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Denna ya no vestía de rojo, sino que ahora vestía ropas de piel blanca. La mujer le explicó que era el símbolo de que ya lo había quebrado, de que era su compañero, y que para demostrar su poder sobre él había decidido no hacerlo sangrar más. A Constance esto último no le gustaba. Para Richard no significó una gran diferencia, pues el agiel dolía igual tanto si sangraba como si no. La mitad de su entrenamiento corría a cargo de Constance, la cual, cuando no estaba con ellos, se marchaba a entrenar a una nueva mascota. Constance insistía cada vez más en que quería quedarse a solas con Richard, pero Denna no lo permitía. Constance se entregaba al entrenamiento de Richard en cuerpo y alma. Cuanto más la conocía, más la temía Richard. Denna le sonreía cada vez que pedía a su hermana mord-sith que siguiera ella con el entrenamiento.

Un día, después de los rezos de la tarde, cuando Constance no estaba presente, Denna decidió entrenarlo en el pequeño cuarto adyacente a sus habitaciones. La mord-sith lo alzó en el aire por la cuerda hasta que Richard apenas tocaba el suelo.

—Ama Denna, con vuestro permiso, ¿vais a permitir que a partir de ahora me entrene el ama Constance?

La pregunta tuvo un efecto inesperado en Denna. La mujer se quedó mirándolo fijamente, mientras su rostro se ponía rojo de rabia. Entonces, empezó a golpearlo con el agiel, hincándoselo en la carne, gritándole que no valía nada, que era un pobre infeliz y que estaba harta de su cháchara. Denna era una mujer fuerte y lo golpeaba con el agiel con todas sus fuerzas, sin parar.

Richard no recordaba haberla visto nunca tan enfadada, ni que se mostrara tan severa y cruel con él. Al poco rato ya era incapaz de recordar nada, ni siquiera su propio nombre. El joven se retorcía de dolor, sin poder hablar, ni suplicarle y la mayor parte del tiempo sin poder apenas respirar. Denna no aflojó ni bajó el ritmo ni una sola vez. Cuando más lo maltrataba, más enfadada parecía. Richard vio sangre en el suelo, mucha sangre, que también manchaba las prendas blancas de la mord-sith. La mujer respiraba entrecortadamente por el esfuerzo y la cólera que aún sentía. La trenza se le había deshecho.

La mord-sith lo agarró por el pelo y le tiró la cabeza hacia atrás. Sin advertirlo, le introdujo el agiel en una oreja, con más fuerza que nunca antes, repitiéndolo una y otra vez. El tiempo se convirtió en una eternidad. Richard ya no sabía quién era, ni lo que estaba ocurriendo. Ya ni siquiera trataba de suplicar, ni de gritar, ni de resistir.

Jadeando de cólera, la mujer se detuvo y anunció:

—Voy a cenar. —Richard sintió un atroz dolor cuando la magia lo invadió. Lanzó un grito ahogado y abrió mucho los ojos—. Mientras esté fuera, y te advierto que no tendré ninguna prisa en volver, sufrirás el dolor de la magia. No podrás perder el sentido ni detenerlo. Si permites que la ira te abandone, el dolor aumentará. Y te abandonará, te lo aseguro.

La mord-sith se encaminó a la pared y alzó la cuerda hasta que Richard quedó colgado en el aire. El joven lanzó un grito. Sentía como si le arrancaran los brazos.

—Que te diviertas. —Denna giró sobre sus talones y se marchó.

Richard se quedó haciendo equilibrios en la línea que separa la cordura y la locura. El dolor que lo atenazaba le impedía controlar la ira, como Denna le había asegurado que pasaría. El joven se consumía en las llamas de sufrimiento. Era aún peor ahora que Denna no estaba allí. Richard nunca se había sentido tan solo, tan indefenso, y el dolor no le permitía ni siquiera llorar; lo único que podía hacer era dar agónicas boqueadas.

El joven no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba solo cuando, de pronto, cayó al suelo. Entonces vio las botas de Denna a ambos lados de su cabeza. Aunque la mujer puso fin al dolor de la magia, Richard seguía estando indefenso, con los brazos atados a la espalda. El atroz dolor en los hombros no desapareció. El joven se echó a llorar en el suelo manchado con su propia sangre, mientras Denna se quedaba de pie sobre él.

—Ya te lo dije —siseó la mord-sith con los dientes apretados—, eres mi compañero de por vida. —El joven percibía la entrecortada respiración de Denna, así como su cólera—. Antes de que empiece a hacerte cosas mucho peores y ya no puedas hablar, quiero que me expliques por qué prefieres que te entrene Constance.

Haciendo un esfuerzo por hablar, Richard tosió y escupió sangre.

—¡Ésa no es una respuesta! ¡De rodillas! ¡Vamos!

Richard trató de ponerse de rodillas pero, con los brazos a la espalda, no pudo. Denna le cogió un mechón de cabellos y tiró hacia arriba. Mareado, el joven se desplomó contra ella y el rostro cayó sobre la húmeda sangre que cubría el abdomen de la mujer. Era su propia sangre.

Denna lo apartó de sí empujándole la frente con la punta del agiel. Esto le hizo abrir los ojos de golpe. Levantó la vista para contestarle, pero Denna lo abofeteó con el dorso de la mano.

—¡Mira al suelo cuando me hables! ¡Nadie te ha dado permiso para que me mires! —Richard clavó los ojos en las botas de la mujer—. ¡Se te acaba el tiempo! ¡Responde mi pregunta!

Richard tosió de nuevo, expulsando más sangre, que le corrió por el mentón. Tenía que hacer esfuerzos para no devolver.

—Porque sé que usar el agiel os causa dolor, ama Denna —respondió con voz ronca—. Sé que sufrís al entrenarme. Quería que lo hiciese el ama Constance para evitaros a vos el dolor. No quiero que sufráis. Sé el dolor que produce el agiel, vos misma me lo habéis enseñado. Ya os han hecho suficiente daño y no quiero que os hagan más. Prefiero que me castigue el ama Constance a que vos sufráis.

De rodillas, Richard pugnó por mantener el equilibrio. Sobrevino un largo silencio. El joven mantuvo la vista fija en las botas y tosió levemente, tratando de respirar pese al dolor que sentía en los hombros. Parecía que el silencio iba a ser eterno. Richard no sabía qué hacer.

—No te comprendo, Richard Cypher —dijo al fin Denna, suavemente. Ahora su voz ya no sonaba airada—. Que los espíritus me lleven si te entiendo.

La mujer soltó el dispositivo que le mantenía los brazos atrás y, sin decir ni media palabra más, abandonó el cuarto. Richard no pudo extender del todo los brazos y cayó de cara. Luego no trató de ponerse de pie, sino que se quedó tirado en el suelo, llorando.

Transcurrido un rato, oyó la campana que llamaba para los rezos de la noche. Denna regresó, se agachó junto a él, lo rodeó cariñosamente con un brazo y lo ayudó a levantarse.

—No podemos perdernos los rezos —le explicó suavemente, al mismo tiempo que se enganchaba la cadena al cinturón.

Era impresionante ver toda la sangre que le cubría las prendas de piel blanca, así como el rostro y el cabello. Mientras se dirigían al patio de oración, personas que normalmente le dirigían la palabra desviaban la mirada y se apartaban para dejarla pasar. Arrodillado con la cabeza tocando el suelo, Richard sentía tal dolor en las costillas que apenas podía respirar y mucho menos cantar. No tenía ni idea de qué estaba diciendo, pero Denna no lo corrigió y él siguió cantando. El joven no podía explicarse cómo era capaz de mantenerse erguido tanto tiempo, sin caer hacia un lado.

Cuando la campana repicó dos veces, Denna se puso en pie, pero no lo ayudó. Constance se acercó a ellos con una peculiar sonrisa en los labios.

—Caramba, Denna, parece que te has divertido de lo lindo —comentó, propinando un bofetón a Richard. Pero éste logró mantenerse en pie—. Has sido un niño malo, ¿verdad?

—Sí, ama Constance.

—Pero muy, muy malo. Qué delicia. —La mord-sith tornó sus hambrientos ojos hacia Denna—. Estoy libre. Vamos a enseñarle qué son capaces de hacer dos mord-sith juntas.