard se echó a llorar.
—Por favor, ama Denna —sollozó—. Os lo suplico.
—¿Lo ves? —dijo Denna a Constance, retirando el agiel.
—Ojalá tuviera tu talento, Denna.
—Éste es otro de sus puntos débiles. —La mord-sith le arrancó más gritos—. Y aquí hay otro, y otro más. No te importa que muestre a Constance tus puntos débiles, ¿verdad? —Denna se colocó frente a Richard y le sonrió.
—Por favor, ama Denna, no. Duele demasiado.
—¿Qué te decía? Está encantado.
Denna fue a sentarse de nuevo en la silla, mientras a Richard se le caían las lágrimas. Constance no sonrió, simplemente se puso manos a la obra y pronto lo tuvo suplicando entrecortadamente. Constance era peor que Denna porque nunca variaba la presión con la que aplicaba el agiel. Además, no le daba ni un momento de respiro. Richard aprendió a temerla más que a Denna. A veces, Denna mostraba una extraña compasión, pero Constance nunca. En un momento dado, Denna tuvo que decirle a la otra mord-sith que se detuviera y esperara un instante, pues si continuaba iba a dejarlo imposibilitado. Constance acataba los deseos de Denna y permitía que fuese ella quien llevase la voz cantante.
—No es preciso que te quedes si tienes cosas que hacer. A mí no me importa.
Richard sintió una oleada de miedo y pánico. No quería quedarse a solas con Constance. Sabía que Constance deseaba hacerle cosas que Denna no quería que le hiciera, no sabía qué, pero debían de ser cosas terribles.
—La próxima vez ya te dejaré a solas con él… para que hagas el entrenamiento a tu manera. Pero hoy me quedo.
El joven procuró no demostrar el alivio que sentía. Constance volvió al trabajo.
Al rato, cuando estaba detrás de él, Constance le agarró un mechón de pelo y le tiró bruscamente la cabeza hacia atrás, con dureza. Richard sabía perfectamente qué anunciaba aquello y todo el dolor que Constance iba a causarle, el dolor de que le metiera el agiel en el oído. El joven temblaba incontrolablemente, y el miedo apenas le dejaba respirar.
—No lo hagas, Constance —dijo Denna, levantándose de la silla.