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Tras las plegarias de la noche, regresaron a los aposentos de Denna, donde la mujer le ató los brazos a la espalda con la soga y lo alzó en el aire, aunque los pies todavía podían tocar el suelo. El joven aún sentía dolor en sus maltrechos hombros, pero apenas se estremeció ligeramente.

—¿Os duele menos la espalda, ama Denna? ¿Os ha sentado bien el paseo?

—Lo puedo aguantar.

La mujer caminó lentamente a su alrededor, contemplando el suelo. Finalmente, se detuvo frente a él y durante un rato hizo rodar el agiel entre los dedos, examinando el instrumento.

—Dime que te parezco fea —dijo al fin, su voz apenas un susurro y sin alzar los ojos.

Richard la miró hasta que los ojos de Denna buscaron los suyos.

—No —replicó—. Eso sería una mentira.

—Has cometido un error, amor mío —dijo la mord-sith con una triste sonrisa—. Has desobedecido una orden directa y has olvidado el tratamiento que me corresponde.

—Lo sé, ama Denna.

Denna cerró los ojos, pero al hablar su voz había recuperado parte de su energía.

—No me causas más que problemas. No sé por qué el amo Rahl me ha cargado con la responsabilidad de entrenarte. Acabas de ganarte dos horas de castigo.

La mord-sith lo torturó durante dos horas. No lo hizo tan duramente como de costumbre, aunque sí lo suficiente para arrancarle gritos de dolor. Después del entrenamiento, le dijo que la espalda todavía le dolía, por lo que volvió a dormir en el suelo mientras que él ocupó la cama.

En los siguientes días volvieron a la rutina, aunque el entrenamiento no era tan largo ni duro como antes, excepto cuando Constance estaba presente. Denna vigilaba muy de cerca a su hermana mord-sith y se entremetía más que en el pasado. A Constance no le gustaba y, en ocasiones, lanzaba a Denna miradas furibundas. Cuando Constance se mostraba más severa de lo que Denna deseaba, no la invitaba a participar en la próxima sesión.

Gracias a que el entrenamiento era más suave, Richard empezó a recuperar la claridad mental y a recordar cosas sobre su pasado. Unas pocas veces, cuando a Denna le dolía la espalda, daban largos paseos por el asombroso y hermoso palacio.

Un día, tras las plegarias de la tarde, Constance quiso asistir al entrenamiento. Denna accedió, sonriente. Constance pidió permiso para llevar ella el entrenamiento y Denna se lo dio. Constance torturó a Richard con saña, hasta el punto de que el joven lloraba lágrimas de sufrimiento. Richard esperaba que Denna pusiera fin a aquello, pues ya no podía aguantar más. Cuando, finalmente, Denna se levantó de la silla, un hombre entró en la sala.

—Ama Denna, el amo Rahl quiere veros.

—¿Cuándo?

—Ahora mismo.

Denna suspiró.

—Constance, ¿acabarás tú la sesión?

Constance miró a Richard a los ojos y sonrió.

—Por supuesto, Denna.

Richard estaba aterrorizado, pero no osaba decir palabra.

—Ya casi habíamos acabado. Llévalo a mis habitaciones y déjalo allí. No tardaré.

—Será un placer, Denna. Confía en mí.

Denna se dispuso a marcharse. Constance se acercó mucho a Richard y le dirigió una sonrisa perversa. Lo agarró por el cinturón y se lo soltó. El joven no podía ni respirar.

—Constance —dijo Denna, volviendo sobre sus pasos y cogiendo a la otra mord-sith por sorpresa—, no le hagas eso.

—En tu ausencia, yo estoy a cargo de él, y haré lo que me plazca.

Denna se aproximó a Constance y le habló con el rostro casi pegado al de la otra.

—Es mi compañero y no quiero que le hagas eso. Y tampoco quiero que le introduzcas el agiel en la oreja.

—Haré lo que me…

—No, no lo harás. —Denna apretó con fuerza los dientes mientras miraba fijamente a la otra mujer, más baja que ella—. Fui yo quien cargó con el castigo cuando matamos a Rastin. Yo, no las dos, sino sólo yo. Hasta ahora nunca te lo había recordado, pero ahora lo hago. Ya sabes cómo me castigaron, y yo nunca les revelé que tú también habías participado. Él es mi compañero y yo soy su mord-sith. Tú no, yo. Respetarás mis deseos o tendremos problemas.

—Muy bien, Denna —resopló Constance—. Muy bien. Respetaré tus deseos.

—Eso espero, hermana Constance —repuso Denna, sin dejar de fulminarla con la mirada.

Constance acabó la sesión con todo el entusiasmo del que fue capaz, aunque casi nunca le aplicó el agiel donde Denna no quería. Richard era consciente de que el entrenamiento se estaba prolongando demasiado. De regreso a las habitaciones de Denna, Constance se pasó toda una hora golpeándolo, tras lo cual sujetó la cadena a los pies de la cama y le ordenó que esperara a Denna de pie.

La mord-sith acercó su rostro al de Richard tanto como pudo, considerando la diferencia de altura, y le agarró la entrepierna.

—Procura que no le pase nada a esto —le espetó desdeñosa—. No lo conservarás durante mucho tiempo. Tengo razones para creer que el amo Rahl me asignará a mí como tu entrenadora y, cuando lo haga, pienso modificar tu anatomía. Y me parece que no va a gustarte nada —añadió con una amplia sonrisa.

Richard montó en cólera, lo que desató el dolor de la magia. El joven cayó de rodillas. Constance abandonó la habitación riéndose. Richard logró controlar la cólera, pero el dolor no desapareció hasta que se puso de pie.

Por la ventana entraban los cálidos rayos del sol. Richard deseó que Denna regresara pronto. El sol se puso. La hora de la cena llegó y pasó, y Denna no regresaba. El joven empezó a preocuparse; tenía la sensación de que algo andaba mal. Entonces, oyó la campana que llamaba para los rezos de la noche, pero él no podía moverse, encadenado como estaba a la cama. Tal vez debía arrodillarse allí mismo, pero tampoco eso podía hacerlo pues le habían ordenado que esperara de pie. Tal vez debería entonar las plegarias, pero decidió que no importaba, pues no había nadie para oírlo.

Hacía rato que había anochecido, pero, por fortuna, las lámparas estaban encendidas y así, al menos, no tenía que esperar a oscuras. Los dos repiques de campana anunciaron el fin de los rezos. Denna no volvía. Llegó su hora de entrenamiento y pasó. Ni rastro de Denna. A Richard le consumía la preocupación.

Por fin, oyó la puerta que se abría. Denna mantenía la cabeza inclinada y se movía como si estuviera agarrotada. Iba despeinada y con la trenza deshecha. Cerró la puerta penosamente. Richard vio que tenía el rostro ceniciento y los ojos húmedos. La mujer no lo miró.

—Richard —dijo con apenas un hilo de voz—, lléname la bañera, ¿quieres? Necesito un baño. Me siento muy sucia.

—Claro que sí, ama Denna.

El joven arrastró la bañera y corrió tan rápido como pudo para llenarla. Nunca antes se había dado tanta prisa. La mujer esperaba de pie, mirando cómo Richard acarreaba un cubo tras otro. Al acabar, el joven se quedó de pie, jadeando.

—¿Me ayudas? —le pidió Denna, tratando de desabrocharse las prendas de piel con dedos temblorosos—. Me parece que sola no puedo.

Richard le quitó la ropa, mientras ella temblaba. El joven se estremeció, pues tuvo que arrancársela de la espalda, arrastrando con ella parte de la piel. El corazón le latía aceleradamente. La piel de Denna se veía cubierta de verdugones desde la nuca a los tobillos. Richard estaba asustado y sufría por el dolor de la mujer. El poder afloró en su interior con enorme fuerza, pero Richard no le prestó atención.

—Ama Denna, ¿quién os ha hecho esto?

—El amo Rahl. Me lo merecía.

El joven le sostuvo las manos y la ayudó a meterse en la tina. Denna lanzó un débil quejido al sumergirse lentamente en el agua caliente y se sentó rígidamente.

—Ama Denna, ¿por qué os ha hecho esto?

Denna se estremeció cuando el joven empezó a pasarle por la espalda un paño húmedo con jabón.