—Constance le dijo que estaba siendo demasiado blanda contigo. Me merezco el castigo. No he sido lo suficientemente dura en tu entrenamiento. Soy una mord-sith y debería haberme esforzado más. He recibido lo que me merecía.
—Vos no os merecéis esto, ama Denna, soy yo quien debería haber sido castigado.
La mujer se cogió a ambos lados de la bañera con manos temblorosas y Richard la fue lavando cuidadosamente. Con gran ternura le limpió el sudor de su nívea frente. Denna mantuvo la vista fija al frente durante todo el baño, aunque de vez en cuando se le escapaban algunas lágrimas.
—El amo Rahl quiere verte mañana —le dijo con voz trémula. Richard se interrumpió un segundo—. Lo siento, Richard. Mañana responderás a sus preguntas.
El joven alzó la vista hacia la faz de Denna, pero ésta no le devolvió la mirada.
—Sí, ama Denna —respondió Richard, que empezó a quitarle el jabón echándole agua, que cogía entre las manos a modo de cazoleta—. Dejad que os seque. —El joven lo hizo con infinito cuidado—. ¿Queréis sentaros, ama Denna?
—Creo que ahora mismo no sería capaz —contestó ella con una azorada sonrisa y volvió rígidamente la cabeza hacia el lecho—. Prefiero tenderme en la cama. —Denna cogió la mano que el joven le ofrecía—. Parece que no puedo dejar de temblar. ¿Por qué tiemblo así?
—Es por el dolor, ama Denna.
—He sufrido castigos mucho peores. Esto no ha sido más que un pequeño recordatorio de quién soy. Y, sin embargo, no puedo dejar de temblar.
La mujer se quedó tumbada boca abajo en la cama, mirando fijamente a Richard. El joven estaba tan preocupado que su mente empezó a funcionar de nuevo.
—Ama Denna, ¿sigue aquí mi mochila?
—En el armario. ¿Por qué?
—Quedaos tumbada, ama Denna. Voy a hacer algo, si es que me acuerdo cómo.
Richard sacó la mochila de uno de los estantes de arriba del armario, la dejó sobre la mesa y empezó a hurgar en el interior. Denna lo observaba con la cabeza ladeada y apoyada en el dorso de las manos. Debajo de un silbato consistente en un hueso tallado atravesado por una cinta de cuero, Richard halló el paquete que buscaba y que abrió sobre la mesa. A continuación, tomó un cuenco de hojalata, empuñó el cuchillo y dejó ambos objetos también encima de la mesa, mientras iba a buscar un tarro de crema del armario. Había visto cómo Denna se la untaba en la piel. Era justo lo que necesitaba.
—Ama Denna, ¿me permitís que use esto?
—¿Por qué?
—Por favor.
—Adelante.
Richard tomó todas las hojas de aum secas y cuidadosamente apiladas, y las puso dentro del cuenco de hojalata. Lugo seleccionó otras hierbas que recordaba por el olor, aunque había olvidado el nombre, y las añadió a las hojas de aum. Usando el mango del cuchillo machacó las hierbas. Entonces, tomó el tarro de crema, la agregó toda a las hierbas machacadas y lo mezcló usando dos dedos. Al acabar, cogió el cuenco y fue a sentarse junto a Denna.
—No os mováis —le dijo.
—El título, Richard, el título. ¿Es que nunca aprenderás?
—Lo siento, ama Denna —se excusó el joven con una sonrisa—. Ya me castigaréis más tarde. Os aseguro que, cuando termine, os sentiréis tan bien que podréis castigarme toda la noche.
Richard fue aplicando suavemente la pasta sobre los verdugones, dando un ligero masaje. Denna gimió y cerró los ojos. Al llegar a la parte posterior de los tobillos, se había quedado casi dormida. Richard le acarició el pelo mientras la crema de aum penetraba.
—¿Cómo os sentís, ama Denna? —le preguntó Richard, susurrando.
La mujer se puso de costado. Ahora tenía los ojos bien abiertos.
—¡El dolor ha desaparecido! ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo me has quitado el dolor?
—Me lo enseñó un viejo amigo llamado… —Richard puso ceño—. No recuerdo cómo se llamaba, pero era un viejo amigo y me enseñó. Estoy tan aliviado, ama Denna. No me gusta veros sufrir.
Denna le pasó cariñosamente los dedos por una mejilla.
—Eres una persona excepcional, Richard Cypher. Nunca había tenido un compañero como tú. Que los espíritus me lleven si había visto antes a alguien como tú. Yo maté a quien me hizo lo que yo te he hecho, pero tú, en lugar de matarme, me ayudas.
—Sólo podemos ser lo que somos, nada más y nada menos, ama Denna. —Richard bajó la mirada hacia sus manos—. No me gusta lo que el amo Rahl os ha hecho.
—No comprendes la naturaleza de las mord-sith, amor mío. De niñas somos cuidadosamente seleccionadas. Las elegidas para ser mord-sith son las niñas más dulces y más bondadosas que pueden encontrarse. Se dice que la mayor crueldad surge de la mayor amabilidad. Agentes del amo Rahl recorren toda D’Hara en busca de candidatas, y cada año seleccionan media docena de niñas. Una mord-sith debe quebrarse tres veces.
—¿Tres veces? —inquirió Richard, sobrecogido.
La mujer asintió.
—La primera vez se le quiebra el espíritu, como yo he hecho contigo. La segunda vez se trata de anular nuestra empatía. Para ellos, debemos ver cómo nuestro entrenador quiebra a nuestra madre y la convierte en su mascota, y seguir mirando cómo la tortura hasta la muerte. La tercera vez se trata de eliminar nuestro temor a causar daño a otros y aprender a disfrutar dando dolor. Para ello debemos quebrar a nuestro padre, guiadas por el entrenador, convertirlo en nuestra mascota y después torturarlo hasta que muere.
—¿Os hicieron eso a vos? —Las lágrimas corrían a Richard por las mejillas.
—Lo que yo te he hecho, quebrarte el espíritu, no es nada comparado con lo que nos hacen a nosotras para quebrarnos una segunda y una tercera vez. Cuanto más bondadosa es la niña, mejor mord-sith es, pero también es más difícil quebrarla la segunda y la tercera vez. El amo Rahl me considera especial porque costó mucho quebrarme la segunda vez. Mi madre aguantó mucho tiempo para tratar de darme esperanza, pero con eso sólo logró empeorar las cosas para ambas. La tercera vez no lograron quebrarme. Ya habían arrojado la toalla y se disponían a matarme cuando el amo Rahl dijo que yo era especial y que él personalmente se encargaría de entrenarme. Él fue quien me quebró la tercera vez. El día que maté a mi padre me llevó a su lecho, a modo de recompensa. Esa recompensa me dejó estéril.
Richard notaba un nudo en la garganta que apenas le dejaba hablar. Con dedos temblorosos apartó del rostro de Denna unos mechones de pelo.
—No quiero que nadie más os haga daño, ama Denna. Nunca más.
—Es un honor —susurró Denna entre lágrimas— que el amo Rahl pierda su tiempo conmigo, que se digne a castigar a alguien tan despreciable como yo con mi propio agiel.
—Espero que mañana me mate, ama Denna, para que nunca más me entere de algo que me cause tanto dolor —declaró el joven, sintiéndose como atontado.
Denna tenía los ojos húmedos.
—Pese a que te he torturado como nunca había torturado a nadie antes, tú eres el primero, desde mi elección, que ha hecho algo para mitigar mi dolor. —La mujer se levantó y cogió el cuenco de hojalata—. Aún queda un poco. Deja que te lo ponga donde dije a Constance que no te tocara.
Denna le aplicó el ungüento sobre los verdugones de los hombros, del estómago y del pecho, y fue subiendo hasta el cuello. Los ojos de ambos se encontraron. La mano de Denna se interrumpió. El silencio en la alcoba era absoluto. La mujer se inclinó hacia él y lo besó con ternura. Le cogió la nuca con una mano embadurnada de crema y volvió a besarlo.
Denna se tendió en la cama, cogió una mano de Richard entre las suyas y se la llevó al abdomen, diciéndole:
—Ven a mí, amor mío. Te deseo.
Richard hizo un gesto de asentimiento y alargó un brazo hacia el agiel, situado sobre la mesilla de noche, pero Denna le tocó la muñeca.
—Esta noche te quiero sin el agiel. Por favor, enséñame cómo es amarse sin dolor.
Denna le colocó una mano en la nuca y lo atrajo suavemente hacia ella.
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