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A la mañana siguiente, en vez de entrenar fueron a dar un paseo. El amo Rahl había dicho que vería a Richard después de las plegarias de la tarde. Tras los rezos, cuando ya se disponían a marcharse, Constance se acercó a ellos.

—Tienes un aspecto sorprendentemente saludable, hermana Denna.

Denna la miró sin ninguna emoción. Richard estaba furioso con Constance por haberla delatado ante el amo Rahl y haber hecho que la castigaran, por lo que tuvo que concentrarse en la trenza de Denna.

—Bueno. He oído que hoy te han concedido audiencia con el amo Rahl —dijo Constance a Richard—. Si después de eso sigues vivo, me verás más a menudo. A solas. Cuando el amo Rahl acabe contigo, quiero una porción de ti, por así decirlo.

Richard replicó sin pensar.

—El año en que os eligieron, ama Constance, debió de ser un año especialmente malo, pues de otro modo alguien con una inteligencia tan limitada nunca habría sido escogida para ser mord-sith. Sólo los más ignorantes anteponen sus mezquinas ambiciones a la amistad, especialmente tratándose de una amiga que ha sacrificado tanto por vos. No sois digna ni de besar el agiel del ama Denna. —Richard sonrió tranquilamente y lleno de confianza a la perpleja mord-sith—. Rezad para que el amo Rahl me mate, ama Constance, porque si no la próxima vez que os vea os mataré por lo que hicisteis al ama Denna.

Constance lo miraba como en estado de trance, pero de pronto lo atacó con el agiel. Denna intervino, hundiendo su propio agiel en la garganta de Constance y repeliendo así su ataque. A Constance casi se le salen los ojos de las órbitas por la sorpresa. Tosió, expulsando sangre, y cayó de rodillas mientras se llevaba las manos al cuello.

Denna se quedó mirándola unos momentos antes de marcharse, sin decir palabra. Richard, encadenado a ella, tuvo que darse prisa para seguirla.

—Intenta adivinar cuántas horas de castigo va a costarte eso —le dijo Denna, con los ojos al frente y sin mostrar ninguna emoción.

—Ama Denna, si existe una mord-sith capaz de hacer gritar a un muerto, ésa sois vos —contestó Richard con una sonrisa.

—¿Y si el amo Rahl no te mata, cuántas horas?

—Ama Denna, ni toda una vida de castigo podría empañar el placer que siento por lo que he hecho.

Denna esbozó una leve sonrisa, pero evitó mirarlo.

—Me alegro de que, para ti, mereciera la pena. Todavía no te entiendo —prosiguió, lanzándole una mirada de soslayo—. Como tú mismo dijiste, sólo podemos ser lo que somos, nada más y nada menos. Por mi parte, yo lamento ser quien soy y temo que tú tampoco puedes dejar de ser quien eres. Los dos somos soldados que luchan en bandos contrarios en esta guerra. Me encantaría que fueses mi compañero de por vida y poder verte morir de viejo.

—Haré lo posible para tener una larga vida por vos, ama Denna —respondió Richard, sintiéndose reconfortado por el amable tono de la mujer.

Fueron recorriendo pasillos, atravesando patios de oración y pasando por delante de estatuas y de gente. La mujer lo hizo subir una escalera y lo guió por vastas estancias exquisitamente decoradas. Finalmente, se detuvo ante unas puertas talladas con escenas de suaves lomas y bosques, todo ello revestido de oro.

—¿Estás preparado para morir hoy, amor mío? —le preguntó Denna.

—El día aún no ha acabado, ama Denna.

La mord-sith le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con ternura. Acto seguido se separó solamente unos centímetros de él y le acarició la nuca, mientras le decía:

—Siento hacerte esto, Richard, pero he sido entrenada para ello y no sé hacer otra cosa; el único propósito de mi vida es causarte dolor. No es una elección voluntaria, me han entrenado para ello. Sólo puedo ser lo que soy: una mord-sith. Si tienes que morir hoy, amor mío, procura morir bien para que me sienta orgullosa de ti.

«Soy el compañero de una loca —pensó Richard tristemente—. De alguien a quien han vuelto loca».

La mujer empujó los batientes de la puerta y entraron en un magnífico jardín. Si su mente no hubiera estado ocupada en otros asuntos, Richard se hubiera sentido muy impresionado. Juntos recorrieron un sendero que serpenteaba entre macizos de flores y arbustos, pasaron junto a muretes de piedra cubiertos por enredaderas y dejaron atrás arbolillos, hasta llegar a un prado. Un techo de cristal dejaba pasar la luz que las plantas necesitaban para florecer y estar sanas.

En la distancia vieron a dos hombres de gran talla. Tenían los brazos cruzados, con bandas de metal equipadas con afiladas protuberancias justo por encima de los codos. Richard imaginó que serían soldados. Junto a ellos había otro hombre asimismo alto y robusto. Tenía un pecho liso en el que destacaban unos imponentes músculos y cabello rubio cortado a cepillo con un único mechón negro.

Muy cerca del centro del prado, donde los cálidos rayos del sol de la última hora de la tarde incidían sobre un círculo de arena blanca, un hombre les daba la espalda. A la luz del sol, la túnica blanca que llevaba y la melena rubia, que le llegaba hasta los hombros, brillaban. Al cinto llevaba un cinturón dorado y una daga curva que relucían.

Cuando Denna y Richard se aproximaron, Denna se hincó de rodillas e inclinó la frente hasta tocar el suelo. Richard había sido instruido e hizo lo mismo, apartándose la espada para que no le estorbara. Juntos pronunciaron la plegaria de rigor: «Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas».

La pronunciaron sólo una vez, tras lo cual esperaron. Richard temblaba ligeramente. Alguien, no recordaba quién, le había insistido en que no debía acercarse al amo Rahl, que debía mantenerse alejado de él. El joven tenía que concentrarse en la trenza de Denna para controlar la ira que sentía hacia el amo Rahl por haber hecho daño a Denna.

—Levantaos, hijos míos.

Richard se puso de pie, casi pegado a Denna, mientras unos penetrantes ojos azules lo estudiaban. El hecho de que la faz del amo reflejara amabilidad, inteligencia y simpatía no aplacó los temores de Richard, ni tampoco calmó los pensamientos que hervían en su mente. Los ojos azules se posaron entonces en Denna.

—Tienes un aspecto sorprendentemente bueno esta mañana, querida.

—El ama Denna es tan buena recibiendo dolor como produciéndolo, amo Rahl —se oyó decir a sí mismo Richard.

Los ojos azules del amo volvieron a mirarlo. La calma y la paz que veía en el rostro del hombre le causaron escalofríos.

—Mi querida Denna me ha dicho que eres un problema. Me alegra comprobar que no ha mentido, aunque lamento que tuviera razón. —Rahl entrelazó las manos con un gesto relajado—. Bueno, no importa. Me alegro de conocerte al fin, Richard Cypher.

Denna le hundió el agiel con fuerza en la espalda para recordarle qué debía responder.

—Es un honor estar aquí, amo Rahl. Vivo sólo para serviros. Vuestra sabiduría me hace humilde.

—Sí, estoy seguro de eso —respondió Rahl con una leve sonrisa. Entonces escrutó el rostro de Richard durante un instante que a éste se le hizo eterno—. Tengo algunas preguntas y tú vas a darme las respuestas.

El joven se dio cuenta de que temblaba un poco.

—Sí, amo Rahl —respondió.

—Arrodíllate —le ordenó el amo sin alzar la voz.

Richard cayó de rodillas con la ayuda del agiel aplicado en un hombro. Denna se colocó tras él, con una bota a cada lado. Entonces, apretó los muslos contra los hombros del joven, apoyándose en ellos para no perder el equilibrio, y lo agarró por el pelo. A continuación, le tiró la cabeza hacia atrás, para que Richard mirara los azules ojos del amo. El joven estaba aterrorizado.

—¿Has visto alguna vez el Libro de las Sombras Contadas? —le preguntó Rahl el Oscuro, mirándolo impasible.

Algo poderoso en un rincón de su mente le advirtió que no respondiera. En vista de que guardaba silencio, Denna le tiró del pelo con más fuerza y le aplicó el agiel en la base del cráneo.