Cerca del mediodía, Richard los divisó. Zedd, Chase y Kahlan cabalgaban por una senda próxima al camino principal. El joven gritó a Escarlata que aterrizara. El dragón se ladeó para trazar una rápida curva de descenso. Era como una flecha roja. Al ver al dragón, los tres jinetes se detuvieron y desmontaron.
Escarlata extendió sus alas de color carmesí para frenar el descenso y se posó en un claro próximo a la senda. Richard saltó al suelo e inmediatamente echó a correr hacia sus amigos. Éstos aguardaban de pie, agarrando las riendas de sus caballos. Chase sostenía una maza en la otra mano. Ver a Kahlan llenó a Richard de júbilo. De pronto, todos los recuerdos que tenía de la mujer habían cobrado vida delante de él. El joven corrió hacia las tres figuras inmóviles, bajando por una pronunciada pendiente, con la mirada en el suelo para no tropezar con las raíces.
Al alzar la mirada, vio una bola de fuego mágico que iba directamente hacia él, emitiendo un sonido semejante a un chillido. El joven se quedó paralizado. ¿Qué hacía Zedd? La bola de fuego líquido era mayor que ninguna que hubiera visto antes e iluminaba todos los árboles del entorno con sus llamas azules y amarillas. Richard contempló boquiabierto cómo avanzaba dando volteretas, retorciéndose y expandiéndose.
Temeroso por lo que estaba a punto a ocurrir, se llevó una mano a la empuñadura de la espada y sintió cómo la palabra Verdad se le clavaba en la palma de la mano. Entonces tiró de ella con fuerza y la desenvainó, lanzando al aire un resonante sonido metálico. Una vez liberada, la magia fluyó inmediatamente por él. Ya tenía la bola de fuego casi encima. Igual que hizo en el cubil de Shota, Richard sostuvo la espada en el aire con una mano en la empuñadura y la otra en la punta, y los brazos cruzados, como si el acero fuese un escudo. La idea de que Zedd fuese el traidor alimentó su furia. No era posible.
El impacto lo hizo retroceder un paso. A su alrededor, todo era fuego y calor. La ira del fuego mágico estalló, se dispersó en el aire hacia donde había venido y, finalmente, se disipó.
—¡Zedd! Pero ¿qué estás haciendo? ¿Te has vuelto loco? ¡Soy yo, Richard! —El joven avanzó, enfadado. Estaba enfadado con Zedd por haberlo atacado y también estaba enfadado por la magia de la espada. Sentía latir en sus venas el ardor de la cólera.
Zedd, ataviado con una sencilla túnica, se mantuvo firme. Se veía tan delgado y frágil como siempre. Lo mismo sucedía con Chase, armado hasta los dientes y con su habitual aspecto amenazador. El mago cogió a Kahlan del brazo con una de sus enjutas manos y se colocó delante de ella en actitud protectora. Chase empezó a avanzar con una mirada tan sombría en los ojos como oscura era su ropa.
—Chase —le advirtió Zedd en voz baja—, no seas tonto. Quédate donde estás.
Richard miraba alternativamente los hoscos rostros de sus amigos.
—Pero ¿qué os pasa a vosotros tres? ¿Qué estáis haciendo aquí? ¡Os dije que no fuerais a buscarme! Rahl el Oscuro ha enviado a hombres para capturaros. Debéis regresar.
Zedd, con los cabellos blancos alborotados, como de costumbre, se volvió ligeramente hacia Kahlan, aunque sin apartar los ojos de Richard.
—¿Entiendes lo que dice?
Kahlan negó con la cabeza y se apartó de la cara algunos mechones.
—No. Creo que es d’haraniano culto, un idioma que no hablo.
—¿D’haraniano culto? Pero ¿qué estás diciendo? ¿Qué…
De pronto se quedó helado al recordar. Era la red hostil que Rahl el Oscuro había tejido a su alrededor. Sus amigos no lo reconocían; creían que él era su peor enemigo. Creían que él era Rahl el Oscuro.
Entonces pensó otra cosa que le puso la carne de gallina. Zedd lo había tomado por Rahl el Oscuro y le había lanzado una bola de fuego. Así pues, él no podía ser el traidor. Solamente quedaba Kahlan. ¿Era posible que ella lo viera como quien realmente no era?
Esa posibilidad lo aterraba. Atenazado por el temor, Richard avanzó hacia Kahlan con la mirada prendida de los ojos verdes de la mujer. Kahlan tensó la espalda, colocó ambas manos a los lados y alzó la cabeza. Richard se dio cuenta de que era una posición de advertencia, de seria advertencia. Era perfectamente consciente de qué le ocurriría si la mujer lo tocaba y recordó que Shota le había advertido que podría vencer a Zedd, pero que Kahlan no fallaría.
El mago trataba de interponerse entre ellos. Richard apenas paró mientes en él mientras lo apartaba a un lado. El anciano se le acercó por la espalda y le colocó los dedos en la nuca, causándole un dolor semejante al del agiel. Todos los nervios de los brazos le ardieron por el dolor, que luego le fue bajando por las piernas. Antes de pasar por las manos de Denna, los dedos del mago lo habrían paralizado. Pero Denna había invertido mucho tiempo en su entrenamiento, en enseñarle a soportar el dolor, para que fuera capaz de sobreponerse a aquel y a otros sufrimientos peores. Los dedos de Zedd no desmerecían en nada al agiel, pero Richard sacó fuerzas de flaqueza de su interior y apartó el dolor de su mente, reemplazándolo por la cólera de la espada. El joven lanzó a Zedd una mirada de advertencia, pero el mago no retrocedió. Richard lo empujó con más fuerza de la que pretendía, y Zedd cayó al suelo. Kahlan estaba paralizada frente a él.
—¿Quién soy yo? —le susurró el Buscador—. ¿Rahl el Oscuro o Richard?
Kahlan temblaba un poco y parecía incapaz de moverse. Algo llamó la atención de Richard, que bajó los ojos por un instante y se dio cuenta de que estaba amenazando a la mujer con la punta de la Espada de la Verdad sobre la garganta, justo en el hoyo situado en la base del cuello. Richard no recordaba haberla puesto allí; era como si la magia hubiera actuado por su propia cuenta. Pero él sabía que no era cierto, que había sido él mismo. Por eso temblaba Kahlan. La punta de la espada hizo brotar una gota de sangre. Si ella era la traidora, tenía que matarla. La hoja se puso blanca, al igual que la faz de Kahlan.
—¿A quién ves? —susurró de nuevo.
—¿Qué le has hecho a Richard? —preguntó la mujer con un áspero susurro—. Si le has hecho algún daño, juro que te mataré.
Richard recordó cómo lo había besado. Aquél no había sido un beso de Judas, sino un beso de amor. Entonces se dio cuenta de que no sería capaz de matarla, ni siquiera si sus temores eran ciertos, aunque eso era imposible. Con ojos anegados en lágrimas, guardó de nuevo la espada en la vaina.
—Lo siento, Kahlan. Que los espíritus me perdonen por lo que he estado a punto de hacer. Sé que no puedes entenderme, pero lo siento. Rahl el Oscuro está usando conmigo la Primera Norma de un mago, tratando de volvernos los unos contra los otros. Está tratando de que me crea una mentira y casi lo consigue. Sé que tú y Zedd nunca me traicionaríais. Perdóname por dudar.
—¿Qué es lo que quieres? —le espetó Zedd—. No entendemos lo que dices.
—Zedd… —Richard se pasó los dedos por el pelo, sintiéndose frustrado—. ¿Cómo puedo hacértelo entender? —Bruscamente agarró al mago por la túnica—. Zedd, ¿dónde está la caja? ¡Tengo que encontrar la caja antes de que Rahl lo haga! ¡No podemos permitir que la consiga!
Zedd frunció el entrecejo. Richard se dio cuenta de que sus palabras no servían para nada, pues ninguno de ellos podía entenderlas. Así pues, se acercó a los caballos y empezó a rebuscar en las alforjas.
—Busca tanto como quieras. Nunca la encontrarás —se mofó el mago—. Nosotros no tenemos la caja. Dentro de cuatro días morirás.
Richard percibió un movimiento a su espalda y se volvió bruscamente. Chase lo amenazaba con la maza alzada. Una lengua de fuego se interpuso entre ambos. Escarlata la mantuvo hasta que Chase retrocedió.