En la cabeza del joven se produjo una explosión de dolor. Lo único que impedía que se desplomara era Denna, que lo tenía agarrado por el pelo. Era como si hubiera recibido todo el dolor de una sesión de entrenamiento comprimido en aquella descarga del agiel. Richard no podía moverse, ni respirar, ni gritar. Estaba más allá del dolor; el impacto se lo había arrebatado todo, dejando únicamente un tormento de fuego y hielo que lo consumía por entero. Denna apartó el agiel. Richard ya no sabía ni dónde estaba, ni quién era, ni quién lo tenía agarrado por el pelo; sólo sabía que sentía un dolor superior al que nunca hubiera sentido y que frente a él tenía a un hombre con una túnica blanca.
Los ojos azules de Rahl se posaron de nuevo en él y repitió la pregunta.
—¿Has visto alguna vez el Libro de las Sombras Contadas?
—Sí —contestó Richard a su pesar.
—¿Dónde está ahora?
Richard vaciló. No sabía qué contestar, no sabía qué le preguntaba aquella voz. Nuevamente el dolor explotó dentro de su cabeza. Al disiparse, notó que las lágrimas le corrían por las mejillas.
—¿Dónde está ahora? —repitió la voz.
—Por favor, no me hagáis más daño —suplicó Richard—. No entiendo la pregunta.
—¿Qué es lo que no entiendes? Dime simplemente dónde está ahora el libro.
—¿El libro o el contenido del libro? —preguntó el joven, temeroso.
—El libro. —El hombre de ojos azules frunció el entrecejo.
—Fue quemado. Hace años.
Richard tenía la impresión de que esos ojos iban a hacerlo pedazos.
—¿Y dónde está el contenido?
Richard dudó demasiado. Cuando fue de nuevo consciente, Denna le tiraba de la cabeza, obligándolo a mirar los ojos azules. Richard nunca se había sentido tan solo, tan indefenso, ni tan aterrorizado.
—¿Dónde está el contenido del libro?
—En mi cabeza. Antes de quemarlo, me lo aprendí de memoria.
El hombre se quedó mirándolo fijamente, inmóvil. Richard sollozó en voz baja.
—Recítalo.
Richard deseaba evitar a toda costa una nueva descarga del agiel en la nuca. Temblaba con la posibilidad de sentir de nuevo ese dolor, por lo que se apresuró a obedecer.
—La verificación de la autenticidad de las palabras del Libro de las Sombras Contadas en caso de no ser leídas por quien controla las cajas, sino pronunciadas por otra persona, sólo podrá ser realizada con garantías mediante el uso de una Confesora…
Confesora. Kahlan.
El nombre de Kahlan le atravesó la mente como un relámpago. El poder se inflamó de pronto en su interior, disipando la bruma que reinaba en ella con el ardiente y candente resplandor de sus recuerdos. La puerta que conducía a la habitación cerrada de su mente se abrió de golpe y el poder que crecía en él le devolvió la memoria. Frente a la posibilidad de que Rahl el Oscuro capturara a Kahlan y le hiciera daño, Richard se fusionó con el poder.
Rahl el Oscuro se volvió hacia los demás hombres. El del mechón oscuro se adelantó.
—¿Lo ves, amigo mío? Tengo la suerte de lado. La Confesora ya se dirige hacia aquí acompañada por el Anciano. Búscala. Lleva contigo dos cuadrillas y tráemela. La quiero viva, ¿entendido? —El hombre asintió—. Tú y tus hombres estaréis protegidos por mi encantamiento. El Anciano va con ella, pero no podrá hacer nada contra un encantamiento del inframundo; eso si para entonces sigue con vida. —La voz de Rahl se hizo más dura para añadir—: Demmin, no me importa lo que tus hombres hagan a la Confesora, pero será mejor que llegue viva y sea capaz de usar sus poderes.
—Lo entiendo —respondió Demmin, algo pálido—. Se hará como deseáis, lord Rahl. —El hombre hizo una profunda reverencia. Entonces giró sobre sus talones, miró a Richard con una sonrisa irónica y se marchó.
—Prosigue —ordenó Rahl el Oscuro a Richard.
Pero Richard ya había dicho todo lo que tenía que decir. Ahora lo recordaba todo.
Había llegado el momento de morir.
—No. No podrás obligarme a decir nada más. Estoy preparado para sufrir y morir.
Antes de que el agiel pudiera entrar en acción, Rahl miró a Denna. Richard sintió que la mujer le soltaba el pelo. Uno de los soldados se adelantó, cogió a la mord-sith por la garganta con una de sus manazas y apretó. Richard percibió los sonidos que Denna emitía tratando de respirar.
—Me dijiste que estaba quebrado —espetó un airado Rahl a la mord-sith.
—Lo estaba, amo Rahl —repuso Denna haciendo un gran esfuerzo, pues el soldado la estaba ahogando—. Lo juro.
—Me has decepcionado profundamente, Denna.
Cuando el guardián alzó a la mujer en vilo, Richard oyó sus sonidos de dolor. Nuevamente el poder se inflamó en su interior. Denna sufría. Antes de que nadie supiera qué pasaba, Richard se había levantado. El poder de la magia ardía en su interior.
El joven rodeó con un brazo el grueso cuello del soldado hasta tocar el hombro del lado opuesto. Entonces le agarró la cabeza con el otro brazo y se la retorció. El cuello se rompió y el guardián se desplomó.
Richard se dio media vuelta. El otro guardián había entrado en acción y estaba a punto de agarrarlo con una mano. Richard lo cogió por la muñeca y se sirvió del impulso que llevaba su adversario para tirar de él hacia el cuchillo. El joven asió el arma con fuerza y se la clavó a su oponente, abriéndole un tajo ascendente hasta el corazón. Los ojos azules del hombre se abrieron mucho por la sorpresa. Sus entrañas se derramaron en el suelo.
Richard jadeaba, aún invadido por el poder. Veía blanco todo lo que quedaba dentro de su visión periférica. Era un blanco provocado por el calor de la magia. Denna se agarraba la dolorida garganta con ambas manos.
Rahl el Oscuro contemplaba tranquilamente a Richard, lamiéndose las yemas de los dedos.
Denna logró invocar el suficiente dolor de la magia para obligar a Richard a arrodillarse. El joven se agarraba el abdomen.
—Amo Rahl —dijo Denna entrecortadamente—, dejad que me haga cargo de él esta noche. Os juro que mañana por la mañana responderá a cualquier cosa que le preguntéis. Si es que sigue vivo. Permitidme que me redima.
—No. —Rahl, sumido en sus pensamientos, hizo un leve ademán negativo—. Lo siento, querida. No es culpa tuya. No tenía ni idea de a qué nos enfrentábamos. Quítale el dolor.
Cuando se recuperó, Richard se puso en pie. Ahora tenía la mente clara. Se sentía como si acabara de salir de un sueño y se diera cuenta de que se encontraba en una pesadilla. El resto de él había abandonado su pequeño refugio mental y no pensaba regresar allí. Moriría con su mente completa, con dignidad, intacto. Pese a que mantenía la ira bajo control, el fuego brillaba en sus ojos y también en su corazón.
—¿Te lo enseñó el Anciano? —preguntó Rahl con curiosidad.
—¿Enseñarme qué?
—A dividir la mente en compartimentos. Eso ha sido lo que ha impedido que te quebraran.
—No sé de qué me hablas.
—Dividiste tu mente para proteger el núcleo, a la vez que sacrificabas el resto para hacer lo que debías. Una mord-sith no puede quebrar una mente dividida. Puede castigarte, pero no quebrarte. Una vez más, lo siento, querida —dijo, dirigiéndose a Denna—. Creí que me habías fallado, pero no es así. Solamente alguien con tu talento habría podido hacer tanto con él. Lo has hecho muy bien, pero esto cambia las cosas por completo.
Rahl el Oscuro sonrió, se lamió las yemas de los dedos y se alisó con ellas las cejas.
—Ahora Richard y yo vamos a tener una pequeña charla en privado. Mientras esté aquí, conmigo, quiero que lo dejes hablar sin el dolor de la magia, pues interferiría con lo que es posible que deba hacer. Mientras esté aquí, no estará bajo tu control. Ahora puedes regresar a tus aposentos. Cuando acabe con él, si sigue con vida, te lo mandaré de vuelta como te prometí.