—Tú y yo nunca estaremos en el mismo bando. Jamás.
—Estás en tu derecho de negarte, Richard. No te guardo rencor por ello. Pero espero que seamos amigos. —Rahl escrutó la faz de Richard—. Hay una cosa más. Puedes quedarte en el Palacio del Pueblo o marcharte, como prefieras. Mis guardias se adaptarán a lo que decidas. No obstante, tendrás alrededor una red de mago. A diferencia de la que has roto, la red no te afectará a ti sino a quienes te vean, por lo que no podrás romperla. Es una llamada red hostil. Todos los que te miren verán en ti a su enemigo. Esto significa que tus aliados, cuando te miren, verán al enemigo. Quienes me honran te verán como quien eres, pues, por el momento, tú ya eres mi enemigo y también el suyo. Al menos, por ahora. Pero tus amigos te verán como la persona a quien más temen, como a su peor enemigo. Quiero que te des cuenta de cómo me tratan algunos, que veas el mundo a través de mis ojos y comprendas la injusticia que se comete conmigo.
Richard no tuvo que esforzarse por reprimir la ira, pues solamente sentía una extraña paz.
—¿Puedo marcharme ya?
—Pues claro, muchacho.
—¿Y qué pasa con el ama Denna?
—Cuando salgas de aquí volverás a estar bajo su poder. Denna sigue controlando la magia de tu espada. Cuando una mord-sith te arrebata la magia, la conserva para siempre. Yo no puedo quitársela para devolvértela. Deberás recuperarla tú solo.
—Entonces no soy libre para marcharme.
—La solución es evidente. Si quieres irte, tendrás que matarla.
¡Matarla! Richard se quedó atónito.
—¿No crees que, de haber podido, no la habría matado ya? ¿Crees que habría soportado todo lo que me ha hecho de haber podido matarla?
Rahl el Oscuro esbozó una débil sonrisa.
—Siempre has podido matarla.
—Pero ¿cómo?
—Todas las cosas tienen dos caras. Incluso una hoja de papel, por delgada que sea, tiene dos caras. La magia no es unidimensional. Hasta ahora sólo has mirado una cara de la magia, como hace la mayoría. Mírala en su totalidad. —Rahl señaló los cuerpos sin vida de los guardias—. Denna controla tu magia y, sin embargo, pudiste matarlos.
—Pero esto es distinto; contra ella no funcionará.
—Sí que funcionará. Pero para ello debes dominar la magia por completo. En esto no valen medias tintas. Denna te controla con una dimensión de tu magia, el lado que le ofreciste. Debes usar la otra dimensión. Es algo de lo que todos los Buscadores han sido capaces, pero que ninguno ha logrado. Tal vez tú seas el primero.
—¿Y si no? ¿Y si yo tampoco lo logro? —A Richard le inquietaba que Rahl el Oscuro le estuviera enseñando como Zedd: guiándolo para que pensara por él mismo, para que encontrara las respuestas a su manera, con su propia mente.
—En ese caso, mi joven amigo, te espera una semana muy dura. Denna está disgustada porque la has puesto en evidencia. Transcurrida una semana, te conducirá ante mí y entonces me comunicarás qué has decidido: si me ayudas o si dejas que tus amigos sufran y mueran.
—Dime cómo puedo usar la magia de la espada para dominarla.
—Pues claro, después de que tú me digas que dice el Libro de las Sombras Contadas. -Rahl sonrió—. ¿No? Ya me lo parecía. Buenas noches, Richard. No lo olvides, una semana.
El sol se estaba poniendo ya cuando Richard se alejó del jardín y de Rahl el Oscuro. En la cabeza no dejaban de darle vueltas todas las cosas que había averiguado. No había contado con que Rahl el Oscuro supiera qué caja lo mataría, aunque también era posible que estuviera usando con él la Primera Norma de un mago. Más difícil de aceptar era que uno de los suyos lo hubiera traicionado. Shota le había advertido que Kahlan y Zedd usarían sus respectivos poderes contra él. Así pues, el traidor tenía que ser o uno u otro. Pero, por mucho que lo intentara y reflexionara, Richard no conseguía hacer encajar las piezas. Él los amaba a ambos más que a su propia vida. Zedd le había dicho que tenía que estar preparado para matar a cualquiera de ellos si ponían en peligro el éxito de la misión, incluso si se trataba de una simple sospecha. Richard apartó este pensamiento de su mente.
Ahora tenía que pensar en el modo de alejarse de Denna. Lo principal era liberarse del control de la mord-sith, pues de otro modo nada podría hacer él. No servía de nada que tratara de hallar la solución a sus otros problemas si no conseguía escapar. Si no hallaba pronto el modo de hacerlo, Denna iba a causarle tanto dolor que no podría pensar. Cuando lo torturaba, era incapaz de pensar y olvidaba cosas. Primero tenía que concentrarse en ese problema y ya se preocuparía por los demás más tarde.
«La espada —pensó—. Denna controla su magia». Pero él no necesitaba la espada. Tal vez, si podía deshacerse del arma, también se liberaría de la magia que ella controlaba. El joven quiso echar mano a la espada, pero el dolor de la magia se lo impidió antes de que pudiera siquiera tocar el pomo.
Richard fue recorriendo pasillos y más pasillos hacia las habitaciones de Denna. Aún se encontraba a una buena distancia. Tal vez la solución era tan sencilla como ir en otra dirección, abandonar el Palacio del Pueblo. Rahl el Oscuro le había asegurado que los soldados no se lo impedirían. En la siguiente intersección de pasillos, Richard tomó el que no tocaba. El dolor lo hizo caer de rodillas. Con gran esfuerzo logró regresar al pasillo que se suponía que debía tomar. Tenía que pararse y descansar, pues el dolor lo había dejado sin aliento.
La campana que llamaba a las oraciones de la noche sonó un poco más adelante. Asistiría a las plegarias. Eso le daría el tiempo que necesitaba para pensar. Así pues, se arrodilló y comprobó con gran alivio que el dolor de la magia no lo atacaba. Se encontraba en uno de los patios con agua, que eran los que a él más le gustaban, pues le transmitían una sensación de paz. Muy cerca de la orilla del agua, rodeado por otras personas, Richard inclinó la cabeza hasta el suelo embaldosado y empezó a cantar. El joven dejó la mente en blanco y se vació de todo pensamiento. La continua salmodia lo ayudó a olvidarse de sus preocupaciones y tribulaciones, así como de sus temores. Richard se olvidó de todos sus problemas, dejó que su mente buscara la paz y dio vía libre a sus pensamientos. Las plegarias se le hicieron muy cortas. Al acabar, se puso en pie como nuevo y se encaminó a las habitaciones de Denna.
Los pasillos, las estancias y las escalinatas eran de una impresionante belleza, y Richard no pudo por menos de admirarlos otra vez. Era increíble que alguien tan malvado como Rahl el Oscuro supiera rodearse de tal belleza.
Nada era unidimensional. La magia también tenía dos caras.
Richard recordó las ocasiones en que el extraño poder había aflorado en éclass="underline" cuando había sentido lástima por la princesa Violeta, cuando un guardia de la reina Milena había atacado a Denna, cuando había sentido dolor por lo que habían hecho a Denna, cuando se imaginaba a Rahl haciendo daño a Kahlan y cuando los guardias de Rahl habían tratado de matar a Denna. En cada una de esas ocasiones parte de su visión se había vuelto blanca.
Richard sabía que en cada ocasión había sido obra de la magia de la espada. Pero, en el pasado, la magia de la espada le había transmitido una sensación de furia. Éste era otro tipo de furia. El joven recordó qué sentía al desenvainar la espada cuando estaba furioso; la ira, la rabia, el deseo de matar. El odio.
El Buscador se detuvo bruscamente en medio del silencioso pasillo. Ya era tarde y no se veía ni un alma. Estaba solo. Richard sintió una fría oleada que lo invadía y le causaba hormigueo en la piel.
Dos caras. Ahora lo entendía.
Que los espíritus lo ayudaran; ahora lo entendía.